Los accidentes suceden. Ocurren. Es inevitable. Es cierto que el desarrollo de la civilización occidental ha reducido en un porcentaje nada desdeñable su posibilidad, ya sea en el ámbito doméstico, urbano o natural, pero siempre quedan resquicios abiertos al infortunio. Otra cosa es que, en lo relativo al incendio de la librería Proteo, la red eléctrica del centro de Málaga se encuentre en las condiciones más deseables: a veces, un mero vistazo al tendido invita a sospechar que no, pero en todo caso son los responsables de dilucidar exactamente lo que pasó los que tendrán la última palabra respecto a la subida de tensión que ocasionó la tragedia. La cuestión es que el daño está hecho y la catástrofe, consumada. Quién sabe, sin embargo, si habrá manera de convertir este fracaso en una oportunidad. Ayer, de hecho, las expresiones de solidaridad y apoyo, con gente de toda España comprando libros en la web de Proteo y con cables lanzados desde numerosas librerías del país hicieron el golpe más llevadero. Así lo confirmó Jesús Otaola, quien, mientras lidiaba con las compañías de seguros con el móvil a diestro y siniestro, admitió sentirse emocionado por toda la complicidad recibida. Si de oportunidades se trata, no estaría nada mal que la reconstrucción de Proteo se convirtiera en un proyecto de ciudad. Algo que Málaga se tomara a pecho, como una cuestión personal. El lema Málaga con Proteo se convirtió ayer en tendencia nacional en Twitter, y es estupendo; ahora, se trata de darle contenido al asunto. Siempre cabe decir que una librería no deja de ser una empresa privada y, por tanto, allá que se las apañen con los seguros. Pero Proteo lleva creando desde 1969 un tejido cultural del que forman parte lectores, autores, editores y otros muchos que tal vez ni siquiera son conscientes de esta filiación. Proteo ha contribuido en muchos sentidos a hacer de Málaga una ciudad mejor, y ese patrimonio es un tesoro público. De manera que sería de justicia la implicación de las administraciones públicas en la rehabilitación del edificio y sus fondos, más allá del mensaje de condolencia. Por no hablar de empresas, fundaciones, clubes, cofradías y todo el que lleve el nombre de Málaga en la solapa. Porque resulta que Proteo es de todos y para todos. Es la casa de todos los malagueños, incluidos los que se dejan caer por aquí de vez en cuando. Sería bonito que Málaga ganara escaparate con esto. Por qué no.

Y si no, bueno, siempre podemos seguir dándonoslas de ciudad cultural, de sector estratégico, de capital de los museos, del no va más en la materia, y seguir engordando esa burbuja cuando la vida cultural real, la auténtica, la que no se sustenta en la explotación del suelo ni en la especulación inmobiliaria ni en la afluencia turística, sino en los vecinos, en el crecimiento menos promocionado, en la proximidad, en las redes cómplices, en los intercambios fructíferos y en otras muchas cosas que no tienen que ver necesariamente con el dinero (aunque, sí, hablemos de un negocio) pasa desapercibida, sin pena ni gloria, abandonada a su suerte y moribunda. Como siempre, vamos. Si algo quedó demostrado ayer es que la capacidad de la ciudadanía ante la adversidad es ejemplar, hábil a la hora de organizarse, creativa a la hora de buscar soluciones, sensible y capaz, retos ante los que Málaga sabe estar muy, muy a la altura. Corresponde ahora a las administraciones responder con un compromiso en firme sin escudarse en los consabidos mamotretos burocráticos. Y ganar, también así, una Málaga mejor.

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