Derribaron la vieja casa de la calle Lagunillas, ya cerca del Jardín de los Monos, y no tardaron en empezar a construir un nuevo edificio en el solar. A medida que la elevación va ganando su altura, el cartel anclado a pie de obra nos informa de que el uso destinado al inmueble será el de contenedor de futuros apartamentos turísticos. Muy cerca, en la acera de enfrente, una futura promoción pendiente del estudio de varios restos arqueológicos aparecidos en la parcela anuncia, ahora sí, viviendas de uno y dos dormitorios. Y, a un tiro de piedra, las inmobiliarias piden cerca de 300.000 euros por un piso de un dormitorio, lo que sólo puede constituir una invitación a la especulación más descubierta. De las tecnocasas aún no se sabe nada, pero en el camino que conduce de aquí al centro las obras que tienen mayor impulso, las que siguen adelante y parecen ajustarse a los plazos previstos, aparecen reservadas casi en su totalidad a alojamientos turísticos que los visitantes podrán disfrutar una vez terminen las restricciones impuestas por la pandemia. Ya a partir de la Plaza de la Merced, la tendencia se confirma con rotundidad y se anuncian inminentes apartamentos turísticos en una oferta amplia y diversa, lo que contrasta sin remedio con la ausencia de turistas y, más aún, con la sombría proliferación de locales cerrados. La ecuación es, ciertamente, prodigiosa: tenemos a gente que ha cerrado sus negocios ante la imposibilidad de hacer frente a los alquileres, el no más tajante a cualquiera que aspire a instalarse en una vivienda salvo que se dedique al narcotráfico pero, eso sí, una amplia gama de apartamentos turísticos para los guiris que arden en deseos de volver a la Málaga de Picasso. La duda sobre si de ésta íbamos a salir mejores o no quedó despejada bien pronto, cuando, apenas decretado el confinamiento, se pusieron en marcha los resortes necesarios para garantizar que, cuando pasara la tormenta, el negocio iba a seguir exactamente donde y como lo habíamos dejado.

El pellizco que queda a cada paseo cuando contabilizas otro local cerrado encuentra por tanto un desconsuelo aún mayor en la certeza de que la única carta que ha decidido jugar Málaga para el futuro es la de los apartamentos turísticos. Tratándose de un mercado sometido a las leyes de la oferta y la demanda, poco o nada cabe decir desde el sector privado; pero dado que todos los huevos están en esta cesta, sí que convendría al ámbito público una participación directa en la cuestión si es que no quiere encontrarse una ciudad sin ciudadanos y, por lo tanto, sin contribuyentes. Donde no se puede vivir ni trabajar, lo más razonable es que no haya nadie. Ha quedado claro que la crisis no va a conducir el mercado inmobiliario a niveles más accesibles, así que una política que combine la regularización con estímulos a sectores distintos del turismo es ya no necesaria, sino urgente. De lo contrario, el paisaje que quede tras la epidemia será el mismo que tenemos ahora. Y todo el mundo se preguntará cómo es posible.

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