En la vida política española reciente, desde el caso Koldo hasta hoy, se ha despertado un nuevo interés por la relación entre vida privada y política, que está empezando a formar parte de la vida parlamentaria y del debate político nacional. Hay que decir, que la visibilidad actual de este tema, en casos muy distintos, se debe, sin duda, a un mundo comunicativo influido por las redes sociales, pero, sin duda, también a una sociedad como la española en la que la polarización dentro de un bibloquismo es máxima y se busca demostrar la falta de ejemplaridad pública y la responsabilidad política en el conocimiento o connivencia que algunos políticos han podido tener al colocar a personas muy vinculadas a su vida privada o en el conocimiento de un enriquecimiento económico dudoso y que puede ser el resultado de la influencia, directa o indirecta de la relación personal. La cuestión es clave, si estamos en casos de corrupción política.

No siempre fue así. En las democracias analógicas, el político tenía una preminente vida pública: su mundo era el Parlamento, su despacho, el lugar de ejercicio de su cargo y las entrevistas a los medios –en dichos lugares-. La vida privada no debía tener protagonismo. En algunos casos, como el de John F. Kennedy o el de F. Miterrand ni siquiera el tener una vida privada llamémosla poco convencional para un presidente, les disminuyó ni su carisma, ni su prestigio personal.

Hoy las cosas son diferentes, vivimos en ‘democracias de audiencia’, la esfera pública ha cambiado y los políticos saben que tienen que bajar a la arena del infotainment, ir a programas de entretenimiento como El Hormiguero y ser como nosotros: olvidarse de la tribuna y el despacho oficial y hablar como un ciudadano normal, con preocupaciones como cualquiera e incluso con aficiones como los demás. Además, se ha roto el principio de que en el espacio público democrático se defendían cuestiones públicas que afectaban, por tanto, al interés público, estando delimitado perfectamente espacio público y privado. Los medios han desplazado el interés público hacia un voyeurismo de la vida privada. El interés público se define por la curiosidad que ejercen los vicios o desdichas privados, además empieza a existir una colonización de lo privado en los espacios públicos. El entretenimiento, el cotilleo y el chisme parecen haber entrado también en la política, en sustitución, del debate político público y serio.

Todo ello se mezcla en algunos casos recientes. La boda del alcalde de Madrid ha despertado tantas críticas en redes, quizás porque para ser un bodón de campanillas, hubiera sido mejor optar por una discreción de la beautiful people y no por la ostentación televisada siempre menos fotogénica. El caso Ayuso es, por un lado, el resultado de una defensa a ultranza de su pareja, los acontecimientos posteriores parecen complicar la trama. Por encima de los acontecimientos hay una actitud y un estilo: ella actúa como una auténtica reina de Madrid pensando que es inmune a todo. Ese estilo chulesco y lleno de autoestima impregna todo su discurso político, también en este caso. Veremos a ver si tanto desparpajo es suficiente para hacer buenas políticas y ver cómo acaba todo esto, un típico caso en que se mezcla la vida política con la vida privada.

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