De los comunistas, ni escribo

El despótico Sánchez hace decir a los más serviles y con supuesta complacencia lo contrario de lo que debieran pensar y defender

En política, lo importante no es tener razón, sino que se la den a uno”, decía el canciller alemán Konrad Adenauer. Y algo así debe de pensar el presidente en funciones, Pedro Sánchez, respecto de la militancia de su propio partido. Lejos, muy lejos del materialismo histórico y de cualesquiera remembranzas del marxismo que alimentó los orígenes del socialismo, se han sucedido etapas en el devenir del PSOE que, desde Surennes a hoy, convierten a aquel partido en algo que no es ni siquiera sombra de si mismo, sometida su militancia a una suerte impuesta de silencio de los corderos que permite que la desmedida soberbia de su secretario general sea capaz de aliarse con quien sea menester –según declaración o proclama voluntaria– aunque las alianzas lo sean de asesinos orígenes o se manifiesten, abiertamente, como enemigos irreconciliables del estado, ese mismo que el secretario general del socialismo imperante anhela seguir presidiendo a cualquier precio y a toda costa.

Y aquí no habla ni Dios –es un decir– y a quien hable, quien se atreva a manifestarse en opinión diferente, se le corta la lengua, se le sacan las cuerdas vocales, se le proscribe, se le margina, se le persigue, se le ningunea, se le propone y expone en pública mofa y escarnio inmisericorde y se le niega como compañero por todos –o por la gran mayoría, inmensa mayoría, de los silenciosossilenciados– y complacientes supuestos ex compañeros mílites. Es duro, sí, pensar que en el PSOE ya no se habla y posiblemente poco se piense. La actitud cesarista de su secretario general ha convertido a la tripulación de aquel barco en un puñado de acallados serviles que tragan –como otrora los realistas de Fernando VII– todo lo que tengan que tragar, por muy gordo y vomitivo que pueda ser el sapo verrugoso.

Ahora sí que está siendo verdad esa advertencia, atribuida falsamente; en el inicio de la restauración democrática; a Alfonso Guerra, de que “el que se mueva, no sale en la foto”. Es un modo de encubierta tiranía que ha impuesto el despótico Pedro Sánchez que propiciando más allá del solo silencio, hace decir a los más serviles y con supuesta complacencia, lo contrario de lo que debieran pensar y defender verdaderos valedores de los derechos y las libertades que cimientan la democracia.

Así las cosas –que así muchos las vemos, sin participar de la ideología socialista y mucho menos de esta otra que ahora impera entre las prietas filas, recias, marciales que del sanchismo son– vemos, por vez primera en la historia de la democracia en España, cómo a quien gana unas elecciones generales se le ponen todos los diques posibles, buscando para alcanzar gobierno a cualesquiera que, inhumanos, dieron plomo a otros españoles, estando en libertad y esos otros que quieren ser estado aparte, inventando una historia falsa, pues nunca Cataluña fue ni reino ni nación alguna y que todo lo más llegó a siete condados, vasallos de reyes que vivían y gobernaban desde Zaragoza. De los comunistas, ni escribo nada ¿O no?

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