De todo lo dicho por Ramón Calderón en su visita a Málaga para presentar el proyecto del hotel del Puerto, que finalmente contempla 27 plantas con una altura de 116 metros en lugar de las 35 últimamente barajadas en una altura de 130, hubo un comentario que me llamó especialmente la atención: el grupo inversor catarí al que representa, dijo, sabía que no habría consenso por su ubicación, "pero el consenso es imposible en cualquier proyecto y éste sale legitimado y mejorado tras todos estos procesos". Más allá del tono displicente, resulta un tanto sui generis la acepción aquí empleada del término consenso. Uno entiende que hay un consenso cuando dos posturas enfrentadas logran establecer un acuerdo común, aunque sea de mínimos, pero aquí no ha habido acuerdo ninguno: la torre se ha situado desde el principio en el dique de Levante, frente a la Farola, porque sí, de manera impuesta y sin opción a revisión: nadie, que yo sepa, ha puesto sobre la mesa la posibilidad de que la construcción se hiciera en otro sitio. De nada han servido los informes y alegaciones de otros arquitectos, colegios profesionales, instituciones como la Academia de San Telmo, colectivos, buena parte de la sociedad malagueña y organismos como la Unesco, que advertía del carácter "irreversible" de una actuación que transformará para siempre, y no precisamente a mejor, el que es seguramente el bien patrimonial, histórico, cultural y estratégico más valioso de Málaga: su paisaje. El Ayuntamiento, la Junta de Andalucía y las demás administraciones impulsoras, además de los propios inversores, han tenido material de sobra para valorar alternativas y someter a juicio crítico el proyecto dada la profunda afección que entraña a la ciudad, algo que Málaga, tal vez, habría merecido; pero, sencillamente, no lo han hecho. Se han limitado a seguir adelante mientras han tenido luz verde y listos. Cabe recordar que la reducción en altura (sin consecuencias respecto a estos efectos duraderos) es una exigencia técnica, no un gesto de buena voluntad. Por si acaso.

Afirma Ramón Calderón, por tanto, que el consenso es imposible. Pero en realidad no lo sabremos nunca, porque aquí no se le ha dado oportunidad alguna al consenso. De manera que la posibilidad de que la torre del Puerto salga más o menos legitimada es, en realidad, irrelevante, por más que muy difícilmente podríamos hablar de legitimidad con todas las reservas y manifestaciones contrarias que han cundido y cunden en torno al proyecto. Es importante, en cualquier caso, llamar a las cosas por su nombre: seguramente Ramón Calderón quiso decir algo así como "este tipo de proyectos suelen despertar el rechazo social allí donde se plantean, pero da lo mismo: los hacemos porque el negocio es más importante que el paisaje y la historia de las ciudades". Sólo que le salió el mismo tono condescendiente del alcalde. Convendrá no olvidar que esta torre, si se hace, nació así, sin consenso de ningún tipo y con una fuerte oposición cuyas razones no fueron tenidas en cuenta.

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