Las dos leyes

Vivir es un porqué que se va, una luz que no dura, una esperanza que siempre está por llegar

Cuando tenía doce años, le pregunté a mi profesora de religión, una señora menuda y leve, cómo podía Matusalén haber llegado a los 969 años. Ella me contestó, tal vez poco acostumbrada a cuestionarse sus creencias, que eran años plutonianos, lo que hizo removerse en sus tumbas a Newton, a Einstein, a Matusalén y al mismo Dios, si supiéramos con certeza si la suya es una tumba o si sus cenizas están esparcidas por el universo.

Hay en nuestros cerebros una maraña de cables entrecruzados que nos mueven, y es fácil encontrarnos persiguiendo, al mismo tiempo, dos determinismos enfrentados: la ley de la ciencia, la ley antigua del mito. Queremos ser adultos y no dejar de ser niños. Gide escribió en sus diarios: “No soy más que un niño que se divierte y un pastor protestante que le aburre”.

A mí me ocurre. Mi curiosidad me impulsa en la búsqueda de nuevos caminos, nuevos sentidos, nuevos horizontes. Y al mismo tiempo mi desamparo o mi soledad, una suerte de inquietud o estupor calmo del que no logro desprenderme, me impide ser ateo. No me impide serlo la compleja y fría maquinaria de la mente, sino el pulso inevitable del corazón. Es tal vez por eso por lo que me fascinan figuras como la de Georges Lemaître, el físico y sacerdote belga que, sin renunciar a la fe, antes bien abarcándola, formuló la idea de un universo en constante expansión, nacido de un punto antes del cual no había tiempo ni espacio. Llevamos tiempo oyendo que el tiempo no existe. En la famosa ecuación de Wheeler-DeWitt, se constata que el universo no requiere el tiempo para funcionar. El tiempo es, como tantas otras cosas, una mentira que nos contamos, que inevitablemente esperamos y nos guía. Formamos parte de un mundo que no existe como pensamos, ni siquiera en sus más elementales ladrillos. Desde Niels Bohr, parte de la física defiende que no podemos conocer la realidad tal como es, entre otras cosas porque los instrumentos que usamos para medirla la perturban.

Nuestra historia es la de un animal que ha ido destruyéndose poco a poco. Nos hemos ido desprendiendo de nuestro lugar central en el universo, en la naturaleza, en nuestra propia conciencia. Ahora Geoffrey Hinton, uno de los mayores expertos en inteligencia artificial, asegura que tal vez las máquinas no sean conscientes, pero lo serán, y con ello dejaremos de ser los seres más inteligentes de la Tierra. Vivir es un porqué que se va, una luz que no dura, una esperanza que siempre está por llegar. Y sin embargo vivimos.

MÁS ARTÍCULOS DE OPINIÓN Ir a la sección Opinión »

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios