Los ojos del detective

De cada pretexto deriva una historia, y de cada historia deriva una verdad, como bien saben en el Kremlin

Cuenta Polibio en el tercer libro de su Historia de Roma que todos los hombres y reinos inventan pretextos que justifiquen sus actos, y que es tarea del historiador escoger, de entre todas las causas posibles con que explicar el pasado y prevenir el futuro, las más justas.

Veamos un ejemplo. Como todos ustedes sin duda saben, Aníbal capturó Sagunto y cruzó el Ebro. ¿Fue justo? Años antes Roma se había apropiado de Cerdeña y había impuesto un gravoso pago a los cartagineses, aprovechando su debilidad y sus luchas internas tras el final de la Primera Guerra Púnica. En tal caso Aníbal, que por ello odiaba a los romanos, quiso vengarse, y por ello actuó con justicia. No hay dudas.

Pero existían tratados firmados entre ambas potencias que prohibían expresamente atacar cualquier territorio aliado a Roma, así como cruzar el Ebro, que era la frontera acordada entre unos y otros. En tal caso, Cartago violó estos acuerdos, y por ello actuó sin justicia. No hay dudas.

De cada pretexto deriva una historia, y de cada historia deriva una verdad, como bien saben en el Kremlin. Los antiguos la buscaban en los oráculos de los dioses, en los dictámenes de los tribunales, en las obras de los historiadores, en las doctrinas de los filósofos. Hoy también necesitamos verdades para vivir, y a algunos de esos métodos, hoy vigentes, hemos añadido otros nuevos.

Nos fascinan, por ejemplo, las series policiacas, tal vez porque en ellas se encarna una de nuestras más viejas fantasías: desvelar la verdad, ganarnos la razón, hacer del mundo un lugar más justo. Con los años acumulamos sospechas, amarguras y concesiones, secretos y secretillos, medias mentiras y medias verdades. Y todo ello nos conforma, y aunque no lo queramos nuestros actos y omisiones dejan rastros, no siempre físicos, que pueden traicionarnos bajo la luz adecuada.

La segunda temporada de Rapa es la enésima prueba de que en Galicia saben hacer buenas series y de que la mirada del detective delata, reordena y reconstruye la realidad y, a veces, redime al culpable tanto como a los deudos. Y eso es lo que nos cautiva: la verdad, en los mundos idílicos de estas ficciones, conviene en el fondo a todos y a ella se supedita todo, con la fe con la que Pedro Crespo, el alcalde de Zalamea, justificaba su rebeldía: “Al rey, la hacienda y la vida / se ha de dar; pero el honor / es patrimonio del alma, / y el alma solo es de Dios”.

Todos somos culpables. Y en lugar del confesionario, tenemos las ficciones. Que cada cual busque los pretextos que más le convengan.

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