El que prometía ser el verano de la celebración y del fin de la epidemia ha resultado venir cargado de las mismas dudas y noticias sombrías: aquí estamos, con más de medio personal ya vacunado y en el nivel 3, con los contagios desatados y el mismo temor a asomar la patita, por si acaso. Además de caluroso por encima de sus posibilidades en virtud del cambio climático, el mes de julio está resultando largo, muy largo. Por si habíamos tirado de suficiente paciencia, va quedando claro que la normalización definitiva será lo más parecido a una quimera, que no se podrá bajar la guardia nunca, que no hay garantías absolutas respecto a la inmunidad, que habrá que volver a vacunarse, parece, de manera frecuente. Saldremos adelante, claro, pero lo haremos con esto a cuestas, igual que a lo largo de la Historia hemos incorporado otros agentes letales en el apartado menos dichoso del equipaje. Las noticias que hablan de algoritmos capaces de definir las estructuras de todas las proteínas que intervienen en la definición de lo que somos nos quedan, todavía muy lejos: serán otros los que disfruten, si es el caso, los beneficios que se deriven de tal información para la salud. Resulta pertinente, una vez digerida la evidencia, y mientras seguimos esperando la definitiva reconstitución del turismo como única escala válida y fiable, recordar los mensajes y argumentos que brindábamos en marzo del año pasado, las llamadas a la cooperación, los aplausos al personal sanitario, las redes de solidaridad, la importancia de la responsabilidad personal en pro del beneficio social, todo aquello. Porque si se trataba de dar ánimos para superar el bache, no queda otra que admitir que lo que tenemos por delante es el bache mismo. Insisto: como especie, hemos pasado por esto muchas veces y siempre nos la hemos ingeniado. La mejor virtud del homo sapiens es su creatividad e ingenio a la hora de reinventar su vida en la Tierra, eso se nos da de lujo, y si hay que buscar alternativas al turismo las encontraremos: ahí está De la Torre hecho un león a punto de lograr que Zuckerberg se traslade a Pedregalejo. La cuestión es cómo nos damos ánimos ahora, a quién aplaudimos, qué ponemos en Twitter cuando sabemos que nuestro mundo nos brinda epidemias, el calentamiento global y una desigualdad cada vez más acusada. Cómo mantener el optimismo con esta cara de tonto que se queda cuando volvemos al nivel 3.

Mucho se ha escrito ya sobre el mundo postcovid. Corresponde empezar a hablar, propiamente, del mundo covid, ése en el que vamos a vivir una buena temporada. Muchas son las ideas que se pueden poner sobre la mesa, pero cabe recordar que hemos llegado a este nuevo paradigma desde la preocupación absoluta por la seguridad que el 11-S desató en Occidente. La protección contra el terrorismo ya no parece ser tan urgente, hasta el punto de que quienes más azuzaban aquella amenaza han sido los primeros en apropiarse (a su manera, claro) del discurso de la libertad, contrapuesta en su momento al blindaje como valor irrenunciable. Quién sabe si, en este nuevo tiempo, lo que se nos exige es una superación de la desconfianza que tendría su razón de ser no en contextos nacionales ni de Estado, sino en los urbanos, ahí donde las relaciones se dan con nombres y apellidos y adquieren la forma precisa de la vecindad. Para que los otros dejen de ser el infierno hay que compartir tiempo y espacio: para eso inventaron las ciudades. Y para eso deben ser ellas las protagonistas de esta nueva era política.

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