Visto y Oído
Broncano
A Esther hay días en los que su piso se le cae encima. Comparte los apenas 50 metros de superficie con su pareja y dos perros. El mayor respiro que puede permitirse es el de "asomar la cabeza" por alguno de los dos pequeños balcones que tiene el piso. En otro tiempo no muy lejano, tanta estrechez se compensaba con el "entrar y salir constante"; en el nuevo tiempo dibujado por el coronavirus y el estado de alarma, la sensación de enclaustramiento crece de manera exponencial.
"Tiene una cocina pequeña, independiente pero no cabe una mesa para comer; un salón mediano; tiene un ventanal y un balcón en el que cabe una persona como mucho. Y luego un pequeño pasillo, otra habitación muy pequeña, donde tengo el despacho, y un dormitorio donde cabemos los dos", describe Esther el interior de su casa.
Su conclusión es clara. "El piso está bien para uno o dos pero para dos como estábamos antes, que uno entraba y el otro salía", comenta. A ello se suma que los dos trabajan, tarea que complica aún más la convivencia. "Cuando uno habla por teléfono el otro se mete en otro sitio para que no lo escuche". La pareja de Esther utiliza la mesa del salón para su trabajo, con lo que al final el salón "acaba siendo salón, despacho y de todo".
"El piso está bien para dos pero como estábamos antes, cuando uno entraba y el otro salía"
Confiesa que una de las cosas que lleva peor es lo de tender la ropa. "Es un horror; unas veces en el salón, otras nos llevamos el tendedero a una esquina"… Esther se autodefine como alguien muy casera. Aunque esa definición parece del todo inadecuada en los días actuales. "No es lo mismo estar un día o dos que estar tanto tiempo y encima trabajando; antes, cuando un estaba crispado se iba a la calle; esas entradas y salidas te permitían mitigar todo", explica.
La situación se complica mucho más cuando en esos mismos 50 metros hay que repartirlos entre cuatro y cuando de ellos, dos tienen apenas 17 y 30 meses de edad. Esta es la situación de Noelia y su marido. Su día a día es de todo menos normal. "No tenemos terraza y al vivir en una sexta planta, con dos bebés, todas las ventajas tienen rejas", comenta al describir su escenario vital.
La primera semana, en el intento de hacer más llevadero el confinamiento, aprovechaban la azotea del edificio para liberarse al menos 10 minutos. "Lo que tardaba en tender, pero como otros vecinos hacían lo mismo al final me deba inseguridad por los pequeños, que pudieran tocar los pomos o las puertas y contagiarse". Así que su particular aventura quedó cancelada.
"No tenemos terraza y al vivir en una sexta planta, con dos bebés, todas las ventajas tienen rejas"
Su marido teletrabaja desde casa desde el pasado 16 de marzo. El salón como único espacio en el que situar su particular despacho. Una alfombra permite delimitar una zona de juegos para los pequeños. "Imagina los cuatro la mayor parte del día en el salón; si él recibe llamadas se va a uno de los cuartos y se encierra para que no le molesten los pequeños", explica. "Lo del teletrabajo no es tan guay como las influencer nos hacen ver", comenta.
Lo de 50 metros cuadrados se repite mucho en Málaga. Carmela tiene la misma superficie en su vivienda. Aunque en su caso hay algunas variaciones relevantes. Vive sola y dispone de una amplia terraza que ya quisieran para sí Esther y, sobre todo, Noelia y sus pequeños. "No voy sobrada de espacio, pero tampoco me quejo", comenta. Tiene en el salón su zona de trabajo, con lo que, a pesar de lo que ella desearía, mezcla "continuamente vida laboral y personal".
Nada distinto a lo que ya hacía antes de la llegada del coronavirus. "Antes solía teletrabajar, por eso quizá llevo mejor el confinamiento". Lo de la terraza es un desahogo evidente. "Me permite salir a tomar el aire; salgo, respiro hondo, la recorro de punta a punta y observo con detenimiento los bloques de viviendas que hay a mi alrededor", explica. "Ahora todo es silencio", comenta. El bullicio pasado, localizado en torno a un bar situado en la planta baja de su bloque, desapareció casi en el instante en que se declaró el estado de alarma.
Vito, su mujer, Paqui, y su hija, Lola, pasan el confinamiento obligado por el Estado en la casa de campo que tienen en su pueblo, Cañete la Real. Su vivienda principal se localiza en Málaga capital, pero viendo lo que se avecinaba aprovecharon las horas previas a la restricción de movimientos para encerrarse en mitad del campo. Nadie a kilómetros a la redonda. El único contacto lo tienen con sus dos perras. A diferencia de Esther y de Noelia, su patio tiene miles de metros cuadrados plantados de olivos.
"Ya se rumoreaba que se avecinaba una situación desconocida a lo que estamos acostumbrados, así que coincidiendo que ese fin de semana descansaba decidimos alejarnos de Málaga y pasarlo en la casa del campo; pensamos que íbamos a estar más despejados. La sorpresa es que ese mismo sábado fue decretado el Estado de Alarma", comenta Vito.
"Somos tres y mi hija no es muy sedentaria;eso fue lo que nos llevó a quedarnos en el campo"
Asumida la nueva situación, su esposa y él pusieron los pros y contras sobre la mesa "de pasar esos días en el campo, totalmente aislados, o regresar a Málaga y pasar el confinamiento en un piso pequeño". "Somos tres y mi hija no es precisamente una niña muy sedentaria que digamos; quizás eso fue lo que nos llevó a quedarnos aquí", añade.
La gran ventaja de su elección es que al estar alejados de cualquier vecino, tienen la posibilidad de salir al exterior con absoluta normalidad. "Podemos caminar entre los olivos e incluso por la sierra colindante a la finca; pasamos el tiempo buscando espárragos y haciendo otras actividades", comenta. El efecto negativo que sí observan es que tienen más limitación a la hora de acceder al material didáctico que envían desde el colegio de Lola para que continúe con las clases. A esto se añade que Vito, que sigue trabajando, se ve obligado a desplazarse a la capital cuanto tiene turno.
Antonio vive en Rincón de la Victoria, a apenas unos cientos de metros del mar. Ocupa un pareado reformado con su mujer y tres hijos, dos de ellos de apenas dos años. A las habitaciones de las que ya disponía la construcción sumó un sótano muy amplio y un patio junto a la cocina. Estancias que se convierten en liberadoras en unas jornadas en la que pareciera que el tiempo pasa más despacio.
Estas tres experiencias vitales confirman lo que parece evidente, que el tipo de continente del que disponemos resulta esencial en un periodo en el que a las dos semanas previstas de confinamiento se le suman otras dos. Sin certeza de que dicho calendario no siga sumando días. Con la restricción de movimientos vigente solo se puede salir para lo imprescindible (hacer la compra, ir al médico, al banco o al trabajo, excepción cuestionada desde los sectores no fundamentales para hacer frente al virus).
Las posibilidades de las que gozan algunos, con patio e incluso piscina, contrasta con la media de quienes habitan en la provincia, que residen en viviendas de superficies mucho más limitadas. La única referencia oficial que se tiene sobre el parque residencial corresponde al censo de vivienda del año 2011, documento que desde el Instituto Nacional de Estadística (INE) se pretende renovar el año que viene.
Hasta que llegue ese momento, es la guía para hacer una aproximación más o menos rigurosa (desactualizada en algunos parámetros) de los inmuebles que hay en la provincia. Tomando como referencia ese punto de partida, el número de viviendas construidas estaba próxima a las 606.400, número que es seguro habrá aumentado en los nueve años transcurridos.
Conforme al parámetro original, destaca que la vivienda más habitual tiene entre 76 y 90 metros cuadrados de superficie útil, con casi 181.000 unidades del total; le siguen, por dimensiones, aquellas con entre 61 y 75 metros (120.352), y las que tienen entre 91 y 105 metros (86.519). En los extremos se cuentan 2.936 pisos de menos de 30 metros cuadrados, y casi 25.000 que superan los 180 metros cuadrados útiles.
Otro de los campos analizados en el censo es el del número de habitaciones. Tomando como referencia este detalle, la gran mayoría de las viviendas de Málaga tiene cinco habitaciones, con más de 225.000 casos; seguidas de las que tienen cuatro, con 137.421. Hay 8.800 con una sola habitación y casi 9.300 con más de nueve o más habitaciones.
La edad de construcción desvela que el parque inmobiliario de la provincia es relativamente joven. Del global de viviendas, casi 138.000 fueron ejecutadas entre los años 1971 y 1980, etapa proclive al desarrollismo, mientras que 116.000 lo fueron entre 1981 y 1990 y otras 99.000 entre 1991 y 2001.
Para el decano del Colegio de Arquitectos de Málaga, Francisco Sarabia, el confinamiento va a hacer que "volvamos nuestra mirada sobre las formas de habitar, sobre la manera que tenemos de usar nuestros lugares de residencia y los más íntimos espacios donde pasamos, ahora, todo nuestro tiempo".
"Cuando se establecen las normas de diseño de las viviendas no se piensa en una situación como ésta; dejando a un lado las viviendas de alto nivel, la mayor parte del parque de vivienda se ajusta a un modelo de vivienda familiar con espacios mínimos, dimensionados para el número de habitantes de la misma en función de los dormitorios”, admite.
La nueva realidad, en la que se relacionan confinamiento y las características de las viviendas, "está dando lugar a situaciones conflictivas entre la ciudadanía, al no poder disfrutar cada uno de espacios propios y de suficiente tamaño".
Sarabia valora que a diferencia de lo que sucede en el norte de Europa, las condiciones climáticas de España hacen posible que los edificios tengan terrazas, balcones y azoteas, lo que "ayuda a sobrellevar el confinamiento". Sin embargo, esta bondad climática supone a su vez "una debilidad, puesto que la construcción de las viviendas no es tan exigente, ni de tanta calidad como en climas más extremos".
"Debemos aprovechar esta mala experiencia para extraer consecuencias para un nuevo modelo de vivienda, propongamos nuevas formas de habitar"
A juicio del decano de los arquitectos, la apuesta clara por el teletrabajo en la actual crisis "aportará una nueva visión de las viviendas para el futuro inmediato y la forma de diseñar las venideras, y quien sabe si de la forma de comercializarla". "Debemos aprovechar esta mala experiencia para extraer consecuencias para un nuevo modelo de vivienda; aprovechemos también lo que está sucediendo ahora para proponer nuevas formas de habitar y de entender la forma de relacionarnos”, valora.
Los datos estadísticos dibujan una realidad incuestionable, que subraya, en un estado tan excepcional como el actual, la importancia de la vivienda que habitamos. Aunque el modo en que afrontamos el confinamiento tiene mucho de relación con lo psicológico, la trascendencia del elemento material es incuestionable. Disponer de un número de estacias suficientes, en las que, por ejemplo, centrar la labor profesional, y de espacios pensados para la liberación, se antojan esenciales en un estado tan excepcional como el actual. Seguramente siempre, pero más aún estos días de encierro colectivo, los metros importan y mucho.
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