Visto y Oído
Emperatriz
Málaga/A través de su bóveda acristalada entra en el templo una luz que llama a la esperanza. Se respira paz y cierto optimismo al ver cómo se prepara el templo de nuevo para recibir a los feligreses en la misa. Es el primer paso de muchos, porque en la parroquia de El Salvador, en la barriada de Santa Paula, saben que todavía quedan grandísimas dificultades que sortear.
Volver a la actividad eucarística, con todas las medidas de seguridad que conlleva y de adaptación a las normas sanitarias, cuenta ya con un plan trazado para que “se haga bien, que vengan a celebrar la fe de una manera segura”, como explica el párroco Miguel Ángel Criado.
El aforo total de esta iglesia es de 400 personas, pero por el momento van a permitir que entren en misa unas 70. Ya en la Fase 1, la eucaristía se celebra de lunes a sábado a las 19:30 y los domingos as las 10:00 y a las 12:00.
Mercedes Berrio, responsable del equipo de protocolo de seguridad, relata cómo será el sistema. “Las puertas estarán abiertas para que no se toquen los pomos y dos voluntarios recibirán a la gente y les dispensarán gel hidroalcohólico”, explica. También se asegurarán de que entran con la mascarilla puesta.
Habrá un felpudo impregnado en lejía para desinfectar las suelas de los zapatos y una vez dentro de la iglesia, otras dos personas ayudarán a los asistentes a sentarse, desde los primeros bancos hacia el final. Si son personas que acuden solas se podrán sentar tres por banco y si viene una familia grande ocuparán uno solo. Delante, detrás y en el lateral, tendrán filas vacías para que se respete la distancia de seguridad de dos metros por todos los lados.
Las lecturas las hará una sola persona, la paz se dará mediante la inclinación de la cabeza y en el altar estará el cura en solitario salvo en el momento de la comunión, el punto más conflictivo de la ceremonia. Unas franjas amarillas en el suelo del pasillo central marcan dónde tiene que aguardar su turno cada persona que se acerca a comulgar.
“Antes de salir cada uno debe desinfectarse las manos con el gel que traiga de casa y salen por orden de banco cada tres personas, manteniendo las distancias marcadas y con la mascarilla puesta”, explica Gema García, responsable de la Pastoral de la Salud. La forma la reciben con las manos, nunca con la boca, y cuando llegan a su banco por los pasillos laterales, se vuelven a lavar las manos con el gel, según indica García.
Al finalizar la eucaristía, se retirarán en primer lugar los bancos más pegados a la salida. Allí se realizará la colecta y se volverá a ofrecer gel hidroalcohólico a los asistentes. Los voluntarios también ayudarán a que el desalojo del templo sea ordenado y que no se formen los típicos corrillos de amigos.
“Los voluntarios vamos a llevar una identificación para poder asistir a la gente en lo que necesiten”, agregan Mercedes y Gema, que junto con otros miembros del equipo parroquial han instalado en cada banco que se puede usar unos folios que marchan el lugar exacto en el que sentarse.
Para la confesión, se ha habilitado un confesionario con un reclinatorio con cierta distancia o también se puede confesar en los bancos según las separaciones marcadas. “Cuando todo acabe entrará un equipo de limpieza a desinfectar todo, desde el altar y el sagrario a los bancos, la entrada, los suelos, el micrófono, todo”, comentan.
También explican que no podrá haber coro, tan sólo una persona que toque la guitarra y los que lo deseen cantarán desde sus respectivos sitios. Todas las instrucciones para celebrar la misa con seguridad se enviarán a la feligresía mediante whatsapp y se colgarán en las redes sociales de la parroquia.
“Tenemos un grupo grande de gente mayor y como la dispensa dominical se sigue prolongando, le hemos recomendado que no venga, el virus todavía está ahí”, comenta el párroco. Miguel Ángel sabe bien de lo que habla porque durante dos meses ha estado visitando enfermos de Covid en los hospitales malagueños. Pero la verdad es que está deseoso de recibir de nuevo a sus feligreses.
“Echas mucho de menos el contacto constante y permanente con las personas del barrio y de la parroquia, se echa de menos a los mayores que tanto nos dan, la alegría de los niños, las vivencias de los grupos de matrimonios, el jaleo de la catequesis”, apunta el cura. Miguel Ángel ha estado retransmitiendo en directo, por Facebook, la misa de los domingos. También el Tríduo Pascual y se ha continuado con la catequesis a distancia. Las misas de la semana las ha celebrado en soledad aunque “llevas en el corazón a mucha gente”.
Pero esto no quiere decir que el templo haya estado cerrado. Todo lo contrario, sus puertas han seguido abiertas para atender las necesidades más urgentes. Más de un centenar de personas cosieron en las primeras semanas 12.000 mascarillas que se repartieron por residencias de ancianos, albergues y entre vecinos. También se han realizado entregas de lotes de productos alimenticios y de menús elaborados para dar respuesta a las peticiones que llegaban a Cáritas Parroquial.
“Desde el primer día supimos de la magnitud de la crisis social y económica que esto va a suponer y no solo a las familias que normalmente atendemos desde Cáritas, sino a muchas más, es muy duro ver la situación que están pasando vecinos del barrio, así que este confinamiento lo hemos vivido con preocupación e impotencia porque la ayuda es limitada”, afirma Miguel Ángel.
Para él, lo más importante de su trabajo es acompañar a la persona en un camino que va a ser difícil. También tendrá momentos felices, como cuando puedan recuperar las más de 180 comuniones que quedaron aplazadas este mes de mayo.
La Cáritas Parroquial de El Salvador trabajaba con 47 familias en riesgo de exclusión antes del 13 de marzo. Dos meses después ya son 99. “Se han duplicado, muchas han venido por primera vez, gente que vivía con cierta estabilidad pero que se han visto sin cobrar nada durante estos dos meses, sin dinero para comprar lo básico”, explica Gustavo Luque, el director de la entidad en la parroquia.
Llegaron un aluvión de peticiones de ayuda y todas reclamaban lo mismo, alimentos. Así que se repartieron unos 1.000 menús y 300 lotes de productos gracias a dos donantes anónimos. En la colecta especial del Jueves Santo recaudaron unos 10.000 euros con los que han podido asistir a los más desamparados. “Hay muchos que no saben a dónde acudir ni cómo conseguir una ayuda”, agrega Gustavo.
“Llevo muchos años aquí y nunca había visto esto, llegan llorando, desesperados y necesitan una respuesta de forma inmediata, nos hemos visto totalmente desbordados e impotentes por no poderles dar la respuesta que necesitan”, concluye. Pronto llegarán las peticiones de pago de suministros y de alquiler.
Desde la Diócesis de Málaga se hizo la petición. Se necesitaba a capellanes de hospitales que visitaran a los cientos de enfermos aislados que pasaban los peores momentos de la pandemia en aislamiento. Miguel Ángel Criado y otros once compañeros ejercen desde hace dos meses esta labor. Primero compaginó sus visitas en el hospital Quirón Salud y en el Hospital Clínico Virgen de la Victoria. Luego también compartió turnos en el Hospital Regional de Málaga. “Lo que solicitaban era una oreja grande para que se les escuchara, para encontrar consuelo y desahogo, para entablar un diálogo”, explica el párroco de El Salvador.
“Al creyente se le ofrecían los sacramentos, la comunión, la unción de enfermos y a los que no lo eran un espacio para charlar de sus miedos, de sus inseguridades, para expresar sus dudas sobre su futuro y el de sus familias”, agrega el cura. También han intentando hacer un acompañamiento a las familias. “Hemos tratado de humanizar esa situación tan difícil, de tender la mano a las personas para que puedan abrir su corazón y procurar para los que estaban peor que se acercaran a la muerte reconciliados, con paz y con dignidad”, añade el sacerdote.
Sus visitas hospitalarias los han acercado también al personal sanitario “que nos han abierto las puertas y nos han ayudado tanto, ha sido una relación muy bonita”, confiesa. Y apunta que en toda esta crisis “la gente que ha estado dentro de los hospitales ha vivido una cosa y en la calle se ha vivido otra”. Así que igualmente los profesionales, agotados hasta la extenuación en los momentos más álgidos del contagio, encontraron en los capellanes hombros en los que descargar un poco el peso.
“La situación de los enfermos ha sido de desvalimiento total, había que estar con ellos”, estima Criado. Para evitar el contagio, los capellanes han tenido que seguir el mismo protocolo que el personal sanitario, vestir el equipo de protección individual y seguir el ritual de desinfección posterior. “Había mañanas que te tirabas tres horas con el EPI puesto y luego otro turno de tarde para poder atender a todos”, comenta Criado. Con su labor junto a los enfermos y el resto de compromisos con la parroquia y los vecinos del barrio, en el confinamiento “no he tenido ni tiempo para aburrirme”.
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