El régimen del alumbrado
Navidad en Málaga
Sin autobuses en el Parque, sin cortes de tráfico y sin Antonio Banderas, pero con mucha gente, Málaga inauguró este viernes su alumbrado navideño con la mayor discreción posible para evitar aglomeraciones
La posibilidad de hacerse un 'selfie' atrajo a numerosos vecinos a la calle Larios
Vídeo: Málaga enciende su Navidad más melancólica
Málaga/La inauguración del alumbrado navideño celebrada en Málaga este viernes entrañó, en gran medida, un viaje en el tiempo a aquellos a años, en realidad no muy lejanos, en que todo consistía en encender las luces y poco más. De hecho, el Ayuntamiento evitó cualquier tipo de convocatoria y renunció a comunicar la hora del encendido para evitar aglomeraciones, en correspondencia con la lucha contra la epidemia del coronavirus. Finalmente, el Bosque de la Navidad de la calle Larios prendió a las 17:30, cuando aún era de día, para evitar un indeseable efecto Big Bang y para pillar de paso las tiendas abiertas antes del cierre obligado de las 18:00. La reacción a esta hora por parte de quienes pisaban el centro, más preocupados por terminar con las compras antes de la clausura, resultó de una general indiferencia, si bien el sonido de los villancicos llamaba la atención de algunos. Eso sí, algo más tarde, a partir de las 18:00, caída ya la noche, se reunía una afluencia notable en la calle Larios que, sin apuntar a la saturación, ofrecía una estampa considerablemente nutrida de la mano de los vecinos que habían acudido al enclave para hacerse el imperdonable selfie de todos los años, principalmente en familia. El respeto a las deseables distancias de seguridad brillaba por su ausencia, pero no se dieron aglomeraciones ni bullas que impidieran el paso. A la misma hora se encendía el resto del alumbrado navideño del centro: en la Alameda los protagonistas eran quienes esperaban los autobuses de vuelta, mientras que en Alcazabilla, por ejemplo, predominaba igualmente una impresión general de retirada con las compras bajo el brazo. Las glorietas de Albert Camus y Manuel Alcántara estrenaban sus respectivos alumbrados sin que hubiera demasiada gente para celebrarlo, aunque siempre quedaban los árboles gigantescos de Molina Lario, la Plaza de la Constitución y la Plaza de la Marina para quien quisiera consuelo. Sí, de alguna forma cualquiera hubiera dicho que estábamos inaugurando la Navidad de 1998, con la humareda de los puestos de castañas como distintivo y los quioscos de algodón de azúcar incluidos. O a la mejor resulta que la ambientación navideña de las ciudades consiste precisamente en esto y aquí andábamos más atentos a otras cosas.
Porque si la puesta de largo del atrezzo navideño se había convertido en los últimos años en un espectáculo sin parangón, en un festín inabarcable, lo que toda este año es un alumbrado puesto a régimen, sin aglomeraciones, sin colapsos que pillen a los políticos por sorpresa, sin cortes de tráfico, sin la desesperación al borde de un conflicto armado entre quienes se veían atrapados en el Paseo de los Curas, sin Antonio Banderas como ejemplar maestro de ceremonias y sin los espectáculos pirotécnicos y atronadores que hacían temblar los muros y las ventanas del centro en cada uno de los tres pases convenidos para cada tarde, sustituidos ahora por cándidos e inocentes villancicos que, como mucho, están cantados en inglés. Aquella ciudad que competía con Lugo en volumen y despliegue, que creyó que lo suyo era emular a Times Square hasta hacerse intransitable e incómoda, se conforma ahora con que quede claro, al menos, que ya mismo es Navidad. En cualquier caso, no se puede pedir mucho más con un toque de queda impuesto a las 22:00 y con los bares y tiendas cerrados a las 18:00. Con un horizonte sin Cabalgata de Reyes Magos, este alumbrado venido a menos, aunque no por ello menos hermoso, llega teñido de melancolía. Seguirá el alumbrado cada noche con las calles vacías, al menos durante un trecho, cuando la autoridad considere que cada mochuelo debe volver a su olivo.
Eso sí, en la inauguración del alumbrado se respiraba también cierto aroma a resistencia, a considerar que, por encima de todo, la Navidad es un tiempo de celebración y que por eso se adornan las ciudades. La misma resistencia se hacía visible en la calle Larios, en las risas de los niños que correteaban alegres, en las manos trenzadas, en los amiguetes venidos del barrio a ver el número, en la complicidad de abuelos y nietos, en los gestos de buena voluntad expresados bajo las mascarillas, con los ojos bien abiertos y la esperanza alzada en las miradas. No tuvo el dispositivo policial congregado que emplearse muy a fondo para evitar desgracias, y tal vez en esto quedó demostrado hasta qué punto ha transformado el coronavirus nuestros hábitos sociales: aunque llegó a congregarse un público abundante, la mayor parte de los transeúntes mostraban especial cuidado para no arrimarse demasiado a los desconocidos. Qué le vamos a hacer, así nos ha pillado este alumbrado, taciturno, a dieta, conforme, con los dedos cruzados y la cabeza puesta en la Navidad de 2021. Por más que ya sepamos que tampoco entonces la normalidad será la que creíamos.
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