Totalán: Memoria de Julen, un año después

Un año sin Julen

En su enclave de la Axarquía, el pueblo parece haber pasado página y haber conquistado la normalidad a la que aspiraba, aunque el olvido definitivo es imposible

Este lunes se cumple un año del suceso

Panorámica de Totalán, un año después del 'caso Julen'.
Panorámica de Totalán, un año después del 'caso Julen'. / Javier Albiñana

Málaga/Al llegar al pueblo, los primeros que salen al encuentro en la carretera son los perros. En esto, nada ha cambiado. Triscan y olfatean alegremente en su territorio y se quedan mirando al coche solitario que hace acto de presencia. Un poco más adelante, en el cruce con el camino a Olías, un hombre de rostro cobrizo y arrugado, vestido con un jersey de lana y un pantalón de pana raído, guía a su mulo, obediente y sumiso, por la cuneta. Hay un silencio monacal que sólo el paso de la acémila acierta a romper, con mansa discreción. Justo aquí se alza la colina a cuya espalda se encontraba el pozo, muy cerca de un antiguo dolmen funerario orientado al sol. El mismo pozo al que hace un año, el 13 de enero de 2019, cayó el pequeño Julen, y de donde fue rescatado sin vida doce días después. Por entonces, este mismo enclave era un hervidero de periodistas, agentes de la Guardia Civil y los más diversos profesionales implicados en el rescate de Julen. Por esta estrecha vía subían los trailers que trasladaban la pesada maquinaria necesaria para una de las operaciones de ingeniería más asombrosas que ha conocido la provincia de Málaga en muchos años, con la implacable lógica del reloj en contra. Ahora, no hay nadie. O casi: sólo este hombre, su mulo y los perros transitan por la quietud del paisaje. Para quienes vivieron el suceso en primera persona, el regreso a la curva que conduce a la finca sólo puede resolverse con un nudo en el estómago. Más allá de la calma, nada ha cambiado: el paraje, a esta altura, en plena frontera de la Axarquía, se revela algo más seco como consecuencia de la escasez de lluvias. Por lo demás, sólo silencio. Para observar la transformación que la operación dejó para siempre en el cabezo, hay que subir hasta Olías y otear desde allí: visto desde arriba, el paisaje demuestra, todavía, hasta qué punto fue atravesado con la esperanza de que un niño que pasó tantos días y tantas noches oculto en sus entrañas saliera con vida. Pero al mismo borde de la colina, en cuyo ascenso se localiza la finca donde sucedió la tragedia de Julen, la naturaleza parece haber congelado aquellos instantes.

Los adornos navideños resisten aún en las calles del pueblo.
Los adornos navideños resisten aún en las calles del pueblo. / Javier Albiñana

En la dirección opuesta, el largo Paseo de la Salud conduce hasta el corazón de Totalán. En esta mañana fría y despejada apenas hay tres vecinos que sacan a sus perros o pasean plácidamente al arrullo de los pájaros. En este mismo mirador lucieron en su momento pancartas, carteles y mensajes de apoyo a Julen, a su familia y a los implicados en el rescate. Ahora, la desnudez despierta un cierto desasosiego ante la imposibilidad de olvidar aquellos hechos. Lo que acontece, poco a poco, es un pueblo en plena rutina y absoluta normalidad, que ha seguido su propia historia durante este año y que ha intentado despegarse del sello de una pesadilla difícil de gestionar. Una vecina que ha llegado hasta aquí con su perro pregunta, casi sorprendida: “¿Ha pasado ya un año? Es tremendo lo rápido que corre el tiempo”. Y, sin más apreciación, sigue su camino. No hay mucho más que decir, y es lógico. Los vecinos de Totalán se desvivieron hace un año para atender a todos los que acudieron tanto para rescatar a Julen como para informar sobre el suceso, abriendo las puertas de sus casas, repartiendo termos de café y bocadillos, acompañando a quien lo necesitara en horas intempestivas, bajo el gélido enero. La generosidad de aquellos hombres y aquellas mujeres da buena cuenta de la nobleza de este pueblo, pero todos dejaron entonces bien claro que se habían convertido en objeto de un protagonismo que ni habían buscado ni, por supuesto, deseaban. Una vez hallado el cuerpo sin vida de Julen, retirado todo el dispositivo y guardados los días de luto decretados, dado además que ni el niño su familia eran naturales del municipio, el objetivo primordial era la recuperación de la normalidad: la atención puesta aquí desde medio mundo había señalado a Totalán en el mapa en virtud de una causa que, del primero al último, todos los vecinos habrían preferido evitar. Pues bien, esa normalidad es palpable y rotunda un año después: no hay en todo el pueblo un solo testimonio que recuerde el suceso. Ni carteles, ni leyendas, ni mensajes, ni crespones, ni un ramo de flores. La casa en la que quedaron los padres de Julen acogidos mientras se llevaba a cabo el rescate, justo al término del Paseo de la Salud, ya cerca del casco urbano, es ahora una casa más entre las primeras ganadas al monte. Otra vecina que cruza la rotonda contigua apunta su particular impresión a modo de sentencia definitiva: “En aquellos días lo pasamos todos muy mal, pendientes de cómo iba a terminar todo. Fue una pena. Pero la vida sigue. Ya no podemos hacer nada”.

“Fue una pena, pero la vida sigue. Ya no podemos hacer nada”, sentencia una vecina
Aspecto actual de la colina donde se localizaba el pozo al que cayó Julen.
Aspecto actual de la colina donde se localizaba el pozo al que cayó Julen. / Javier Albiñana

De que la vida sigue da testimonio el eco de voces infantiles que llega desde el colegio. Y ahora, como entonces, queda un regusto agridulce después. La construcción de la urbanización contigua al polideportivo parece haberse estancado, lo que refuerza la impresión de tiempo detenido. Aunque han pasado algunos días desde la llegada de los Reyes Magos, las calles lucen todavía la decoración navideña con deseos de felicidad para propios y extraños. En la siguiente rotonda, que da la bienvenida a los visitantes, y donde puede admirarse el monumento a Antonio Molina realizado por Jaime Pimentel, los bancos están vacíos y apenas se pasea media docena de hombres con las manos en los bolsillos. Algunas mujeres cruzan, solitarias, con una prisa un tanto impostada. En los jardines anexos, dos operarios proceden a una depurada poda. En el edificio que queda a la espalda, una mujer cubierta con un hiyab ha tendido la ropa en el balcón. Muy cerca está el bar en el que los periodistas que cubrieron el suceso buscaban café, respiro y avituallamiento. Ahora está tranquilo: tres hombres toman café en la puerta y otros tres lo hacen en el interior, mientras ven en la televisión un programa que mezcla amarillismo, morbo y debate político. Todos ellos llevan los zapatos y los pantalones manchados de barro: han venido del campo, o de la obra, a disfrutar de un breve descanso antes de regresar a la faena. Alguno de ellos estaba también aquí hace un año, cuando el mismo televisor seguía al dedillo toda la actualidad del caso Julen. El silencio ahora es el mismo, aunque la tensión es, por supuesto, menor.

El bar Arriba y Abajo, verdadero centro social y neurálgico de Totalán.
El bar Arriba y Abajo, verdadero centro social y neurálgico de Totalán. / Javier Albiñana

Dos mujeres llegan desde la Plaza de la Constitución uniformadas con chalecos de la Junta de Andalucía. Parecen hacer un seguimiento de la limpieza del pueblo, que es, desde luego, meritoria. Una placa recuerda muy cerca la concesión de un premio de manos de la Diputación Provincial a Totalán por sus labores de embellecimiento. En el Ayuntamiento, a cuyas puertas se guardara hace un año un minuto de silencio roto por la avidez de lágrimas de algunos reporteros nocivos de la televisión, se percibe el trajín cotidiano de la tarea administrativa. Tampoco aquí queda resto de los signos y lemas que en enero de 2019 invocaban el apoyo, la fuerza y la esperanza puesta en que Julen saliera con vida. A un paso, la Torre del Violín y el Mirador del Zagal conservan su hermosura templada, quieta, solitaria. También desde aquí se escucha el rumor de los niños que cumplen con su jornada escolar en el colegio. Queda la certeza de que nadie en Totalán podrá olvidar la historia de Julen, que sacudió a los vecinos y atrajo los ojos de miles de personas en varios continentes. Pero sí se puede decir que, con una herida inevitable, el pueblo ha logrado la que hace poco menos de un año era su mayor aspiración: pasar página, mirar al futuro, aspirar a un desarrollo legítimo sin leyendas negras. “Queremos que se nos conozca por lo bueno que tenemos”, se limita a decir un vecino ya jubilado que comparte banco y conversación con un compadre. Hay argumentos de peso: los camaleones, los cultivos ecológicos, la hermosura de un paisaje que desde su altura se abre al mar como en un abrazo inmenso. A la vuelta, los perros siguen en los márgenes de la carretera. Tampoco el olvido ha podido con ellos.

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