El Cementerio Inglés (de Málaga)
Calle Larios
Que el entorno de Saint George se vea obligado a cerrar por falta de fondos dice mucho de la acusada incapacidad de esta ciudad de distinguir las mejores oportunidades con las que cuenta
Málaga/Entre las abundantes paradojas que tienen que ver con Málaga destaca, con mucho, la que tiene que ver con su identidad: la ciudad presume de su carácter hospitalario y abierto, multicultural e inclinado a la contaminación; y lo hace con motivos fácilmente verificables a lo largo de la Historia. Al mismo tiempo, a esta Málaga le cuesta a menudo la misma vida reconocer como propios elementos que son suyos por derecho cuando los mismos se salen, digamos, de cierta norma; y más aún, tristemente, cuando estos elementos entrañan oportunidades que por costumbres nocivas y enquistadas pasan inadvertidas. Un ejemplo de libro es el Cementerio Inglés, cuya construcción comenzó en 1831 y del que el Gobierno británico se desvinculó en 1903. Desde entonces, todo el recinto, su suelo y cuanto contiene es tan malagueño como Huelin o el barrio de la Victoria; sin embargo, persiste cierta percepción común que identifica el enclave como una especie de intruso anacrónico, un pedazo de algo ajeno caído aquí por los caprichos del destino. Tanto es así que Saint George estuvo abandonado a su suerte durante más de un siglo: fue en 2007 cuando se constituyó la fundación que desde entonces se encarga altruistamente de su gestión y su cuidado, un organismo que cuenta con los Consulados Británico y Alemán como patronos natos (dado el lugar de origen de buena parte de quienes guardan descanso entre sus muros) pero que se sostiene sin ayudas públicas de ningún tipo. Ahora, la imposibilidad de ingresar los 30.000 euros anuales que cuesta el mantenimiento del cementerio ha obligado a mantenerlo cerrado de lunes a viernes, una medida que, para colmo, la epidemia del coronavirus ha impuesto con carácter inmediato y más allá de los problemas económicos, con las puertas cerradas a cal y canto hasta, al menos, el próximo día 17. Las reacciones vertidas estos días por distintos portavoces públicos refuerzan esta impresión: el Cementerio Inglés es un agente anómalo e incómodo despachado con los hombros encogidos. Nadie sabe muy bien qué hacer con él.
Recuerda Victoria Ordóñez, miembro esencial de la fundación, que el Cementerio Inglés se sostiene casi exclusivamente a base de donaciones, las visitas y las actividades culturales a las que sirve de sede, “aunque muchos malagueños desconocen, por ejemplo, que los columbarios están a disposición de todos los ciudadanos. Muchos nos preguntan todavía si hay que ser anglicano para poder hacer uso de ellos, así que tenemos que incidir en que este servicio está disponible para quien lo desee”. Los columbarios tienen reservados desde hace algunos años un hermoso jardín que cuenta ya con varios moradores. Uno de los últimos en llegar fue Miguel Romero Esteo, que descansa en el Cementerio Inglés junto a figuras tan insignes como Jorge Guillén, Gerald Brenan, Gamel Woolsey, Robert Boyd, algunas víctimas del naufragio de la fragata Gneisenau y otros menos conocidos y hasta bizarros como el escritor finlandés Aarne Haapakoski (cabe recordar que sólo el incumplimiento de su última voluntad por su parte de sus herederos impidió a Hans Christian Andersen guardar aquí el sueño eterno). El Ayuntamiento de Málaga, recuerda Ordóñez, es la institución pública que “más sensibilidad” ha mostrado con el camposanto, financiando intervenciones parciales y urgentes como la reconstrucción de algún muro. De hecho, la Fundación Cementerio Inglés trabaja actualmente en un proyecto compartido (y ya aprobado) con el Jardín Botánico de la Concepción por el que Saint George recuperará su jardín original. Pero esas intervenciones esporádicas no son suficientes para garantizar no ya el futuro, sino el presente del Cementerio Inglés: “Hablamos de un entorno de 8.000 metros cuadrados situado frente al Hotel Miramar. La cantidad de oportunidades que pueden derivarse de aquí a nivel turístico y cultural es enorme”, explica Victoria Ordóñez, quien expone a las claras la solución idónea: una fundación pública. Ni más, ni menos.
De hecho, resulta incomprensible que este testigo único de la Historia, el primer cementerio anglicano construido en la Península, catalogado como Bien de Interés de Cultural, no cuente ya con un instrumento de gestión abiertamente público que garantice la aportación anual de 30.000 euros que necesita para su supervivencia. El retorno económico y de marca que puede generar esta inversión, irrisoria (¿cuánto invierte el Ayuntamiento cada año en proyectos cuyo retorno es dudoso cuando no nulo?), puede ser mayúsculo. El Consistorio está perdiendo aquí otra oportunidad única para hacer una Málaga mejor. Así que al lío: ya vamos tarde.
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