En la Málaga de papel
Calle Larios
Ahora uno sale a comprar el periódico con espíritu clandestino, como si hiciera algo malo, como en busca de una sustancia ilícita por la que habrá de rendir cuentas en caso de ser descubierto
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Málaga/Cerró Paco su quiosco en el barrio y aquí estamos, con los dedos cruzados para que se recupere pronto y, en todo caso, haga después con su quiosco lo que crea conveniente. Apenas quedan un par de sitios donde se puede comprar el periódico, tres si me apuran, que resisten contra viento y marea. Una vecina que lleva un año viviendo aquí al lado me contaba que la primera vez que salió a buscar el periódico en nuestra calle sufrió algo parecido al síndrome del delincuente: iba preguntando a los transeúntes por un quiosco de prensa hasta que tuvo la impresión de que hacerlo la señalaba de algún modo, con lo que continuó la exploración por su cuenta, de manera tan disimulada como diligente. Y, sí, es cierto, uno va a comprar el Málaga Hoy con espíritu clandestino, con la contraseña bien aprendida, como si, de desvelarse el asunto, tuviéramos que rendir cuentas en algún interrogatorio a lo 1984. Bien mirado, no se crean, hay motivos si nos ponemos escrupulosos: para qué vas a comprar un periódico en papel si puedes leerlo en tu móvil en menos que canta un gallo, para qué insistir en el dinosaurio analógico e impreso, tan contaminante y tan poco comprometido con el medio ambiente, cuando la solución digital y portátil permite una lectura mucho más limpia, exenta de emisiones. A estas alturas ya cuesta encontrar el periódico hasta en los bares, donde hasta no hace mucho había que guardar cola o rifárselo, y qué coraje daba encontrártelo pintarrajeado o con el pasatiempo resuelto. Paradójicamente, cuando haces una entrevista y sale publicada en tu periódico, al entrevistado de turno le hace siempre especial ilusión hacerse con un ejemplar, así que te pregunta interesado cuándo sale o te pide directamente que le mandes uno si no va a estar en Málaga; cuanto menos, quiere saber cómo ha salido la cosa en su página, la misma que podríamos manchar de café durante el desayuno. Gracias a la edición digital uno se sabe leído en cualquier sitio, pero la edición impresa conserva un caché aún notorio, un prestigio reservado al ecosistema primario al que la susodicha va dirigida. Cuando esta vecina me contaba su odisea para encontrar un quiosco en el barrio, me confesó igualmente que, una vez que consolidó la práctica de ir cada mañana al mismo punto para hacerse con su ejemplar, comenzó a conocer el barrio con mayor plenitud y a sentirse vecina por derecho. Y yo me acordaba de cómo, durante el confinamiento, el ejercicio de bajar cada día al quiosco a por el Málaga Hoy ofrecía una conexión firme con la ciudad de siempre, con todo aquello que se había clausurado y que esperábamos recuperar cuanto antes, por mucho que pudiéramos leer las noticias en el último dispositivo del mercado. Un servidor lee hoy sus periódicos en papel y en la pantalla, mantiene sus suscripciones y al mismo tiempo pasa por caja para mancharse los dedos; pero mantengo el convencimiento de que, por mucho que las ediciones digitales funcionen a la perfección como contenedores de noticias en relación significativa, el periódico en papel constituye el medio más claro, organizado, directo, fiel y democrático para informarse.
Más aún, ir por ahí con el periódico bajo el brazo, leerlo mientras tomas un café en el bar que quieras o a bordo de un autobús de la EMT, constituye una oportunidad para la conversación, para la práctica cívica, para el contraste de puntos de vista, así como para la guasa, el ingenio, el talento, la picaresca y la ironía. Cuando abres el diario en papel te expones y el otro puede distinguir fácilmente lo que estás leyendo, la cabecera de tu ejemplar, hasta la firma del autor del artículo; pero justamente ahí, en esa participación de plaza pública, se cimenta la normalización de la convivencia entre contrarios que corresponde a nuestro sistema político y social. No sería descabellado establecer una conexión entre la lectura cada vez más discreta, reservada, veloz, acrítica, elemental, dispersa y hacia adentro de la información digital, en la que al lector cada vez le resulta más fácil discriminar para incorporar en exclusiva los mensajes que justifican y sostienen sus propios intereses, y un clima político cada vez más armado en torno a la sospecha, la criminalización del adversario, el rencor sin paliativos y la recuperación de valores profundamente deshumanizadores como signo trilero del progreso. En el contexto local, no sé qué nostálgico insecto me habrá picado esta vez, pero creo que los periódicos en papel facilitan una cierta construcción de vecindad, de comunidad en torno a la actualidad y de ciudadanía responsable, o al menos consciente, que el consumo digital, por interno, diluye sin remedio. No teman, mi delirio no llega demasiado lejos: no hay más posibilidad que la de afrontar el último capítulo, asumir que la prensa en el quiosco tiene sus días contados, que el público afín al formato da sus últimos coletazos y que ya estamos en otra cosa, pero también sé que, en el siglo XXI, Don Quijote leería periódicos, se mancharía los dedos, arrugaría las páginas después de darles varias vueltas y anotaría en sus márgenes números de teléfono, direcciones, nombres y apellidos, citas, recetas, listas de la compra e ideas para un poema.
De modo que aquí yace esa pequeña resistencia que va cada mañana al último quiosco en busca de la dosis más urgente, esa reducida cofradía tripona y trabajosa, que rehúye el atajo y la vía fácil, a la que se le caen el pelo y más cosas, tan pasada de moda, que resopla extenuada cuando termina de subir la escalera y que otorga a lo escrito en un papel la misma fiabilidad que al viejo apretón de manos. Quienes la integran saben que el periódico, servido de esta manera, mejor con un café y el pitufo a juego, conserva uno de los placeres más notorios de la civilización occidental. Y saben también que informarse despacio significa informarse mejor (Festina lente, advirtió Marco Aurelio). Que la velocidad del scroll en las redes sociales es inversamente proporcional al calado que el presente, en el que tanto hay en juego, exige a quienes se informan. Esto no va ya (afortunadamente) de apocalípticos ni de integrados, sino de la postura que cada cual decida tomar. Y a lo mejor nos convendría encontrarnos en la más sosegada.
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