Málaga: lo legal y lo cívico
Calle Larios
La lección aprendida respecto a Villa La Atalaya es rotunda: cualquier inmueble que carezca de la protección legal suficiente será derribado, tarde o temprano
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Málaga/A estas alturas sale casi a devolver la afirmación de que el Camino Nuevo es uno de los rincones más hermosos de Málaga. Uno se las puede dar de original, pero no, a todo el mundo le gusta este paseo en el que el tiempo se detiene con otro regusto, más hondo y a la vez más ligero. Especialmente cuando cae la tarde y el sol se dispone completar su declive, los matices aquí son alucinantes, con colores difíciles de encontrar en otros barrios entre el deslizar del cielo y la excepción de los árboles. En sus aceras conviven atletas domésticos, paseadores de perros, vecinos de toda la vida, extravagantes bucólicos heridos de melancolía, turistas despistados, trepadores de alto poder adquisitivo y también chavales que prolongan hasta aquí sus escapadas vespertinas. El paisaje conforma así una isla escarpada que ha conservado las formas propias del arrabal de la ciudad antigua, tan preservado como intervenido. Pero basta salir a patearla para comprender hasta qué punto encontramos aquí una Málaga a buen recaudo de la lógica combustible del turismo efímero y de saldo. O eso creíamos. La contemplación del derrumbe de Villa La Atalaya, en el número cinco del Paseo Salvador Rueda, justo el muro que tanta memoria había acumulado durante todo un siglo, entrañó hace unos días un trago amargo y duro de asimilar. Sobre todo porque indica, o confirma, una tendencia asentada de manera amplia respecto a la transformación de Málaga y su perfil, resuelta ya a cara descubierta, sin medias tintas. Por mucho que en Monte Sancha encontrásemos ya un batiburrillo informe de casas centenarias y construcciones más recientes embutidas sin excesivas concesiones al entorno, tal y como sucede en la mayor parte de las calles del centro, lo que tenemos aquí es una sustitución directa que no entiende de valores patrimoniales, que niega cualquier consideración a la arquitectura que ha logrado hacer frente al paso del tiempo y que conserva, por un tanto, un carácter testimonial elevado. Nada de esto tiene, a día de hoy, el menor sentido. Pero, además, el caso invita a considerar de qué modo la administración pública se atiene a lo estrictamente legal para pasar por encima de la identidad cívica y su cultura. No hace mucho, uno de los promotores de la candidatura de Málaga a la Expo 2027, con quien coincidí en un seminario organizado por la Unesco, defendió que no había riesgo alguno de que la ciudad viera erosionada su identidad en los próximos años. Sería interesante que expusiera ahora los mismos argumentos.
La lección ha quedado bien aprendida. Cualquier edificio que no cuente con la debida protección legal ni la catalogación correspondiente será derribado, independientemente de su historia y de su valor arquitectónico. Con todas las promotoras inmobiliarias que han puesto a Málaga en su punto de mira, con la vivienda pagada a precio de trigo y con tanto apartamento turístico por rentar, en un contexto de barra libre a la que absolutamente nadie se atreve a poner límites, las conclusiones difícilmente podrán ser otras. El Ayuntamiento entendió hace unos años que Villa La Atalaya era susceptible de merecer protección. Pero el informe de un solo arquitecto, tal y como denuncian los vecinos, ha bastado para determinar que, en términos legales, el inmueble carecía de méritos suficientes para tal catalogación. Así que, dicho y hecho: apenas un par de parpadeos después, la piqueta hacía su trabajo sin muchas contemplaciones. Todo legal, por supuesto. Si no existe protección administrativa, es lo que hay. En algunas tertulias digitales urdidas al respecto salió, como sale siempre, el derecho inalienable de la propiedad: si la casa te gusta, cómpratela. Si no, el propietario podrá hacer con ella lo que le venga en gana. Y ahí, afortunadamente, gracias a un régimen al que siguen llamando liberal pero al que convendría ir reconociendo como vampírico, ni el Ayuntamiento, ni la Junta ni la madre que los parió tienen nada que decir. Así que todos contentos: quien tenga la oportunidad de llevarse su tajada con la operación, se la llevará. Es absurdo traer a colación argumentos como la memoria y la identidad. Para qué. Porque en esto consiste la segunda gran lección que hemos aprendido: si puedes pagarlo, si salen las cuentas y quienes todos sabemos se llevan lo suyo, cualquier otro argumento quedará convenientemente descalificado. En esto consiste la gran transformación de Málaga: sólo queda al alcance de quien se la pueda pagar. Los demás tendrán que conformarse con una ciudad cada vez más fea, menos singular, con menos servicios, mucho menos amable y mucho más cara. Si queríais sostenibilidad, aquí la tenéis.
Porque ya no se trata de que el Ayuntamiento pudiera haber intervenido y haber garantizado una solución para la supervivencia del inmueble, incluso para una explotación turística o residencial que hubiera conservado el edificio en sus líneas fundamentales, si es que de verdad creía hace dos años que Villa La Atalaya merecía una protección por su valor histórico. Se trata de que, mientras no haya impedimentos normativos, porque aquí todos somos muy honrados, cualquier edificio es susceptible del escombro, ya sea la casa natal de Cánovas del Castillo, ya sea el último corralón de la Trinidad. Málaga quería su historia de éxito y se mostró dispuesta a pagar el precio, que no era otro que la ciudad misma. Muy pronto, cuando hayan levantado el último bloque en Monte Victoria y no tengamos más que cubos ruinosos manchados de calima, habrá quejas porque no nos quedará nada que enseñar a los turistas. Pero seguirán preguntando si es que acaso queremos volver a lo de antes. Al pasado truculento y sombrío, lleno de delincuentes y gentes de mal vivir, del Camino Nuevo y sus casas centenarias, el señorío de sus fachadas, la umbría fresca de la tarde y el mar en los ojos. Tan escrupulosos han sido con la ley que se han llevado la ciudad en una bandeja de plata. Y casi da escalofríos pensar cómo se ha denunciado el civismo en esta ciudad por ser contrario al progreso. No pasa nada. A ver si sube el Málaga a Segunda y se templan un poco los ánimos.
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