Málaga: quedarse fuera

Calle Larios

Sería interesante que, a cuenta de la sostenibilidad, el desarrollo tecnológico y lo que ustedes quieran, se empezara a considerar de una vez la exclusión como un asunto político, no caritativo

Quién me presta una escalera

La exclusión hace su trabajo en silencio y con la mayor eficacia. / Javier Albiñana

Málaga/La portada de Málaga Hoy del pasado viernes encerraba una paradoja colosal, un espejo presentado al mundo contemporáneo dotado de matices capaces de desafiar al tiempo y a la razón. Dos espíritus, dos siglos, dos hemisferios colapsaban en primera página: por una parte, el titular del día celebraba la mejor tasa de empleo desde 2008 en la provincia, con 700.000 ocupados (el mejor dato histórico) y sólo un 15% de parados. Por otra, la foto de la jornada ilustraba la nueva campaña de Cáritas, que advierte de un crecimiento de la exclusión social con una especial incidencia entre las mujeres y los mayores de 55 años: más de 130 personas duermen en la calle en la capital malagueña y más de 1.600 en situación de vulnerabilidad han requerido atención en el último año. Es muy posible que la condición relativa al motor económico de Andalucía refuerce estos contrastes en Málaga, si bien podemos extraer de este paisaje cualidades representativas a niveles mucho más amplios: nos han tocado estos tiempos en los que el aumento del empleo, el primer indicador económico y el más fiable, se da en paralelo al de las personas sin hogar. Es decir, las variables que hasta hace dos días se mostraban siempre antagónicas ahora son complementarias, lo que revela que contar con un puesto de trabajo ya no nos exime del riesgo de perderlo todo, al menos con la fiabilidad tradicional. Es cierto que en lo relativo a la exclusión entran en juego otros muchos factores además del poder adquisitivo, pero también lo es que para las personas abocadas a situaciones frágiles e inestables, en cualquier sentido, el creciente clima de incertidumbre entraña a menudo una agonía explosiva de muy difícil digestión. Si nos quedamos en lo evidente, y también es un signo de estos tiempos extraños la necesidad de volver a subrayar lo que es claro como el agua, sólo podemos concluir que los salarios, salvo los de una minoría que no tiene que preocuparse de estas cosas, ya no bastan para garantizar algo tan fundamental en cualquier contexto democrático como el derecho a la vivienda. Que el acceso a otros derechos inalienables como el que tiene que ver con la salud se haya complicado de manera desorbitada en los últimos años, mientras las políticas inclinadas a su parcelación y exclusividad parecen ganar el favor acrítico y entusiasta de las corrientes mayoritarias en la opinión pública, tampoco ayuda precisamente a que cualquiera pueda sentirse seguro por mucho que haya opciones de trabajar ahí fuera, por mucho incluso que añadamos otro contrato al currículum. La estacionalidad, lo sabemos, es en Málaga una cuestión clave y de hecho los ciclos consecuentes ya estaban más o menos consolidados entre las familias, pero, de nuevo en virtud de la evidencia, una nómina no representa ya el pasaporte a la inclusión. Y es aquí donde podemos empezar a preocuparnos.

Al ciudadano le queda la ligera sospecha de que la exclusión no constituye un dolor de cabeza en el gobierno municipal

O, quizá, ocuparnos. Esto es, hacer política. Porque al ciudadano corriente, al mismo que compra el periódico y se toma un café en el bar, sólo le puede quedar la ligera sospecha de que la exclusión no constituye precisamente un dolor de cabeza en el gobierno municipal. El hecho de que Málaga haya sido incapaz de encontrar una solución digna a Los Asperones tantos años después nos sitúa ante una premisa harto significativa, pero si los más desalmados podían conformarse con una exclusión periférica, fuera de la vista y del alcance, quienes se ven abocados a la calle no distinguen entre el corazón y las afueras a la hora de buscarse la vida. Basta dar una vuelta por la Plaza de la Marina, Cortina del Muelle, Cristo de la Epidemia, San Andrés, Portada Alta y otros enclaves para admitir que, efectivamente, la exclusión ha crecido en los últimos años y que, si introducimos criterios de edad y género, se ha cebado sobre todo con los mayores y las mujeres. Podemos hacer como que la presión inmobiliaria ejercida a menudo de manera violenta contra estos colectivos en las últimas décadas no ha tenido nada que ver, que la imposibilidad material de hacerse con un techo tampoco es tan grave, que 130 personas a lo mejor no son tantas, aunque si comparamos los datos proporcionales con los de otras capitales andaluzas entonces a lo mejor sí podemos hacer sonar alguna alarma; o podemos, quién sabe, trasladar esta coyuntura al corazón mismo del debate municipal y actuar desde ahí, a ver qué pasa. Si es que consideramos que una sola persona desplazada a la calle, condenada a quedarse fuera, ya es un recuento inadmisible en cualquier sociedad democrática y civilizada. Luego están, claro, los que no entran en estos balances porque duermen bajo techo. Si algo define a la exclusión es su mutabilidad, su capacidad de trabajar a niveles cada vez más amplios con procedimientos cada vez más silenciosos.

Habría que partir de la base de que la exclusión social es incompatible con la misma idea de sostenibilidad

Porque no se trataría únicamente de dotar de más presupuesto, relevancia, capacidad y autonomía a los servicios sociales. Ni de poner en marcha más campañas solidarias destinadas a fomentar la caridad. Málaga se merece que la erradicación de la exclusión pase a ser considerada un eje transversal, presente en todas las decisiones y tenido en cuenta en todos los proyectos. Si la definición de esta ciudad pasa por la sostenibilidad y el desarrollo tecnológico, habría que tener previstas las herramientas que contribuyeran a erradicar la exclusión desde estas directrices. Málaga se abonó con demasiado entusiasmo a un modelo basado en la explotación y la especulación que ha dejado fuera a demasiada gente, y no podemos permitirnos el lujo de volver a vernos en lo mismo cuando ni siquiera sabemos cómo meter mano al problema. Habría que dejar bien claro y afirmar con la mayor rotundidad, por lo menos, que la sostenibilidad pasa por generar los mecanismos suficientes que garanticen el acceso de todos a los derechos fundamentales y que la exclusión social es incompatible con la misma idea de sostenibilidad, tanto como las soluciones urbanísticas basadas en la destrucción medioambiental y el abuso indiscriminado de los recursos naturales. De todo esto, sin embargo, no se habla tanto en los debates públicos ni en los proyectos más cacareados por el gobierno municipal. Igual es que no se trata tanto de ganar una ciudad sostenible como de lograr que el mismo pelotazo de siempre aparente una mayor legitimidad a la vez que el sector energético y el financiero multiplican sus beneficios. Pero no vayamos a ser mal pensados.

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