Quién me presta una escalera
Calle Larios
La iniciativa de crear en Málaga ‘objetotecas’ en las que cualquiera pueda hacerse por un rato con un taladro, un martillo o vaya usted a saber qué cacharro, reviste posibilidades insospechadas
De quién es Málaga
Málaga/Ya que la confesión de las verdades incómodas vuelve a estar de moda, al menos a un cierto nivel literario, ha llegado la hora, por qué no, aquí mismo, quién se atreve, de admitir mi pésima relación con el bricolaje. Más que pésima, directamente nula. La sola idea de clavar algo en la pared, aunque sea una chincheta, me inmoviliza y dispara mis pulsaciones hasta registros intolerables. Percibo cada mueble, cada objeto, cada pieza ensamblada, cada recuerdo de Santiago de Compostela, cada instrumento que hay en mi casa, por no hablar de las casas ajenas, como tesoros de incalculable valor que, en mis manos, se romperán sin remedio, así que si hay que fijar una alcayata o montar una estantería soy de esos que se quedan mirando, o zangoloteando, esto es, yendo de acá para allá con tal de dar la impresión de que se está colaborando cuando en realidad se escurre el bulto. Si me ven con una escalera en la mano es que voy a regar una planta o a cambiar una bombilla: fuera de estas posibilidades, mejor no me busquen. Cuando vamos a Leroy Merlín, a Ikea o alguno de estos sitios terribles, Manuela se desenvuelve feliz, como pez en el agua, con su cinta métrica y sus cálculos bien apuntados, pero yo me contraigo como si fueran a expulsarme de un momento a otro, como si el hecho de que encontrarme en tales dominios entrañara la comisión de un delito por mi parte, cual refugiado sirio en Budapest; así que me concentro en cargar con los bultos, lo único que se me da bien aquí, y en salir de allí cuanto antes mientras pongo toda mi atención en las conductas ajenas y en las conversaciones en las colas armadas frente a las cajas, por si encuentro alguna chispa reseñable para el Calle Larios del domingo. Comprenderá el lector, entonces, que la noticia de la próxima apertura de objetotecas en Málagaobjetotecas, propuesta por el grupo municipal de Unidas Podemos y aprobada en el Pleno, me pilla fuera de juego. Porque se trata, parece, de poner a disposición de los ciudadanos locales en los que se podrán tomar prestadas herramientas de uso doméstico, lo mismo un guarrito que una llave inglesa, para su uso inmediato siempre que sea necesario. La medida tiene que ver con lo que los de UP llaman “economía circular”, con un argumento interesante: la adquisición de instrumentos de este tipo entraña un gasto a menudo considerable que no se traduce posteriormente en un uso consecuente, ya que las herramientas en cuestión apenas protagonizan algunos minutos de empleo práctico en las vidas de sus dueños. De este modo, su disposición pública permite equilibrar de manera razonable los gastos e ingresos de los cada vez más mermados bolsillos de las familias. No está mal. Ya sólo falta que podamos devolver los vidrios de las botellas que compramos en el súper.
De la iniciativa se deducen también otras consecuencias deseables: si es usted aficionado a estas tareas y cuida sus cacharros como oro en paño, ya podrá dirigir al cuñado de turno que viene cada sábado a gorronearle los mismos a la objetoteca y salir airoso del trance, anda, hermoso, ve que allí te lo prestan. En fin, que todo está muy bien, pero para un negado del calibre de un servidor tales ingenios no aportarán cambios significativos. Resulta atractiva, eso sí, la definición de un lugar donde se prestan cosas. Sólo faltaría que el encargado de turno nos pidiera a cambio nuestra alma, a lo Fausto, o como en una novela de Stephen King, aunque el alma y algo más es justo lo que te demanda la Gerencia de Urbanismo si se te ocurre mover ficha para que abran algo tan poco apropiado como un parque. Lo ideal sería que el Ayuntamiento inaugurara objetotecas en las que se pudiera pedir prestado el Santo Grial, la llave del Kremlin, el desodorante de Mario Vargas Llosa, el pendiente de Lola Flores, el caldero de Merlín, el rascador de espalda de Alejandro Magno o la última tuerca del Apolo XI. En la novela de ciencia-ficción Picnic a la vera del camino, de los rusos Arkadi y Boris Strugatski, la gente intenta descifrar la utilidad de ciertos artilugios abandonados en la Tierra por los extraterrestres tras una visita fugaz, como neandertales que bichearan en un smartphone. Proyectos como el de las objetotecas nos recuerdan que por mucho que pongamos todos los huevos en la cesta tecnológica, seguimos necesitando esos otros utensilios en los que nadie repara precisamente porque siguen siendo la solución para no pocos inconvenientes. Una repisa en una pared es una necesidad que un taladro nos soluciona. Así de fácil. Que las cosas comunes que hay en cualquier trastero no vayan a sumar muchos puntos para la Exposición Internacional de 2027 no significa que no sean importantes ni que merezcan una intervención de lo público. No en vano diversas ciudades españolas y europeas llevan años ofreciendo servicios similares con satisfacción general. De hecho, adivinen dónde se encuentra la clave de la sostenibilidad real de los territorios.
Exacto: en las costumbres domésticas, en los ritos familiares. En los pequeños gestos que definen el día a día en cualquier casa. A cuenta de la proyección de Málaga como ciudad modélica para el presente y el futuro y como referente internacional de lo que usted quiera, nos hemos acostumbrado a acudir a remedios globales, caros y complejos para solucionar problemas que, en gran medida, dependen de los hábitos de la ciudadanía. La mayor parte de las cuestiones más acuciantes, de la crisis energética al cambio climático, tienen su resolución más eficaz ahí, en los cambios que los vecinos están dispuestos a introducir en esos hábitos para descartar los menos provechosos y adoptar los más oportunos. No se trata de pedir más sacrificios a los contribuyentes, sino de desplazar el foco de la atención política y financiera desde el gran escaparate hasta ámbitos mucho más concretos y próximos a las mismas necesidades de los ciudadanos: los barrios, los distritos, los tejidos vecinales, las comunidades de cercanía reforzadas en el intercambio material e intelectual. Ese mundo que se parte la cara por su supervivencia y que es capaz de la mayor generosidad (¿Fue en Málaga donde se llevó a cabo una movilización ciudadana para recuperar una librería incendiada?), al que sin embargo la praxis política sólo se dirige a tenor del provecho partidista de turno. Afirmó Immanuel Kant: “Mira de cerca. Lo bello puede ser pequeño”. Tal vez las objetotecas, con este nombre tan feo que les han puesto, le parezcan a cierta mayoría cosa de chufla. Pero a lo mejor se encuentra en ellas un principio de acción capaz de cambiar determinados procesos en la orientación deseada. Esperemos, en cualquier caso, que presten algo más que destornilladores. Si no, ya me dirán a qué va a ir uno.
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