Málaga, capital Benidorm
Calle Larios
Más allá de la cuestión patrimonial, es interesante la consideración de la ciudad como un lienzo en blanco, carente de historia e identidad, sobre el que se puede aplicar cualquier modelo
Málaga: 2+2=5
Málaga/Lo bueno de la comparación que en el encuentro organizado por la cadena SER hizo el ministro de Cultura, Miquel Iceta, entre la torre del Puerto y la Sagrada Familia al señalar que la segunda también contó en su día con un amplio rechazo social, es que se comenta por sí sola. Así que, salvo en lo que respecta al orgullo del arquitecto (un servidor, desde luego, estaría muy orgulloso), no hay mucho más que añadir, señoría. Más miga ofrece el otro referente puesto sobre la mesa por el ministro para recordar que los proyectos de esta envergadura pueden causar cierta polémica al principio, si bien luego, por lo general, son objetos de amplia aceptación: Benidorm, según Iceta, fue en su momento “como una maldición”, pero hoy en día "es señalado como modelo para países que buscan un desarrollo turístico denso". El señalamiento del municipio alicantino como espejo posible para el desarrollo urbano de Málaga sí entraña una cuestión peliaguda, ya que apela de forma directa a dos elementos esenciales para el futuro inmediato de la capital de la Costa del Sol: el turismo y la construcción en altura. Y lo cierto es que Iceta tiene razón cuando apunta a Benidorm como solución cada vez más preferible entre arquitectos y urbanistas de distinto pelaje ante los problemas asociados al crecimiento turístico, como la gentrificación y la insostenibilidad medioambiental. En el ensayo colectivo Benidorm: ensayo y error, publicado hace unos años por la editorial Barrett, los arquitectos Carlos Ferrater y Xavier Martí afirmaban en un artículo revelador: “Cabe preguntarse si el modelo de Benidorm no ha resultado ser uno de los más sostenibles del litoral español por aspectos como el poquísimo territorio consumido, apenas unas pocas hectáreas, o la bajísima utilización del transporte privado”. La temprana apuesta por la altura, pionera en el mapa nacional, se tradujo en una contención urbanística que frenó lo que de otra manera habría sido una extensión devoradora de la costa. Benidorm ha seguido siendo, más o menos, lo que ha sido siempre, sin renunciar a su definición de emplazamiento turístico popular y accesible, económico y, por qué no, democratizador, frente al toque jet set de la Costa del Sol, y seguramente en esto consiste la sostenibilidad. La referencia que hace Iceta a la “densidad” no es, por tanto, baladí: si se trata de preservar el patrimonio medioambiental de Málaga, la acumulación de construcciones en altura, aunque sea en la misma playa, podría ser la respuesta. O esto, insisto, parecen apuntar algunos urbanistas. Un poco como cuando Francisco de la Torre señaló que las torres de Repsol contribuirían a frenar el cambio climático más que un bosque urbano porque evitarían una notable cantidad de desplazamientos en coche. La mejor opción para la sostenibilidad parece pasar entonces por incorporar lo que no tenemos y, a lo mejor, tampoco necesitamos.
Las paradojas son siempre interesantes. Y en Málaga se nos dan de lujo. A las declaraciones del señor ministro se les podrían plantear algunas objeciones. Uno creía hasta ahora que el modelo urbanístico de Benidorm constituía el mayor emblema del desarrollismo franquista, desplegado sin muchos miramientos hacia la preservación medioambiental, y que si el mismo modelo ha logrado acaparar puntos en lo que a sostenibilidad se refiere ha sido más a cuenta de su obsolescencia que de una planificación al respecto. Y no parece que la obsolescencia temprana sea una posibilidad contemplada por nuestra amable Gerencia de Urbanismo. De todas formas, el señor Iceta tiene a su disposición otros modelos de construcción en altura frente al litoral muy cerquita, en la misma Costa del Sol, sin necesidad siquiera de hablar del Algarrobico, y puede hacerse una idea del precio medioambiental que se ha pagado, y que seguimos pagando, a cuenta de la perpetuidad del desarrollismo primario. En cualquier caso, no es difícil considerar que los riesgos que correría Málaga al asumir una directriz semejante, aunque sea por mera contaminación territorial, serían demasiado graves. Por otra parte, también podría ser divertido discurrir en torno a las cualidades propias del no lugar que se dan en Benidorm, pero, con tal de conservar cierto pragmatismo, convendría recordar que en nuestro querido municipio vacacional se levantó un monumental templo al turismo, con rascacielos chulísimos, donde antes, poco más o menos, no había nada (exactamente igual que en otras muchas localidades del litoral español). Y que proponer el mismo modelo a una ciudad como Málaga sólo puede delatar una ignorancia de fácil remedio o un sentido del humor que, en tal caso, aplaudiremos con entusiasmo.
O a lo mejor sí que podemos darle la razón al ministro de Cultura en este punto. Porque sigue siendo interesante el modo en que Málaga se considera a sí misma una especie de lienzo en blanco, sin historia, sin memoria ni identidad, sobre el que puede aplicarse el modelo que se nos venga en gana, ya sea Abu Dabi, Benidorm, Nueva York o el que usted quiera. Claro que Málaga necesita construcciones en altura e infraestructuras turísticas, pero no como en Benidorm, ni como en Barcelona, sino como se necesitan en Málaga, con sus particularidades, su perfil, su definición urbana y su patrimonio cultural y medioambiental. No puede dar lo mismo plantear una ejecución como la de la torre del Puerto en terrenos donde nunca ha habido nada que hacerlo en una ciudad con un recorrido como la nuestra, si es que ese recorrido sirve para algo. Y en términos de sostenibilidad, protección patrimonial, salud medioambiental y sentido común, un rascacielos como el planteado en el Puerto no es la opción más idónea para la bahía de Málaga, lo que no quiere decir, tal vez, que no podría serlo para otro sitio. El problema es que en Málaga nunca ha habido un debate al respecto, un empeño en lograr una definición mínimamente consensuada, una cuenta pendiente que, me temo, el Plan Estratégico no puede contar entre sus logros. Todo ha consistido en poner el suelo a disposición de los inversores y cruzar los dedos. Esa tarea de definición está por hacer y, quién sabe, quizá estamos a tiempo de acometerla. Aunque sea para reírnos un rato cuando venga un ministro a decirnos que Benidorm es el camino.
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