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Málaga/La manifestación convocada el otro día a las puertas del Conservatorio Superior de Música de Málaga me pilló de sorpresa, pero me acerqué a comprobar el ambiente y allí estaban: los estudiantes se declararon en huelga indefinida por la falta de personal y están dispuestos a hacer todo el ruido que haga falta hasta que sus reivindicaciones sean atendidas. Entre las reivindicaciones figuran, atención, la contratación de personal administrativo que garantice, entre otras cosas, la correcta matriculación de los alumnos; la limpieza a fondo de las instalaciones y la rehabilitación de determinadas zonas, especialmente las cabinas donde los futuros maestros pasan encerrados la mayor parte del día. Quienes conocemos el centro, aunque sea de refilón, sabemos que la presencia de cucarachas en aulas y cabinas dejó de ser extraña hace tiempo, al igual que el desprendimiento de fragmentos del techo y otros accidentes sin importancia. Si comparamos las condiciones con las que estos estudiantes hacen su trabajo respecto a prácticamente cualquier otra institución educativa, y si somos lo suficientemente honestos, únicamente cabría hablar de agravio. Un agravio bien feo. Pero tampoco es nuevo, ni mucho menos, el maltrato dirigido desde la administración a las enseñanzas artísticas y a los incautos que deciden dejarse tentar por sus encantos. En una ciudad como Málaga, con sus orquestas y su actividad musical, resultaría consecuente afirmar que no tenemos el Conservatorio Superior que nos merecemos ni de lejos; pero, de alguna forma, hemos aprendido a interiorizar que esto tampoco es importante. Que lo que cuenta es la próxima gran compañía tecnológica que decida abrir aquí su sede y, de paso, contribuir al pelotazo inmobiliario. Si alguien está tan fuera de sus cabales como para estudiar música a nivel profesional en semejante nido de bichos y humedades, allá él, o ella. Pocas veces el poder político se ha expresado tan a las claras a la hora de distinguir entre ciudadanos de primera y de segunda.
Mientras tanto, la Junta de Andalucía ordenaba la clausura del Centro de Ciencia Principia a sólo seis meses de su 25 aniversario. Difícilmente podría actuarse con una oportunidad simbólica más afinada. Lo hacía esta vez de manera soterrada, sin decir esta boca es mía. No como cuando, en 2019, amenazó con salir del consorcio gestor y, ante la reacción ciudadana, tuvo que salir el entonces consejero de Educación, el recordado Javier Imbroda, a dar explicaciones. El cierre, eso sí, sigue ahora el mismo principio: la Junta pretende sustituir este consorcio por un nuevo órgano de gestión diferenciada para Principia. La bondad de esta sustitución estaría por ver, pero, de momento, lo que sí sabemos es que del medio millón de euros que prometió la Junta para el centro no se ha vuelto a saber nada más, así como del interés del alcalde, Francisco de la Torre, en aglutinar en Principia las numerosas colecciones privadas en materia científica contabilizadas en Málaga para su exposición pública. El futuro del centro es un enigma, pero sería mucho más fácil dilucidar cuántos jóvenes malagueños han decidido estudiar ciencias tras recibir en este espacio los estímulos adecuados de manos de sus profesionales, muy a pesar de que las condiciones han distado por lo general de ser las más favorables. Mientras tanto, del planetario del Campamento Benítez nada sabemos desde hace tres años. Quien quiera estímulos, tendrá que buscarlos en otra parte. El doloroso precedente del Aula del Mar empieza a parecerse poco a un suceso puntual y demasiado a una dejación planificada.
Pero no hay que alarmarse: por mucho que algunos hosteleros se lamentaran de que nadie quería trabajar de camarero, Málaga se adjudicó este verano un nuevo récord en el sector con 100.000 contrataciones. El mensaje al respecto suena cada vez menos confuso y empieza a parecerse mucho a la advertencia que nos lanzaban nuestros padres y abuelos cuando la memoria del hambre se mostraba aún más álgida: para qué vas a meterte a músico, a científico o cualquiera de esas profesiones que exigen tanto estudio con tan poca salida profesional si puedes dedicarte a tirar cervezas a los turistas. Lo interesante, insisto, es la naturalidad con la que la Málaga que se empeñó en lucir el apellido cultural ha asumido que sus ciudadanos no se merecen estas instituciones educativas. A cambio, tenemos una cultura cada vez más hipersensible, ensimismada, impostada, conforme con su degradación, que confunde el discurso con la catequesis pero que cuenta, eso sí, con un impacto mediático notable; una cultura que olvida que la misma cultura es trabajo, estudio, siembra, barbecho, paciencia y respeto, no la oportunidad de sentirnos muy especiales porque hemos contribuido con nuestra presencia a la agenda artística del momento. Presumir de que nuestros músicos y científicos triunfan luego en los mejores teatros y laboratorios del mundo es muy fácil. Lo difícil es poner los medios adecuados para que el talento que Málaga es capaz de generar arraigue aquí primero. Pero se supone que esa es justamente nuestra responsabilidad. Ante la manifestación de los estudiantes a las puertas del Conservatorio Superior de Málaga no había más remedio que mostrar la mayor solidaridad, pero también lamentar una soledad que, en materia educativa y artística, empieza a pesarle demasiado a esta ciudad. Por lo menos, salvo que decidas poner tierra de por medio cuanto antes, las instrucciones para buscarte la vida aquí son meridianas. Pobre del malagueño que no tenga una startup que vender al gigante de turno.
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