Málaga: nada es casualidad
Calle Larios
Sería razonable considerar que una ciudad recomendable para los nómadas digitales lo sería también para sus ciudadanos, por los mismos motivos, pero entonces viene la letra pequeña y lo fastidia todo
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Málaga/Este verano he pateado muchos caminos en las Españas, no siempre con la impronta machadiana que uno hubiese querido para salir más interesante en las fotos pero, en fin, no todo en la vida va a ser cazcalear a bote pronto. Aquí y allá he ido con mi portátil porque he tenido trabajo que hacer, a Dios gracias. He cumplido mis tareas en espacios perfectamente dotados a tal efecto mientras mi familia se daba un baño en la playa, a un tiro de piedra, pero también en alguna cafetería que otra y hasta en recintos sin wifi que han puesto a prueba mis datos móviles. Consciente de que, de tal guisa, parece uno lo que el vulgo llama un pringado, cabía encontrar no obstante cierto consuelo en el mal de muchos: y es que, donde quiera que entrara con el ordenador a cuestas en busca de una mesa suficientemente apartada y sin el hilo musical demasiado estridente, encontraba por lo general a otros dos o tres incautos absortos frente a sus pantallas, con una mano en el vaso lleno de cubitos de hielo y la otra sobre sus teclados alumbrando, qué sé yo, informes trascendentales, balances a vida o muerte o, un poner, algún guion cinematográfico de seguro éxito, en cualquier caso documentos mucho más importantes que mis tonterías de tres al cuarto. De estos abnegados profesionales, ellos, invariablemente, andaban entre los treinta y los cuarenta, eran calvos o lucían un corte de pelo muy apurado, vestían camisas estampadas, bañadores chillones y chanclas llenas de arena; ellas, bastantes menos en número, aparentaban más edad y disciplina, vestidas como si no se hubieran alejado mucho de la oficina pero con igual gesto de resignación tras sus gafas de diseño. En una de estas meriendas me dio por pensar en los nómadas digitales, de los que últimamente se está hablando tanto en Málaga, aunque, como sucede con los extraterrestres, nadie está seguro de haber visto uno. Y, bien, si se trataba de definir a tales como gente que va con el trabajo en remoto donde les place, pues allí estábamos, maldita sea. Quiero decir, casi siempre se habla de nómadas digitales como visitantes exóticos, tocados por un aura excepcional, inalcanzables, pero al final, como sucede en las mejores novelas, el monstruo es uno mismo. ¿Acaso no estaba yo haciendo a cientos de kilómetros de mi casa el trabajo por el que me pagan gracias a las nuevas tecnologías de la comunicación? Y los que pasaban aquella tarde conmigo en el bar en iguales menesteres, ¿no cantaban tres cuartos de lo mismo, por mucho que tuvieran su residencia oficial en Madrid, en Salamanca o en el Condado de Treviño? A lo mejor nos dedicamos a observar con fascinación propia de exploradores un objeto más común que el tenedor en la mesa. ¿Quién no se lleva el curro incorporado a donde sea cuando hace falta? Y entonces, lector, me quedé muy tranquilo: tanto tiempo queriendo encontrar a un nómada digital y resulta que todos jugamos en el mismo equipo.
Hice entonces, llevado por la procrastinación, una búsqueda en Google y el chasco, claro, cundió enseguida. No, llevar por ahí mi ordenador para acabar mis encargos no me convertía en nómada digital. Para empezar, tengo familia y en el verano me dedico a reservar cada día algún rato al trabajo mientras ellas están de vacaciones. En relación con lo anterior, soy autónomo, de los de toda la vida, así que no tengo a ninguna gran empresa tecnológica detrás a la espera de mis geniales ideas, sólo a clientes que confían en que les entregue mis rollos en el plazo estipulado, aunque sea en el mes de agosto. La decepción definitiva llegó cuando entré en la pestaña de imágenes: según el buscador, los nómadas digitales, casi siempre varones, son jóvenes, atléticos, solteros, sin hijos, muy sonrientes, intrépidos, senderistas, sensibles con el reciclaje, amantes de la cultura y las gastronomías locales, tienen una dentadura perfecta y ni un solo pelo fuera de sitio, así que ya me dirán. Para estas cosas, siempre hay que mirar la letra pequeña. Miré a mi alrededor y caí en la cuenta de que seguramente aquellos mendrugos, como yo mismo, llevaban una hora intentando mandar un correo electrónico sin estar convencidos del todo de saber cómo se hace. Los nómadas digitales, los de verdad, son efectivamente ejemplares raros de ver porque a poco que un ser humano del montón se tope con uno se verá colmado por el deseo de secuestrarlo o casarse con él, es decir, de hacerlo sedentario para los restos. Los demás, bueno, tiramos adelante como podemos, al margen de tales perspectivas de éxito. Al final, lo de ser nómada digital es como las buenas familias: sólo tiene sentido hablar de ellas cuando te ha tocado una en suerte.
De vuelta a Málaga, encontré que la ciudad ocupaba el segundo puesto en un ranking internacional de la consultora inmobiliaria Savills respecto a las ciudades más atractivas para nómadas digitales en todo el mundo. Málaga quedaba sólo detrás de Dubai y por delante de Palma, Barcelona, Miami, Dubrovnik y un buen puñado de paraísos fiscales como Islas Caimán, Barbados y Santa Lucía. Las variables tenían en cuenta criterios como la conectividad aérea, los precios del alquiler de la vivienda, la calidad de vida y la velocidad de la conexión a Internet, parámetros en los que Málaga sale particularmente bien parada. A uno le daría por pensar al ver estos parámetros que lo que hace atractiva a una ciudad cualquiera vale también para sus ciudadanos: a todo el mundo le gusta la calidad de vida, poder acceder a una vivienda, que el wifi funcione de manera razonable y tener un aeropuerto desde el que puedes volar a muchos sitios. Pero resulta que si atiendes a otros rankings, como los que tienen que ver con las zonas verdes, los espacios públicos o la crisis climática, en los que no se hace distinción entre usuarios estables o potenciales, Málaga no sale tan bien parada. Sucede lo mismo: no hay más remedio que admitir que los nómadas digitales entrañan una liga a la que la mayoría de los contribuyentes difícilmente van a poder aspirar por mucho empeño que pongan, ya que los mecanismos no son precisamente incluyentes. Sin ir más lejos, el nómada digital es esa criatura ignota a la que le puedes recomendar el precio del alquiler en Málaga como valor añadido: hasta alcanzar a Dubai, podemos seguir creciendo. Me llamaron la atención en la noticia sobre el ranking unas declaraciones de José Félix Pérez-Peña, director de Savills Andalucía, quien afirmaba: “Nada de lo que está ocurriendo en Málaga es casualidad. La colaboración entre el Ayuntamiento, las partes interesadas y Savills está dando sus frutos”. Pues eso: nada es casualidad. Ya sabemos de sobra quién paga (pagamos) el puesto en estos rankings. Ojalá viéramos las mismas ganas de figurar en los otros, los que tienen que ver con las necesidades de los vecinos. Algún día. Quién sabe.
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