Málaga: los socios del club
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Tanto ha calado la idea de que Málaga es un privilegio que la sola idea de reivindicarla como un derecho parece una excentricidad en estos tiempos, pero igual podríamos empezar por ahí
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Málaga/Hace poco mantuve una conversación con el director de Cáritas Diocesana en Málaga, Francisco José Sánchez Heras, quien pronunció una frase reveladora: “Antes, en Cáritas, atendíamos a los pobres; ahora, atendemos a nuestros vecinos”. El chiste de que del Covid íbamos a salir a mejores ya perdió la poca gracia que le quedaba, pero, si bien las responsabilidades políticas respecto a los muertos siguen llenando titulares y suscitando polémicas (que sea sin razón o no es una cuestión aparte), mucha menos atención despierta la evidencia de que la exclusión social que multiplicó la pandemia no solo no se ha corregido, sino que continúa como si mantuviéramos el confinamiento. En Málaga, donde las dificultades no ya para acceder a una vivienda, sino para mantenerla, son de sobra conocidas, la exclusión adquiere matices reveladores. Quienes más acusan la desigualdad no son ya solo las personas sin hogar, sino los que están ahí al lado, en la otra puerta, los que incluso reciben ingresos y hasta algún salario, pero en un contexto de productividad precaria y de especulación reinante ganar un sueldo ya no es suficiente. Me hablaba Sánchez Heras de profesionales que han visto reducido su poder adquisitivo al mismo tiempo que se les ha subido el alquiler de manera abusiva y que acuden a Cáritas como última salida, con visible vergüenza, porque están convencidos de que no son pobres, pero es que ahora la pobreza es otra cosa. La exclusión afecta ya también, de hecho, a los propietarios: quienes en el último año han tenido que afrontar la subida de los tipos de interés con menos recursos (y habría que volver a subrayar el contexto malagueño, donde la estacionalidad es clave para muchas familias), se han visto en la tesitura de no poder pagar su hipoteca, de encajar la negativa del banco a cualquier negociación y de renunciar a recursos fundamentales como la cesta de la compra en el mercado para evitar que la deuda se haga insalvable. Resulta incómodo leer y escribir sobre estas cosas porque cunde la impresión de mentar a la bicha, de que en ese pozo sí cabemos todos. “A todo el mundo le gusta lo que hacemos en Cáritas, pero a pocos les gusta lo que decimos”, señala el director de la organización en Málaga. Pero igual sí va siendo hora de hablar de esto de una vez en serio, esto es, con la relevancia política que la coyuntura merece. O podemos seguir aplaudiendo el éxito de la marina de megayates como si no pasara nada.
Los informes relativos al mercado inmobiliario en la provincia que han aparecido en los últimos meses permiten establecer unas coordenadas ilustrativas. Los precios disparados de los alquileres, a la cabeza en toda España, son elocuentes, pero también vale la pena detenerse en la situación de los propietarios, a quienes se supone (y con razón) una mayor resistencia contra las adversidades. En Málaga, quienes compran una vivienda dedican una media del sueldo íntegro percibido durante diez años para la adquisición, lo que sitúa a la provincia entre las cinco primeras del ranking nacional. Hace unos meses se divulgaba el dato de que el 44% de las viviendas compradas en Málaga se pagan a tocateja, sin préstamo hipotecario, otro hito en el que la provincia vuelve a liderar el escalafón susodicho. Semejante proporción invita a pensar que aquí se compra demasiada vivienda para especular y no para residir, pero todavía rizamos más el rizo si consideramos que el 67% de las hipotecas que sí se firman responden a compradores extranjeros; y de este porcentaje, el 62%, según el informe de la plataforma hipotecaria Hipoo, corresponde a un perfil “no residente que solicita financiación para invertir en la adquisición de una vivienda en España destinada a explotar el inmueble para obtener rentabilidad” (el perfil correspondiente al 38% restante es el propio del comprador que adquiere una segunda vivienda para disfrutarla en sus vacaciones). Si tenemos en cuenta todas estas variables, el margen que queda para la población local es prácticamente inexistente. Y si tampoco puedes aspirar a un alquiler, todo esto se traduce, sí, en gente en la calle. Qué jodida es la vida a veces, ¿eh?
Cuidado, siempre podemos tomar a los malagueños que compran un ático de lujo en las nuevas torres de la capital como muestra representativa del conjunto. Y podemos hacerlo mientras defendemos la construcción de un rascacielos descomunal en pleno paisaje litoral bajo la certeza de que la mole traerá consigo muchos puestos de trabajo. Cuando, también desde Cáritas, señalan que buena parte de la precarización que acusa la sociedad malagueña se concentra en el sector hostelero, las piezas terminan encajando demasiado bien. El problema no es sólo que no puedas acceder a una vivienda, también lo es que accedieras a ella en su momento y te encuentres con que ahora no puedes concederte el lujo de tener un techo en esta ciudad tan divertida y tan de moda. A todo esto le podemos añadir una nota simpática: quienes hoy se desentienden como quien oye llover porque pueden pagar un alquiler de dos mil euros, mañana se enfrentarán a lo mismo cuando les pidan cinco mil. Pocas veces ha ofrecido Málaga una oportunidad tan histórica a la empatía, pero seguimos demasiado ocupados en sacarle a brillo a nuestra ciudad mientras pisamos el cuello de los malagueños y de quienes vienen aquí sin los requisitos adecuados (dinero para especular y escasas preocupaciones al respecto). Recordemos que el plan de nuestro alcalde pasa por que todo el mundo estudie telecomunicaciones e informática como vía de incorporación al pujante sector tecnoinmobiliario y rechazar la declaración de zona tensionada que podría limitar el precio del alquiler. Hemos llegado al extremo en que ni toda la obra pública del mundo nos sacará de esta, pero todavía seguimos abordando un problema que amenaza con llevárselo todo por delante desde escrúpulos ideológicos inútiles. Málaga se ha convertido en un club exclusivo para sus socios, cada vez más restringido y selecto. A lo mejor, ya que se trata de hablar de Málaga en abstracto, como si fuera la Virgen del Carmen, podemos reivindicar no sólo el privilegio, también el derecho. El derecho a Málaga. A ver si se dan por aludidos.
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