Málaga: el turismo es todo

Calle Larios

En el fondo se trata de considerar que la prevención contra la turismofobia, tal y como se viene manifestando, tiene que ver con la supervivencia del negocio, pero es que lo contrario igual exige ponerse a trabajar

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Repita conmigo: las jacarandas son turismo.
Repita conmigo: las jacarandas son turismo. / Javier Albiñana

Málaga/Las jacarandas están en el barrio como para quedarse mirando todo el día, aunque ya se sabe que nunca llueve a gusto de todos. Cada vez que paso por el Jardín de los Monos siento una profunda compasión por todos los seres humanos que nunca alcanzarán a ver semejante espectáculo en directo, pero al mismo tiempo dan ganas de acotar el recinto y garantizarse un pase en exclusiva, mi tesoro, mío y solo mío. Supongo que así funcionamos respecto a las cosas que amamos: reclamamos una exclusividad patrimonial, que nadie nos lo toque, y al mismo tiempo queremos que todo el mundo lo vea para presumir, mira qué bonita está mi calle, qué hermosa mi ciudad. Seguramente ambos polos representan bien otras tantas modalidades del egoísmo, el más original de los pecados; pero también entiendo que a los seres humanos nos cuesta la misma vida amar a las ciudades y a las personas como si el hecho de hacerlo no tuviera ninguna importancia. Viene todo esto a cuenta por dos noticias que confluyeron de manera significativa esta semana. Hace unos días, la firma Turismo y Planificación Costa del Sol, empresa pública de la Diputación Provincial de Málaga, presentó el proyecto El turismo es bueno para todos. ¡Cuidémoslo!, una campaña de concienciación dirigida a escolares que se desarrollará en centros educativos para la prevención de la turismofobia. Se trata, según sus impulsores, de una acción dirigida a inculcar la importancia del turismo ya desde la Educación Primaria en un territorio como la Costa del Sol, donde, a lo largo de 2023, llegaron más de catorce millones de turistas con un impacto económico de 19.000 millones de euros. Especialmente significativas fueron las palabras del presidente de la Diputación, Francisco Salado, quien subrayó el objetivo de que los escolares, cuando sean adultos, “trabajen a favor del turismo y no como en otros destinos donde surgen movimientos de turismofobia por falta de información o por tener una información interesada”. De hecho, en uno de los materiales con los que se trabajará la cuestión en clase se afirma que el turismo “es todo: el transporte, el alojamiento, la gastronomía, el ocio, la cultura y el deporte”. Todo.

Lo que se reconoce como odio ya no es el prejuicio contra el extraño, ni la reacción violenta, sino la disidencia, a la más pura manera orwelliana

La otra noticia fue la encuesta que hizo pública la Junta de Andalucía y que revelaba que sólo un 16% de andaluces apoyan la implementación de una tasa turística. La encuesta se presentó como una iniciativa desarrollada por la Consejería de Turismo, Cultura y Deporte con una muestra de 3.200 personas consultadas; es decir, ni es una consulta independiente ni la representatividad es suficiente como para tomarla en serio, pero quizá esto es lo de menos. Lo interesante es el discurso en doble sentido que percibimos desde nuestras administraciones autonómicas, provinciales y municipales: por una parte parece que la turismofobia aquí no ha calado, que los andaluces no son tontos, que todo el mundo acepta de muy buena gana los parabienes de tantos millones caídos del cielo; por otra, las instituciones desarrollan programas para poner freno a ese algo que no existe, esa oposición a la prosperidad que podría traer dolores de cabeza, esa cerrazón nacida, según Salado, de la ignorancia o de ciertos intereses particulares. Lo que por otra parte no deja de ser una paradoja, porque entre quienes sí consideran que el modelo vigente es perfecto y que si te tienes que ir a otra parte pues lo siento es lo que hay, la defensa de intereses particulares es tan mayoritaria como evidente y, más aún, nadie lo pone en duda. Pero me gustaría concluir con todo esto que, según nuestros próceres, la turismofobia, esa especie de Big Foot al que, como a los nómadas digitales, nadie parece estar seguro de haber visto nunca, ya no es el odio al turismo, sino el odio al modelo, esto es, a las políticas actuales en materia turística. Porque, bueno, parece que lo peor que le puede pasar a un turista que viene a Málaga es encontrarse una pegatina en la puerta del Airbnb que lo mande a casa, mientras que, por el contrario, los vecinos tienen que aguantar cada vez más ruido, suciedad, borracheras, amenazas y malos modos; así que igual es verdad, a lo mejor motivos para temer a la turismofobia no hay demasiados. Lo que sí hay por ahí es gente recalcitrante que entiende que el turismo es necesario, claro, pero se queja de que la vivienda ha dejado de ser un derecho para convertirse en un privilegio, de que el comercio local ha desaparecido y de que Málaga es una ciudad cada vez más incómoda y menos amable, así que mejor pasaremos a ampliar el significado del término para que la lucha contra la turismofobia tenga razón de ser. Lo que se reconoce como odio ya no es el prejuicio contra el extraño, ni la reacción violenta contra el mismo, sino la disidencia, a la más pura manera orwelliana. Entonces, ¿cabría hablar de adoctrinamiento ideológico al referirnos a la campaña desarrollada en las escuelas? ¿Del señalamiento a quienes se limitan a recordar que hay otros posibles modelos para el turismo, más saludables y ventajosos para el conjunto de la sociedad? ¿De la caricaturización de quienes no ponen en duda la importancia fundamental del turismo, pero acaban por sus reservas ante las políticas aplicadas reducidos a estereotipos propios de la ignorancia y la avaricia? Pues sí. Exactamente de eso estamos hablando.

No es viable, ni puede serlo, un territorio cuya capacidad económica y productiva se concentre en un único sector

De modo que, desde el anhelo de una Málaga en la que todos puedan tener su sitio, libre de exclusión, atenta a quienes la habitan y abierta al mundo, en la que todos puedan aportar su talento para el crecimiento común, con espacios públicos sanos y con el derecho a la vivienda preservado, el arriba firmante responde con un rotundo no a las iniciativas antes señaladas: no todos trabajamos en el turismo, ni vivimos del turismo, ni queremos hacerlo; no es posible aceptar, bajo ninguna circunstancia ni premisa, que el turismo lo sea todo en esta ciudad y esta provincia; no es viable, ni puede serlo, un territorio cuya capacidad económica y productiva se concentre en un único sector, sea el turismo o cualquier otro; no podemos dar por bueno un modelo que obvia los principales problemas que ha generado la absoluta falta de control, rigor y sentido común en la gestión del turismo en Málaga; no queremos volver a la Málaga de antes, por más que insistan; y, desde luego, no estamos dispuestos a hacer una sola renuncia para que quienes aspiran a enriquecerse a costa de la explotación inmobiliaria, sin hacer nada más que poner la mano, pasando por encima de la grave situación en la que semejante aplicación de la economía extractiva ha dejado a muchas familias, y por muchos edificios que hayan sido restaurados en una clara dejación de funciones de las administraciones públicas, puedan seguir tranquilos y convencidos de que no tendrán que volver a trabajar. Ya saben, apunten por ahí: n-o. No. Tan fácil como eso.

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