La Vega de Mestanza también existe
Calle Larios
Que Málaga sea mucho más diversa de lo que estamos dispuestos a admitir debería ser una buena noticia, aunque prevalece un cierto recelo respecto a lo que se sale del molde
Málaga y el derecho a la ciudad
Un paseo (en metro) por el Hades
Málaga/Sería un milagro que usted, lector, lo recordara, aunque nunca se sabe. Lo cierto es que en la última Carta a los Reyes Magos que cada año publico en este periódico me dio por pedir a Sus Majestades una fiesta de verdiales en la Vega de Mestanza. El capricho tiene su sentido, no crean. Hablamos de un territorio, ubicado entre los términos municipales de Málaga, Alhaurín de la Torre y Cártama, muy cerquita del PTA y del Aeropuerto, destinado a cultivos y con una biodiversidad amplia y sorprendente. La sección perteneciente a Málaga capital entraña la última vega natural de la misma, una excepción resistente cual Numancia cuya contribución al equilibro medioambiental, tan mermado, es insustituible. Se trata, en resumidas cuentas, del campo, puro y duro. Así que me parecía oportuno un aquelarre abandolao por estos lares, dada la conexión folklórica del verdial con los antiguos ritos agrícolas, las Saturnales romanas, el culto a Ceres y toda la marimorena. Si, además, se lograba fomentar la atención a la vega y ganar la mirada de unos cuantos, pues mucho mejor. No tenía yo muchas esperanzas en que los Reyes me lo concedieran, pero resulta que ayer sábado se plantó en el sitio la Panda de Verdiales de La Torre para montar una fiesta por todo lo alto en respuesta a aquel requerimiento. Y, maldita sea, pocas veces ha sido uno objeto de un honor tan grande. Hubo paella, cante y amistad. Y también alguna televisión con la intención de recoger el acontecimiento y divulgarlo. El regreso a la Vega de Mestanza sirve en bandeja una reconciliación con todos aquellos órdenes naturales y necesarios que la ciudad, por lo general, nos niega. Pero, además, permite ejercer el protectorado justo para la preservación de este paraje alucinante, en el que el silencio, siempre que el alcalde de la panda lo considere, se convierte en un arte preciso y pulcro, surcado de pájaros. Como es bien sabido, la Junta de Andalucía mantiene la intención de construir aquí una depuradora, por exigencia europea, que se llevará por delante veintinueve hectáreas de cultivo y condenará a la vega a su desaparición. Para la instalación del equipamiento se barajaron otros emplazamientos que permitirían realizar la operación con menos gasto y menos estropicio ecológico, pero, por razones nunca bien explicadas se optó por la Vega de Mestanza, una zona además fácilmente inundable a la orilla del Guadalhorce. El actual gobierno popular de la Junta responsabiliza al anterior gobierno socialista de haber escogido el emplazamiento, pero tampoco se muestra inclinado a estudiar la posibilidad de cambiarlo muy a pesar de una reacción ciudadana y vecinal contraria, creciente y cada vez más sonora. Quienes viven aquí llevan años de lucha contra la decisión y han emprendido una campaña de visibilización cuyos frutos son ya notables: colectivos sociales y culturales, políticos del más diverso signo y distintos titulares de la administración se han dejado ver por aquí y han comprendido de primera mano lo que hay en juego. Hasta el presidente de la Junta, Juan Manuel Moreno, se ha comprometido a visitar la vega, y a lo mejor si lo hiciera tendría la ocasión perfecta para rectificar las políticas señaladas tanto para Mestanza como para Doñana, así como para mostrar un perfil más conciliador, comprensivo y creativo hacia el medio ambiente andaluz.
Sería interesante, al hilo de la Vega de Mestanza, considerar hasta qué punto las ciudades, pero también las localidades más pequeñas, se han visto sometidas a esquemas y previsiones cada vez más restrictivas a la hora de determinar los factores que sustentan su desarrollo. Los debates, análisis, discursos y centros de interés siguen girando en torno al turismo y la hostelería, el sector tecnológico y la especulación inmobiliaria, tres vértices de un triángulo que se retroalimenta y abastece con gran eficacia pero que expulsa del ecosistema cualquier otra clave a tener en cuenta. Ante una sequía que amenaza con llevarse la agricultura por delante y que obligará a reinventar la economía de las ciudades en un plazo cada vez más corto, y ante el señalamiento de Málaga como una de las urbes europeas donde la falta de zonas verdes se traduce en más muertes cada año, las soluciones que se proponen son las mismas, los protagonistas del debate son los mismos y los ejes fundamentales son también los mismos desde hace ya demasiados años. Cuando conviertes una ciudad en un negocio, resulta hasta cierto punto lógico que el orden del día se establezca a tenor de los intereses de los inversores. Pero cuando ya ni siquiera los especuladores ni los nómadas digitales puedan hacer frente a los precios de la vivienda, cuando Málaga sea un erial de clima desértico con los recursos agotados y cortes de agua en los apartamentos turísticos, resultará igual de lógico que los inversores quieran meter su dinero en otra parte. Hay por delante un reto de esencia pedagógica: el que nos llevaría a admitir que lo que presuntamente está enriqueciendo a Málaga sólo llena el bolsillo de unos pocos por un tiempo limitado mientras condena a la marginación al resto. El problema ya no es peatonalizar la Alameda, lo que a fin de cuentas vendría a perpetuar el modelo vigente y a insuflar oxígeno a la misma lógica extractiva (no en vano, todo empezó hace veinte años con la peatonalización del centro); sino, justamente, establecer la sostenibilidad medioambiental como primer objetivo, por encima de cualquier otra prioridad. Y, sorpresa: a lo mejor no íbamos a terminar siendo mucho más pobres de lo que ya somos. Pero sí más sanos. Y más vivos en una ciudad más habitable.
O a lo mejor todo pasa por aceptar que Málaga es mucho más que el dichoso binomio hostelería / turismo. Que los barrios existen, que la periferia existe, que la Vega de Mestanza también existe. Que los principales problemas que nos atañen ya no se solucionan con las mismas campañas en Fitur y la misma promoción chachi en medios de comunicación. Que Málaga no es esa pegatina que mira con recelo cualquier verso suelto que se salga de la fórmula. Que hay que terminar con el ensimismamiento, conocer de verdad el sitio en el que vivimos y ponerse manos a la obra. Porque vamos tarde. Y cada minuto cuenta.
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