Lágrimas en la lluvia y fuegos artificiales

Cine | Año 'Blade Runner'

Por si no faltaban montajes alternativos ni secuelas, ‘Blade Runner’ vuelve a la actualidad dada la decisión de Ridley Scott de ambientarla en 2019. El próximo MaF dedicará un ciclo al filme

Ridley Scott da instrucciones a Harrison Ford en el rodaje de ‘Blade Runner’, en 1981.
Ridley Scott da instrucciones a Harrison Ford en el rodaje de ‘Blade Runner’, en 1981. / Málaga Hoy

Málaga/Por más que un relato de ciencia-ficción pueda estar ambientado en la Edad Media sin que concurra ni un sólo artefacto tecnológico fuera de tiempo ni de lugar, la vertiente anticipatoria del género reclama aún no poca atención a cuenta de la evaluación de la capacidad visionaria de sus autores. En estas lides, escritores como Arthur C. Clarke (que ideó la comunicación por satélite mucho antes de que fuese posible) e Isaac Asimov (cuya invención de artefactos hoy habituales todavía causa el mayor de los asombros) se llevan la palma, pero cabe considerar que la mayoría de los novelistas metidos en el ajo han escrito sobre su propio tiempo y han acudido a la ciencia-ficción como una licencia poética con tal de proponer una mirada distinta (otros, como Stanislaw Lem, merecen ser considerados atemporales dada la ambición filosófica y humanista de sus títulos): algunos ejemplos notorios son los hermanos Boris y Arkadi Strugatski, en cuya obra la ciencia-ficción entrañó más bien un recurso para evitar la censura soviética (por cierto sin mucho éxito); y Philip K. Dick, cuyos cuentos y novelas atraviesan buena parte de los signos y temores de su tiempo, desde la cultura hippie (especialmente en lo que se refiere al consumo de drogas como nueva espiritualidad) hasta la Guerra Fría pasando por la redefinición del ser humano en virtud de su dependencia tecnológica. Por más que el escritor de Chicago ambientara novelas como Fluyan mis lágrimas, dijo el policía y Los tres estigmas de Palmer Eldritch en un hipotético futuro, Philip K. Dick escribía siempre en clave presente. Cuando nuestro hombre publicó en 1968 su novela ¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas?, con una acción desarrollada en 1992, nadie hizo mucho caso; pero cuando Ridley Scott decidió trasladar su adaptación cinematográfica, Blade Runner, al año 2019, y más aún cuando el filme ganó la dudosa etiqueta de película de culto, la posibilidad soñada de que para entonces existieran coches voladores y replicantes sintéticos de perfecta apariencia humana resultó para muchos una tentación demasiado poderosa. La cuestión es que el 2019 ya está aquí y, por mucho que otras películas distópicas como Akira también transcurran en la misma fecha, surcamos ya un año Blade Runner que promete todo tipo de revisitaciones, exégesis, relecturas y celebraciones en torno a uno de los hitos más logrados de la historia del cine reciente. En lo relativo a la anticipación, no tenemos coches voladores ni replicantes, pero buena parte de sus argumentos, sobre todo los más cercanos a la obra de Philip K. Dick, siguen dando en la diana del siglo XXI. Así que hay motivos de sobra para dar rienda suelta al análisis del mundo según quedó prefigurado en Blade Runner. Y las celebraciones, por una vez, pillarán muy cerquita: la próxima edición de Málaga de Festival, el programa de actividades culturales en torno al séptimo arte que precede al Festival de Cine en Español de Málaga, y que tendrá lugar del 21 de febrero al 14 de marzo, incluirá un ciclo dedicado en exclusiva a Blade Runner en el que escritores, filósofos, músicos y diversos creadores analizarán la influencia de la película en todos sus elementos, desde el carisma de sus personajes hasta la archirreproducida banda sonora original de Vangelis.

¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas?, la novela de Philip K. Dick, ambientada en el San Francisco de 1992, transcurre en un mundo cubierto de polvo radiactivo tras una guerra nuclear y narra la historia de un cazador de androides rebeldes. Su vida cotidiana se resuelve entre un matrimonio frustrado, una cabra sintética cuya vida quiere preservar a toda costa y la doctrina del mercerismo, una suerte de credo religioso que propone una solución tecnológica para la unión fraternal de todos los seres humanos. Dick alumbró un artefacto literario cargado de melancolía, como el canto del cisne del ser humano conocido, y de hecho esta nostalgia impregna Blade Runner de principio a fin, gracias en gran medida a su reinvención estética de la tradición noir. Lo curioso es el modo en que Blade Runner es tan distinta de ¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas? hasta el punto de que pueden ser consideradas dos historias diferentes y cómo, al mismo tiempo, ambas abordan cuestiones idénticas. En la ya larga historia de las adaptaciones de la literatura al cine, Blade Runner sigue representando un verdadero caso aparte digno de estudio.

Ya en 1977, el temprano guión de Hampton Fancher obviaba la cuestión religiosa para centrarse en el dilema medioambiental (algo tenía que ver el apogeo de Dune, la novela de Frank Herbert cuya adaptación al cine se convirtió para entonces en una colección de fracasos que no resolvió David Lynch hasta 1984). Dick desautorizó el guión pero David Peoples, a quien fichó Ridley Scott en sustitución de Fancher, no sólo dejaba a un lado la religión: el mundo que representaba no era un paraje postapocalíptico y, salvo alguna referencia a ciertos animales sintéticos (respetada finalmente en la película), tampoco exhalaba una especial preocupación por el medio ambiente: su eje esencial era la distinción entre lo natural y lo artificial centrada en la condición humana. Sin embargo, el guión de Peoples no sólo convenció a Philip K. Dick, sino que el escritor manifestó su más absoluto entusiasmo por el texto así como los efectos especiales diseñados por Douglas Trumbull (quien había hecho lo propio en 2001 de la mano de Stanley Kubrick). Aunque Dick falleció en marzo de 1982, sólo tres meses antes del estreno del filme, lo que pudo ver en la sala de montaje le bastó para, esta vez sí, pregonar un vaticinio certero: Blade Runner cambiaría para siempre la historia del cine. Y así fue.

El programa previo al Festival de Cine revisará la película desde todos sus ángulos

El propio Philip K. Dick admitió que su única contribución original a la ciencia-ficción tenía que ver con los límites de la conciencia entre lo natural y lo artificial: la posibilidad de que al ser humano le fuese revelada su existencia en un orden tecnológico y no biológico, de que cayese en la cuenta de que en realidad es un androide salido de una fábrica y no lo que entendía por un ser humano. La primera vez que Dick exploró este territorio fue en su relato Impostor, publicado en 1953, y no dejó de hacerlo hasta su última página. A menudo se ha vinculado esta obsesión con el supuesto trastorno bipolar de Dick (el escritor francés Emmanuel Carrère lo dejó todo escrito al respecto en su biografía del autor, Yo estoy vivo y vosotros estáis muertos, recientemente rescatada por la editorial Anagrama), pero el mismo novelista explicó en su momento que fue la temprana lectura de los diarios de uno de los generales nazis que quedaron al mando del campo de exterminio de Auschwitz durante la Segunda Guerra Mundial (otra de las obsesiones de Dick, que abordó en El hombre en el castillo) la que le llevó a la conclusión de que existen necesariamente criaturas de apariencia humana que no pueden ser considerados seres humanos, sencillamente porque no lo son. Esta sentencia constituye la médula de Blade Runner hasta su ambivalente final, pero más aún en la escena en la que Roy Batty, el androide al que interpreta Rutger Hauer, parece transitar el camino inverso: la conciencia de su propia muerte convierte al replicante en un ser humano capaz de comprender la disolución de la realidad como lágrimas en la lluvia. En cualquier caso, ahora que la dependencia tecnológica ha hecho de los ciudadanos de Occidente verdaderos cyborgs, la conciencia no lo tiene mucho más fácil.

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