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Literatura | Chantal Maillard
Málaga/Hija de Eetes, rey de la Cólquide, y sobrina de la maga Circe, Medea es en la mitología clásica el arquetipo perfecto de la bruja y hechicera, conocedora de sabidurías antiguas y herméticas y por ello objeto de recelo y sospecha por parte de los hombres. Eurípides y Séneca la convirtieron en protagonista de sus tragedias dada también su voluntad criminal: unida a Jasón desde que éste acudió a la Cólquide para hacerse con el vellocino de oro, y convertida en extranjera con tal de acompañar a su amado, decidió matar a los dos hijos que había tenido con él a modo de venganza cuando supo que Jasón había aceptado casarse con Glauca, hija de Creonte, rey de Corinto, donde Medea vivía con su esposo y sus hijos en el exilio. A tenor de las tragedias, Medea ganó una posteridad sombría y quedó fijada para siempre en la historia de la cultura como modelo de madre capaz de matar a sus hijos. El mito, sin embargo, le reserva un final bastante más feliz, con un nuevo exilio en Atenas, donde contrae matrimonio con el rey Egeo y vive en paz hasta su viaje último a los Campos Elíseos. En Medea, el nuevo libro de poemas de Chantal Maillard (Bruselas, 1951), el personaje vuelve a la travesía. En las primeras líneas comparece “Sentada en la barca. De espaldas al horizonte”. Es ya una anciana que percibe cómo las olas empiezan a rodear la embarcación. Su destino es impredecible: lo mismo encalla en Libia que en Córcega o termina en el Mar de Alborán. A partir de aquí, Maillard sube al lector a la misma barca y le invita a un viaje en el que tampoco el regreso está garantizado. Pero así son los libros fundamentales. La autora, poeta y filósofa residente desde 1963 en Málaga, en cuya Universidad fue profesora, presentará Medea, que acaba de publicar Tusquets, este miércoles a las 19:30 en el Centro Andaluz de las Letras (C/ Álamos, 24) de la mano de la también poeta y profesora Aurora Luque.
En gran medida, Medea constituye una ampliación o prolongación (la obra de Maillard crece así, a base de libros que proceden de otros libros y a su vez engendran otros, como un hilo sensible que corresponde al lector desenrollar) de su anterior libro, La compasión difícil (Galaxia Gutenberg, 2019), un ensayo que partía de un solo gesto: en Medea, la adaptación cinematográfica de la tragedia que dirigió Lars von Trier para la televisión danesa en 1988, a partir del guión de Carl Theodor Dreyer que se quedó sin rodar, Mérmero, el hijo de Medea, pone su mano sobre el hombro de su madre cuando ésta se presenta al amanecer dispuesta a matar tanto al propio Mérmero como a su hermano. Este gesto representa con fidelidad para Maillard la más perfecta expresión de la compasión: la silenciosa respuesta de Mérmero no tiene que ver con la piedad, ni con el amor, ni siquiera con el perdón, fórmula por la que el que perdona adquiere un rango de superioridad moral sobre el perdonado. Mérmero opta por la com-pasión, el acompañar y estar, el hacer acto de presencia, sin necesidad de mayores sacrificios. Y es una compasión difícil en la medida en que la reacción de Medea se sustenta en la violencia. Pero esta compasión hunde sus raíces en un saber anterior al del amor y la piedad, un abajo que devuelve al ser humano al animal que hay en él. Medea conoce bien esa dimensión. Y Chantal Maillard conduce al lector hasta ella a través de sus versos.
“Todo aquel que subvierte / la norma es peligroso. Pero qué sabréis de esto / vosotros los sumisos / los vencidos vosotros / que adoráis / al dios de los ejércitos / –el creador, decís– artífice y Señor / de los Espantos / huido y derrotado como todos / los que vinieron a habitar / entre los hombres”, escribe Maillard en Medea. La autora planta una crítica monumental a las construcciones humanas intelectuales, morales y religiosas (“Me aburren vuestros artificios (...) / Nunca necesitó de leyes / el corazón humano. / Nunca necesitó de dioses / para saber de heridas”), empezando por el lenguaje, primer motivo de desconfianza, para proponer un regreso a la naturaleza. Si el mundo sobrevive sometido al hambre, en cuanto aleja al hombre de su abajo animal ese hambre se convierte en ansia “por siempre insatisfecha”. Y es ahí, en el reencuentro con el abajo animal, donde la compasión deja de ser difícil. Donde es posible comprender sin pensar: “Penetra más abajo / desprovista de historia. / No esperes / ni el perdón ni la gracia / pues en esos lugares / no hay culpa ni culpable (...). De ahora en adelante / tu víctima / será tu guía”.
En este sentido, el viaje de Medea entronca con otro ensayo anterior de Maillard, ¿Es posible un mundo sin violencia? (Vaso Roto, 2018); en una entrevista concedida a este periódico con motivo de su publicación, la autora proponía, como posible solución a la violencia, “una educación integral de los individuos que incluya la escucha del animal que son, y con ello me refiero no a la parte más abyecta de nuestra naturaleza (que no pertenece a lo animal sino específicamente a lo humano), sino a ese saber anterior que todo animal posee y que les ha permitido convivir sin alterar el equilibro del entorno del que dependen”. Con estos mimbres, Chantal Maillard (Premio Nacional de Poesía en 2005 por Matar a Platón) ha escrito uno de sus libros más directos, libres y radicales: “No hay nada que esperar / nada que descubrir / ninguna fuente o manantial / ningún destino nada / que deba merecerse. / El mundo es la cloaca de los dioses / el albañar de las galaxias. / ¿Por qué perdéis el tiempo? / Desengáñate: / sólo existe el hambre”. Por su rabiosa superación del humanismo, Medea constituye una cima de la poesía contemporánea. Con un dictamen feroz: “Sois incapaces / de integrar los contrarios. / La lógica os confunde”.
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