El Duque de La Paz

Javier Ojeda en el Teatro Cervantes

Javier Ojeda firmó este domingo en el Teatro Cervantes junto a Danza Invisible y otros amigos un histórico tributo a la música en Málaga

Javier Ojeda, durante su concierto de este domingo en el Teatro Cervantes. / Daniel Pérez / Teatro Cervantes

Málaga/En un momento, con casi todos los músicos en el escenario, Javier Ojeda dio una orden precisa para dejar claro por dónde debían ir los tiros: “¡Vamos a hacerlo como The Clash!” Y seguramente fue este espíritu, el más afín al rock como cultura, signo y marco de convivencia, por mucho que hubiera espacio para el bolero, el funk y el flamenco, el que prevaleció. La consigna era una fiesta y vaya si la hubo: Ojeda se metió un Teatro Cervantes repleto en el bolsilllo en el concierto que ofreció este domingo para la presentación de su último recopilatorio, El vaivén de las olas, rodeado de su banda, de sus compañeros en Danza Invisible y de un buen puñado de amigos, sorpresas incluidas. Lo que iba a ser un autohomenaje terminó siendo un tributo, y a la vez una reivindicación, a la música y a los músicos de Málaga, a la tradición sonora, única e irrepetible, soslayada, a menudo (ay) invisible, pero tan jugosamente contaminada, que el territorio ha sabido alimentar desde los años 60 enTorremolinos. En gran medida, Ojeda es hijo de esa contaminación, con lo que al mostrar sus ases como músico se trajo consigo toda esa tradición y la puso en pie, bien defendida, con sus nombres y apellidos. Por su empeño en trazar un discurso de la identidad cultural de la Málaga alternativo a la mansedumbre oficial, la deuda de la ciudad con Ojeda sigue siendo enorme, y fue de justicia que el primer teatro municipal le abriera sus puertas. Ahora, corresponde que cunda su petición: el cantante reclamaba más música en Málaga. Y seguramente la música, esta música, libre, dichosa, nunca ha sido tan necesaria. Si David Bowie fue el Duque Blanco, Ojeda es nuestro Duque de La Paz. Por lo menos.

El músico derrochó energía y complicidad con el público. / Daniel Pérez / Teatro Cervantes

El vaivén de las olas abrió un caudal por el que se afirmó de inmediato esta raíz con Adolfo Rodríguez y Summertime girl, de Los Íberos, y la posterior evocación de Los Gritos. De hecho, la banda de Ojeda brilló especialmente (bien sólida, menudo oficio el de Daniel Lozano al teclado y Yohani Suárez al bajo, sólo por citar a algunos), en los momentos más inclinados al funk, como en el jugoso dúo con Suzette Moncrief. Aunque un servidor disfrutó especialmente, también, con la vestimenta tejida en directo para Apasionado (tremendo Pablo Ojeda, sí señor) y En la soledad, generosas ambas en matices, con mucha sabiduría y mucho gusto detrás. Estuvieron Javier Andreu de La Frontera, Celia Flores, Julia Martín, Daniel Casares (en una hermosa versión de Frío en mi corazón) y otros aliados para la mayor felicidad de la fiesta, que se dio en abundacia.

La salida a escena de Antonio Luis Gil, Manolo Rubio y Chris Navas tuvo la emoción esperada, aunque Danza Invisible se terminó mezclando, en un alarde de generosidad, con la veintena de músicos que subieron a escena. Sonaron himnos como El brillo de una canción, A este lado de la carretera, Por ahí se va y una fabulosa lectura de Sin aliento con Miguel Rivera de Maga y Sean Frutos de Second, que volvió a imponer su autoridad en El ángel caído. Para Yolanda se esperaba la comparecencia de Lamari, que finalmente no pudo acudir, pero El Duque terminó quitándose la camiseta, metido entre palcos y plateas, hasta que hubo Sabor de amor para todos. Reinó la música y cundió la alegría. Ahora, que dure.

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