La Phármaco: 'Toná' para un confinamiento
Artes escénicas | Danza
La epidemia del coronavirus sorprendió a la bailarina y coreógrafa malagueña Luz Arcas en Lima, justo después de la presentación de su último proyecto
El 25 de octubre regresará al Teatro Cervantes con 'La domesticación', primera parte de la trilogía 'Bekristen' estrenada el pasado noviembre en Madrid
Málaga/La carne, la caída es el título con el que, el pasado mes de noviembre, se estrenó en el Centro Pompidou Málaga una propuesta escénica nacida a la manera de laboratorio creativo compartida por tres malagueñas residentes en Madrid de proyección bien significativa: la bailarina y coreógrafa Luz Arcas, directora de la compañía La Phármaco, con la que acababa de estrenar en los Teatros del Canal de Madrid La domesticación, primera entrega de la trilogía Bekristen / Cristianos; la fotógrafa Virginia Rota, colaboradora de La Phármaco desde sus inicios e implicada igualmente en otros proyectos escénicos; y la violinista y compositora Luz Prado, con la que Arcas ya había contado para La domesticación. Aunque el impacto de La domesticación había sido más que notable, y por más que La Phármaco tuviera por delante más funciones de su anterior espectáculo, Una gran emoción política, dedicado a la figura y la obra de María Teresa León y estrenado en septiembre de 2018 de la mano del Centro Dramático Nacional, determinados acontecimientos condujeron a una mayor profundización y alcance de lo que había dado de sí La carne, la caída: Luz Arcas comenzó a acompañar ya desde finales de 2019 a un familiar en un estricto régimen de visitas hospitalarias, "lo que me tuvo en contacto permanente con personas que se enfrentaban a diario a la muerte. Venía de Madrid a Málaga dos veces por semana y en el tren no dejaba de leer una y otra vez Pedro Páramo, de Juan Rulfo, con aquel viaje al centro de la muerte y de los muertos", según relata la artista. Por su parte, Virginia Rota había inaugurado en abril en el Centro Andaluz de Fotografía (con sede en Almería) la exposición fotográfica La pena negra, una mirada al luto como tradición cultural y antropológica en España desde el espacio doméstico que pudo verse entre septiembre y octubre en el Ateneo de Málaga. Rota quería seguir indagando en la cuestión mientras que Arcas, con su particular episodio familiar, encontró en La carne, la caída un cauce para abrir puertas artísticas a su dolorosa experiencia. Pero el envite exigía transformar la propuesta de arriba a abajo: lo primero que hicieron fue cambiar el título de la propuesta, que no convencía a ninguna de sus tres artífices, por el de Toná: tal y como cuenta Luz Arcas, "nuestro proyecto aborda todo lo relativo a la muerte y el duelo desde el folklore, con una presencia muy importante de los verdiales como fuente de inspiración. Para mí, con todo lo que estaba viviendo, significó un paréntesis muy importante respecto a lo que estaba haciendo. Algo menos denso, más orgánico y salvaje". Hacía falta un escaparate donde vestir de largo la criatura y la oportunidad no tardó en llegar, con dos funciones programadas los días 10 y 11 de marzo en el Festival de Artes Escénicas (FAE) de Lima. Y allá que fueron Arcas, Rota y Prado con su Toná entre manos.
Y allí les sorprendió la epidemia del coronavirus. "Dejamos un Madrid absolutamente normal y los mensajes que nos llegaban eran cada vez más inquietantes. En un principio, parecía que no iba a haber problemas para que los españoles pudieran regresar cuando quisieran. Incluso nos lo hacían ver así desde España. Sin embargo, la Embajada de España en Perú se puso en contacto con nosotros y nos recomendó que volviéramos cuanto antes. Me subí al último avión que salió de Perú con destino a España el 14 de marzo, un día antes de que se decretara el estado de alarma. Afortunadamente, hicimos caso a la Embajada. Nadie contaba con que se cerrarían las fronteras. De hecho, muchos españoles han tenido que quedarse en Perú, donde la situación a cuenta del coronavirus ha llegado a ser muy difícil", relata Luz Arcas, quien tenía la idea de desarrollar durante un mes un proyecto en Lima con bailarines peruanos para su posterior estreno: "Volví a España justo el día en el que estaba prevista la primera audición. Lo que más me apena de cuanto he perdido es no poder llevar a cabo este proyecto en Lima. Ojalá que pueda ser en otra ocasión".
Para una compañía con una agenda internacional de funciones como La Phármaco, el paisaje que deja la crisis del coronavirus es bien complejo de gestionar ya sólo en un plazo inmediato: "Afortunadamente estamos aplazando las funciones que teníamos previstas para estos meses. Pero todo está en el aire. No sabemos lo que va pasar en verano ni cómo vamos a poder encajar las actuaciones que no vamos a poder hacer ahora en el otoño, ya que tenemos cerrada una gira nacional con Una gran emoción política que tendría que comenzar en septiembre y varias funciones sueltas de La domesticación. Va a ser muy complicado encontrar fechas disponibles". Precisamente, La Phármaco tiene prevista la representación de La domesticación, una implacable crítica al neoliberalismo como nuevo colonialismo cultural armada con un elenco internacional de bailarines, el próximo 25 de octubre en el Teatro Cervantes de Málaga (dentro, previsiblemente, de la nueva edición del Festival Danza Málaga, la gran cita otoñal con la escena en la ciudad), una cita que sigue en pie y que, previsiblemente, se celebrará sin problemas.No obstante, apunta Arcas, "parece que, más allá de las funciones ya comprometidas, no podremos tener nuevas fechas para La domesticación hasta 2021. Y también queremos representar en España nuestra Toná. No va a ser sencillo sacar todo adelante, pero no hay más remedio".
En cualquier caso, la crisis del coronavirus ha venido a agravar la situación de un sector ya particularmente frágil y falto de protección dentro de las artes escénicas: el de la danza, donde la atracción de público, el sostenimiento de programaciones y la puesta en marcha de nuevas producciones es a menudo una cuestión agónica, especialmente sin intervención pública de por medio. Luz Arcas da cuenta de que las consecuencias, ya sólo a medio plazo, pueden ser letales. Pero ofrece algunos matices: "La Phármaco nació en 2009, en plena crisis económica. Así que de alguna forma la adversidad es nuestro medio natural, es la coyuntura en la que estamos acostumbrados a trabajar y tal vez por eso podemos tenerlo más fácil para adaptarnos a las circunstancias, o eso espero". Eso sí, "para las compañías de danza que se han formado en los últimos años, esta crisis puede ser muy difícil de asumir. Y es triste admitir que habrá proyectos que no sobrevivan. Lo terrible es que se había hecho un gran esfuerzo para recuperar espacios públicos para la danza, para ganar espectadores, y ahora mucho de lo logrado puede quedar desmantelado. Y habría que hacer todo lo posible por evitarlo". Eso sí, Arcas considera no menos urgente hacer algunas reflexiones: "Habría que aprovechar este parón en la actividad para reflexionar sobre algunas cosas e intentar refundar el sector. La Mesa de las Artes Escénicas, que integra a diversas asociaciones y organizaciones de toda España, va a reclamar al Ministerio de Cultura 52 medidas muy razonables para la supervivencia de la actividad teatral en el país. Y es estupendo, pero habría que luchar para que estas medidas no se quedaran como un mero relleno para esta circunstancia concreta. Habría que lograr que perduraran después, y creo que ahora estamos en una buena posición para lograr los apoyos necesarios. Por ejemplo, no entiendo que los porcentajes que se aplican a una compañía de danza en lo relativo a la Seguridad Social sean los mismos que se aplican a otra empresa cualquiera, cuando los fines y los medios son radicalmente distintos. Es una situación única en Europa. Es genial que se pida ahora una atención particular, pero habría que intentar que fuera así siempre, no únicamente cuando toca afrontar una crisis".
Precisamente, no duda la artista en mostrarse crítica con la tendencia generalizada en el mundo de las artes escénicas, y de la cultura en general, de inundar las redes sociales con funciones y conciertos domésticos creados durante el confinamiento: "La política neoliberal ha extendido la idea de que la identidad está íntimamente ligada a la producción. Es decir, que somos sólo en cuanto producimos. La cuarentena podía entenderse como una oportunidad para poner esta lógica en jaque, pero, en lugar de eso, estamos ansiosos por dejar claro que seguimos produciendo, como si tuviéramos miedo a que cuando todo esto pase dejen de contar con nosotros. Como si el hecho de que paráramos significara que, de pronto, no somos nadie. Parece que estamos obligados a echarnos la crisis a cuestas para salir adelante. Pero yo creo, sin embargo, que este tiempo también merece ser vivido. Que lo que tenemos ahora no es un espejismo, sino precisamente una ocasión para parar y definir nuestra identidad de otra manera, como la investigación o el estudio, o mediante la atención a nuestras familias, el cuidado de nuestros hijos y nuestros mayores, de forma más consciente. También somos eso, no sólo lo que producimos".
Pero su diagnóstico va más allá: "No sé qué cuerpo desaparece con esta crisis, cuál se queda, cual renace o surge de nuevas. Pero, evidentemente, el cuerpo como concepto, como realidad, como espacio, sale tocado de la pandemia, más allá de los afectados físicamente por el virus: lo más obvio es en lo relativo a la proximidad, la sospecha hacia otros cuerpos o el temor hacia el espacio público. El espacio doméstico también ha desaparecido, ha quedado invadido por lo de afuera, el trabajo, las reuniones, las llamadas, las noticias, las redes sociales... Pero también la irrupción repentina de la muerte y la enfermedad en un mundo que trataba de darle la espalda y condenarnos a una imposible eterna juventud y producción obsesiva. Hacía mucho que nuestros muertos no se reducían a cifras masivas, anónimas, que se multiplicaba sin control aparente. Eso pertenecía a lo que llamamos tercer mundo o pasado histórico".
En este sentido, "que sea el espacio virtual el único que nos ha quedado de aparente libertad o encuentro, en el que todos nuestros movimientos sin embargo quedan registrados, atenta directamente contra las costumbres de carne y hueso, como la danza tal y como la hemos entendido hasta ahora. Si esto cambia, necesito un tiempo para la metamorfosis. No sé si tiene mucho sentido llenar la red de danza virtual o pseudo experiencias escénicas, pero comprendo que el neoliberalismo nos ha hecho creer que identidad es sinónimo de producción: somos lo que producimos, nos define y da un lugar en el mundo. Sin eso, sencillamente, no somos. Ojalá podamos bailarlo pronto, y que acudan a la fiesta los antiguos cuerpos, o lo que quede de ellos, más que con la euforia propia de los supervivientes, con la huella de la experiencia. O, dicho de otro modo: que nos pase algo, que no borre todo lo vivido la ansiedad de mantener a flote una supuesta normalidad".
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