'A Chorus Line': tu vida por un dólar
Teatro del Soho Caixabank
El musical que abrirá el Teatro del Soho Caixabank el próximo viernes con Antonio Banderas encierra en su origen una llamativa historia sobre el poder del arte
Málaga/En 1974, el bailarín y coreógrafo Michael Bennett era lo que llamaban en Broadway un gypsy (gitano): un artista que iba rodando de teatro en teatro, de espectáculo en espectáculo, sin formar parte de compañía alguna de manera estable. Había nacido en Buffalo en 1943 y, tras quedar conquistado para siempre por la danza y la música en su más tierna infancia, a los 16 años subió a un autobús con destino a Nueva York con la intención de no volver en cuanto supo que habían convocado audiciones para llevar West Side Story a una gira europea. Ya entonces se llevó su primer chasco, aunque no tardó en hacerse con sus primeros trabajos como bailarín en comedias musicales, eso sí, de discreta relevancia. Bennett demostró bien pronto sus dotes como coreógrafo, de las que haría gala después en montajes del calibre de Follies y Company, ambos de Stephen Sondheim; aunque, recién empezado 1974, lo que realmente deseaba era escribir y dirigir sus espectáculos. Se le ocurrió entonces una idea que, de entrada, parecía una locura, pero que su instinto no dejaba de reconocer como genial: decidió entrevistar a un buen puñado de bailarines y cantantes con los que había compartido largas horas de espera antes de los castings para que le contaran sus experiencias. Bennett entendió que el trasfondo de Broadway, lo que nadie veía bajo el esplendor de los carteles luminosos y el glamour de los grandes estrenos, constituía una materia prima de primer orden para un espectáculo; y lo hacía gracias, principalmente, a las historias de aquellos aspirantes variopintos que, en su mayoría, parecían condenados a ver sus sueños hechos añicos.
Así, el 18 de enero de 1974, Bennett citó a una veintena de jóvenes artistas en un local de ensayo en East 23rd Street ya de madrugada, una vez que los convocados habían terminado sus funciones o ensayos. A cambio de algo de comer y una copa de vino, los cantantes y bailarines le contaron sus historias y accedieron a que Bennett grabara las conversaciones en un encuentro que se prolongó durante doce horas. En aquellos relatos no faltaban hogares infelices, padres alcohólicos, abusos, matrimonios rotos y otras circunstancias que habían movido a aquellos artistas a salir de sus casas y buscarse un futuro en el show business cuando aún eran adolescentes. Algunos hombres hablaron a Bennett abiertamente de su homosexualidad y de lo difícil que les resultaba todavía llevarla en secreto ante sus familiares y amigos. Un joven llamado Nicholas Dante le relató cómo antes de cumplir la mayoría de edad se ganaba unos dólares trabajando como drag queen en un club nocturno de mala muerte, episodio que Bennett decidió ya entonces incluir en el musical que tenía en mente. Una vez recabado el material, se plantó con el mismo en el despacho del gerente del Public Theatre de Nueva York, Joseph Papp, quien, nada más escuchar las intenciones de Bennett, se negó en rotundo a prestarle más atención con un juicio fulminante: “Esa mierda de Broadway no le interesa a nadie”. Sin embargo, el segundo en el organigrama del Public Theatre, un productor llamado Bernard Gersten que sí anhelaba hincarle el diente a Broadway, conoció la historia y decidió escuchar las grabaciones. Nada más hacerlo, citó a Bennett y le dio luz verde para poner en marcha su proyecto.
Poco después, Bennett le dio la noticia a John Breglio, un abogado de Broadway que aspiraba también a abrirse camino en el mundillo del teatro como productor. Bennett le expuso todo lo acontecido con entusiasmo, pero Breglio llamó su atención sobre un detalle de no poca importancia. Le preguntó los términos en los que había acordado con los veinte bailarines hacer las entrevistas y de inmediato le hizo ver que una copa de vino barato no era suficiente: “No puedes pretender que te cuenten su historia así, sin más, y ya está. En cualquier momento podrán reivindicarse como coautores de la obra, con toda la razón de su parte, y eso significa que tendrías que vértelas con veinte abogados. Tienes que firmar un contrato con cada uno de ellos y darles alguna compensación a cambio”. De este modo, Bennett volvió a citar a los veinte jóvenes artistas, que le permitieron (el talento persuasivo de Michael Bennett también era legendario) hacer uso de las grabaciones, siempre que en el espectáculo se cambiaran sus nombres, por sólo un dólar. Firmaron sus contratos y la aventura siguió adelante con todo bien atado. En abril de 1975, y después de obtener un préstamo de 1,6 millones de dólares que salvó la producción in extremis, A Chorus Line se estrenó en el Public Theater dentro de la cartelera del Off Broadway. Michael Bennett figuraba como creador, director y coreógrafo, aunque finalmente el libreto lo firmaron el dramaturgo James Kirkwood y el citado Nicholas Dante, mientras que la composición musical corrió a cargo de Marvin Hamlisch con letras de Edward Kleban. En cuanto al reparto, la joven actriz y bailarina Donna McKecknie, que en la sesión de grabación de las entrevistas se había quejado de la mala calidad del vino, se hizo con el papel de Cassie y, de paso, terminó casándose con Michael Bennett al año siguiente. Baayork Lee, una bailarina de Chinatown en quien Bennett se inspiró para el personaje llamado Connie Wong, terminó interpretando el mismo papel y haciendo de alguna forma de sí misma. Tras el estreno, el éxito de A Chorus Line fue de tal magnitud que Joseph Papp tuvo que apresurarse para, ante la demanda del público, sacar el montaje del Off y llevarlo directamente a Broadway, lo que abrió la puerta a John Breglio para que se incorporara como productor. En 1976, A Chorus Line ganó nueve de los doce premios Tony a los que estaba nominado además del Pulitzer al mejor texto dramático. De inmediato se estrenó una segunda producción en Los Ángeles con el mismo éxito. La primera vez que Michael Bennet volvió a convocar a los veinte entrevistados para repartir beneficios en calidad de coautores, entregó a cada uno una suma de diez mil dólares. Los suyos, desde luego, habían sido mucho mayores.
De este modo narra Michael Riedel, columnista y crítico del New York Post, el origen del musical A Chorus Line en su libro Razzle Dazzle. The battle for Broadway, publicado en 2015. Y ahora, el próximo viernes 15, será A Chorus Line el espectáculo que inaugure el Teatro del Soho Caixabank, el proyecto impulsado por Antonio Banderas, con una nueva producción que podrá disfrutar el público ya desde el día 16 hasta finales de enero. Lo hará con el mismo Antonio Banderas en el reparto, metido en la piel de Zach, el exigente director y coreógrafo (verdadero alter ego de Michael Bennet) que lleva con implacable rigor las riendas en los ensayos para un espectáculo en el que los cantantes, actores y bailarines están dispuestos a dejarse algo más que el pellejo. Le acompañarán en escena una treinta de intérpretes seleccionados a través de un concurrido casting que tuvo lugar en Madrid, Barcelona y Málaga, y en el que figuran otros cinco malagueños: Pablo Puyol, Fran del Pino, Aida Sánchez, Roberto Facchin e Ivo Pareja-Obregón. Entre el resto conviven artistas de diversas nacionalidades, lo que garantiza un mestizaje típicamente neoyorquino para una producción cantada y hablada íntegramente en español. En el foso, el director musical del Teatro del Soho Caixabank, Arturo Díez Boscovich, pondrá su batuta al servicio de una orquesta de diecisiete músicos. Antonio Banderas se hace cargo de la producción, junto al mismo John Breglio; así como de la dirección artística, esta vez de la mano
de Baayork Lee, quien recibió en su momento la encomienda del mismo Michael Bennett (fallecido en 1987) de garantizar la permanencia del espíritu original del espectáculo en todas y cada una de las producciones de A Chorus Line que se estrenan en todo el mundo (Lee, por cierto, recibirá el próximo miércoles 13 en Washington en reconocimiento a su aportación al teatro americano el Premio American Artist, que ganaron antes que ella referentes como la actriz Kathleen Turner y el dramaturgo Edward Albee). Todos ellos ensayan la obra en conjunto desde principios de septiembre, primero en las instalaciones de la Escuela Superior de Artes Escénicas de Málaga (Esaem) y, desde finales de octubre, en el mismo Teatro del Soho que, tras una profunda rehabilitación, ocupa las instalaciones del antiguo Teatro Alameda en la calle Córdoba. Tras las funciones programadas en Málaga, A Chorus Line saldrá de gira, ya sin Antonio Banderas (quien será sustituido en escena por Pablo Puyol) con fechas ya anunciadas en Madrid, Barcelona y Bilbao y con un equipo de setenta personas en la carretera entre técnicos y artistas. Antonio Banderas ha expresado su deseo de llevar el montaje a EEUU, y el mismo John Breglio ha mostrado su disposición a que la producción aterrice en Broadway. La presencia en el reparto de intérpretes como Cassandra Hlong, que ya dio vida a Connie Wong hace diez años en la que fue la segunda gira del espectáculo en EEUU, y que vuelve a meterse en la piel del personaje en Málaga, constituye otro valor notable para que A Chorus Line regrese desde la Costa del Sol al Broadway en que nació.
Después de A Chorus Line, el Teatro del Soho Caixabank continuará su andadura bajo la dirección de todo un referente de la escena española como Lluís Pasqual. Mientras, Málaga se prepara para asistir a uno de los estrenos más importantes de su historia escénica. Arriba el telón y disfruten.
Un nuevo paradigma para los musicales
Contra la idea expresada por el productor Joseph Papp, Michael Bennett siempre confió en que la historia de los artistas de Broadway, con sus anhelos, logros y frustraciones, constituía una cuestión universal que podía compartir cualquiera que hubiese puesto el menor empeño en conseguir su particular objetivo. De paso, al crear A Chorus Line a partir de las experiencias directas de intérpretes reales, Bennett introdujo de manera definitiva en Broadway los postulados teatrales que, inspirados en Stanislavski y su popular método para la construcción de los personajes, venía defendiendo Lee Strasberg en el Actor’s Studio desde los años 50. Los dos principales focos de la vida escénica de la Nueva York se daban así la mano en un espectáculo que dejaba a un lado los arquetipos para trabajar con un material humano mucho más profundo. El fichaje del dramaturgo James Kirkwood para el libreto, premiado con el Pulitzer al mejor texto dramático, terminó de cerrar el círculo.
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