“Nada, absolutamente nada, es independiente de otra cosa”
Chantal Maillard | Escritora
La poeta y filósofa publica ‘Las venas del dragón’ (Galaxia Gutenberg), una reivindicación de las raíces del pensamiento oriental como modelo de actuación frente a los retos más urgentes
Málaga/Referente clave de la poesía y el pensamiento en lengua española, Premio Nacional de Poesía y Premio de la Crítica, Chantal Maillard (Bruselas, 1951) amplía su exploración filosófica con su último libro, Las venas del dragón (Galaxia Gutenberg), una aproximación a las raíces del taoísmo, el budismo y el confucianismo en busca de un modelo sostenible para la humanidad en su relación con el mundo natural. La autora atendió a este periódico en Málaga, su ciudad.
-El pensamiento oriental prevé que todos los elementos de la realidad están relacionados. La física moderna apunta justo en esa dirección al proponer que la realidad está hecha de relaciones, no de objetos. ¿Nos conviene desconfiar de las cosas para atender más a las relaciones?
-Siempre me ha fascinado la coincidencia entre las intuiciones de algunos de los pensadores más antiguos de culturas tan alejadas como la china o la griega presocrática con las teorías científicas más avanzadas. Igual de fascinante resulta considerar el abismo de oscurantismo que durante más de veinte siglos se extendió entre ellos. Desde sus fuentes más antiguas, los chinos han entendido el universo como un conjunto de relaciones. Un sistema de fuerzas regido por la alternancia, en el que no existen cosas ni individuos, sino trayectorias, flujos de energía. Hablar de cosas o de entes es, en efecto, referirnos a nuestros medios de percepción. Lo grave es que cuando pensamos de acuerdo con esos medios, nuestras acciones carecen de la visión integral que convendría. Si la medicina, por ejemplo, actúa sobre un organismo enfermo sin tener en cuenta que, en realidad, la miríada de organismos con los que está vinculado, atacará, como siempre, al síntoma, pero no a la causa. Para curar se necesita una visión más amplia. Muchos siglos antes de que nuestros físicos descubriesen que el vacío vibra y entendiesen el mundo como campo de resonancia, lo habían dicho los chinos, y también los indios, que concibieron el germen del universo como energía vibrátil, como nos recuerda la estatua del dios danzante que el Gobierno de India ofreció al CERN en memoria de la larga colaboración de su Departamento de Energía Atómica con este laboratorio. La danza cósmica: un magnífico símbolo para expresar los ciclos de creación y destrucción del universo.
-Desde esta premisa, ¿el objetivo sería incorporar los elementos del medio natural a la ética tradicional en igualdad de condiciones, o fundar una ética nueva?
-Cuando hablo de ethopolítica me refiero precisamente a tener en cuenta esa interdependencia de todo con todo, en efecto. Cuando tanto la ciencia actual como la visión ancestral china hablan de relaciones no se refieren a las que se dan entre los seres humanos: ésta sería una visión bastante pobre del asunto, como si las hormigas decidiesen ser independientes del territorio en el que construyen su hormiguero. Es evidente que todo animal, incluido el humano, depende de lo que le rodea, ingiere y respira, y lo que ingiere a su vez depende de todo lo demás, de modo que los distintos reinos (animal, vegetal, mineral, atmosférico, acuático) se forman, crecen y decrecen en mutua dependencia. La vida planetaria forma una retícula de producción y actividad incesante, en la que nada, absolutamente nada, es independiente de otra cosa. Hablar de ética es hablar del hábitat, y esto pasa por comprender que no estamos en un medio, sino que somos parte del medio. Y en esto las ciencias y la política han de ir de la mano.
-El taoísmo propone unas reglas del juego en la relación con el entorno basadas en la armonía, pero ¿cómo encajamos en esa armonía la evidencia de que el medio natural no es un sistema dócil, sino que responde a menudo de manera contraria a los intereses de los seres humanos?
-Está claro que el mundo no fe diseñado para la felicidad del ser humano, menos aún para la satisfacción de sus intereses. La naturaleza tan sólo atiende a su propia continuidad. Y si queremos estar a bien con ella, tendremos que recuperar la conciencia de nuestra pertenencia. Desde tiempos inmemoriales, los chinos concibieron el universo como un proceso que deriva de la interacción de dos fuerzas complementarias (yin y yang), dos trayectorias o fases de un mismo soplo (qi) cuya alternancia se traduce en fases de contracción y expansión, una idea que tuvo que esperar aquí hasta el inicio del siglo XX para que alguien, Edwin Hubble, se atreviese a proponerla. El imaginario chino no se construye con dualidades, sino con fluctuaciones, mutaciones, ritmos y resonancias. Así que cuando hablamos de armonía en el contexto del pensamiento chino, de lo que hablamos es de un equilibrio. La armonía, por tanto, tiene muy poco que ver aquí con el bucólico mundo de Heidi. Aceptar el lado amable de la naturaleza (las puestas de sol, las florecillas, las mariposas...) y no aceptar la destrucción es perder de vista la alternancia. Valorar uno de los polos en detrimento del otro, apostar por el sí y prescindir del no, acoger lo que agrada y rechazar lo que desagrada, es no haber entendido nada. Así también quien valora la vida y rechaza la muerte. Reintegrar a la vida el sentido de la muerte forma parte de la tarea que hemos de emprender si tenemos la intención de promover un cambio de rumbo.
-En su libro desvincula el taoísimo, el confucianismo y el budismo de lo religioso en la medida en que, en su origen, las tres vías son contrarias a la idea de permanencia. ¿Quizá el cambio permanente previsto en el I Ching es un palo demasiado duro de roer sin una mediación religiosa?
-En los desarrollos de la cosmología taoísta aparece un núcleo inmutable y permanente, en efecto. Pero se trata más bien de una instancia primera, anterior al soplo y al movimiento que da lugar al “mundo de los diez mil seres”. Este vacío inicial, con el correr de los siglos, se convertiría en instancia suprema, al tiempo que aparecerían las instituciones clericales protegidas por los emperadores. Las religiones pueden ser militarmente útiles, sin duda. Pero cuando un sistema de pensamiento se convierte en doctrina, la vía de conocimiento se pervierte. Por eso he insistido en desvincular estas primeras sabidurías chinas de sus derivas religiosas. Ni Confucio era confucianista, ni Zhuangzi era taoísta, ni Siddharta Gautama era budista. Después de los maestros, es fácil que sus enseñanzas se malinterpreten o se conviertan en letra muerta. Pero lo más curioso es que nada hay más ajeno al pensamiento taoísta y al budista que la idea de permanencia. Pues ¿cómo conciliar el proceso de las mutaciones con la idea de una salvación personal? Si el yo no es otra cosa que un conglomerado de partículas que aparecen y desaparecen, ¿cómo pensar en una vida eterna?
-¿Y cómo podemos llegar a conocer lo que no cesa de transformarse, si es que podemos?
-Para el chino, el conocimiento es una cuestión de orden práctico. Como dice la sinóloga Anne Cheng, no se trata de saber qué sino de saber cómo. Saber cómo situarse para captar el curso, esa sería la pregunta. Remitiré a una anécdota. Zhuangzi y su amigo Hui Shi estaban paseando por la orilla de un río cuando, al cruzar por un puente, Zhuangzi se queda contemplando los peces. “Mira, qué felices son”, exclama. “¿Cómo sabes que son felices? ¡Tú no eres un pez!”, le pregunta Hui Shi. A lo que Zhuangzi contesta: “Porque estoy aquí”. Podría pensarse que se trata de una simple proyección, pero Zhuangzi apunta mucho más allá. Nos dice que basta con estar perfectamente presente para que el propio cuerpo perciba lo que le rodea. Para ello, es preciso desprenderse de los saberes aprendidos, dejar la mente en suspenso, y ponerse a la escucha.
-¿Corresponde poner en tela de juicio al arte por su aspiración de inmutabilidad?
-El sinólogo Léon Vandermeersch, recientemente fallecido, hacía una comparación muy ilustrativa entre la manera de concebir el arte en Grecia y en China, por medio de dos materiales: la arcilla y el jade. Para el griego el arte consiste en moldear la arcilla para darle forma. Para el chino, en cambio, se trata de descubrir las vetas del jade, su estructura interna. Dos maneras, pues, bastante opuestas, de pensar el mundo y de actuar en él: crear algo a partir de lo que se considera inerte, o descubrir y poner de manifiesto las trayectorias de la energía en las formas que adopta. De entre ellas, sin duda, la primera, es más altiva; la segunda, más humilde. La primera establece una separación entre el artista y el mundo; la segunda, por el contrario, sumerge al artista en aquello que contempla, y esto es lo que la convierte en una vía de conocimiento. Esa manera de captar el movimiento interno de las cosas es lo que fascinaría a numerosos artistas y escritores europeos a partir de finales del XIX y daría lugar, en el transcurso del XX, a movimientos como el del arte efímero, el land art, el minimalismo, o incluso el action painting, entre otros. Resulta curioso que el denominado arte contemporáneo se haya nutrido y haya reproducido formas y técnicas inventadas muchos siglos atrás en culturas que, en Occidente, por lo general, se menospreciaban.
-El budismo, por su parte, propone el mejor conocimiento de la propia naturaleza a través de un profundo proceso de puesta de atención en lo esencial, principalmente el cuerpo. Pero, ¿no pondríamos el riesgo el pacto social, digámoslo así, al atender más al cuerpo que a la razón, al renunciar a la educación de los instintos?
-No me gusta utilizar la palabra instinto, es una de esas palabras lastradas que entorpecen más que aclaran. Prefiero hablar de un saber anterior, no discursivo y mucho más inmediato que el racional. La distinción entre cuerpo y espíritu, por otra parte, es una de tantas viejas dicotomías a las que ha dado crédito la tradición semítica. El cerebro también es cuerpo, y realiza mucho mejor sus síntesis cuando la voluntad no interfiere. Tan sólo recordaré lo que un científico, cuyo nombre no recuerdo, llamaba “las 3 B”: bath, bus y bed, tres momentos en los que con mayor frecuencia se pronuncia la palabra ¡Eureka!. ¿Qué necesidad habría de pacto social, alianzas, reglas y prohibiciones si no hubiésemos olvidado ese saber anterior que todo animal posee?
-Del confucianismo aprendemos la necesidad de aprender a gobernarse a uno mismo antes de a gobernar un Estado como premisa necesaria para el buen gobierno. ¿No cree, sin embargo, que el mayor gobierno de uno mismo restará disposición y firmeza a la hora de gobernar a los demás?
-Saber gobernarse a sí mismo es, ante todo, saber controlar las propias pasiones y prescindir del interés personal a la hora de gobernar. Para Confucio, se trataba de situarse interiormente en un estado de ecuanimidad, un aprendizaje que nunca podía darse por terminado. Este ideal de autogobierno no es privativo, en efecto, de la enseñanza de Confucio: también fue la máxima de Solón de Atenas, contemporáneo de Confucio, que, a inicios del siglo VI a.e.c., reformó el sistema social procurando mejorar las condiciones de la población más necesitada. También lo fue, por supuesto, del estoicismo tardío (Séneca, Epícteto o del emperador Marco Aurelio), entre muchos otros. Inútil es decir que, en su mayoría, terminaron desencantados, cuando no condenados a muerte o al ostracismo. Queda por averiguar si se trata realmente de una utopía, si en algún momento seremos capaces de elegir a los más sabios o si terminaremos dándole la razón a Zhuangzi al considerar que todo gobierno es nefasto por definición.
-Frente a la tendencia general del mundo occidental de llenar la vida de sentido, el pensamiento oriental propone un vaciamiento, una desestimación del yo. Pienso en Samuel Beckett, que consideraba la vida una cuestión mucho más dependiente del deseo que del sentido. ¿Cómo resolvería usted la ecuación?
-Sentido es una de esas palabras que entiendo cada vez menos, según en qué contexto se la emplea. Si me preguntan por el sentido de una frase, entenderé que me preguntan por su construcción lógica o por su coherencia. Si alguien me pregunta en qué sentido tiene que caminar para llegar a algún sitio, entenderé que me pregunta por la dirección a seguir. Si preguntan por el sentido de algo, entenderé que se trata de su finalidad, y a su vez me preguntaré si por finalidad se entiende su función o su utilidad. Y aquí es donde se enturbia el asunto, porque tenemos la manía de querer otorgarle a todo lo que hacemos una finalidad distinta de la que podría tener por sí mismo. Que todo deba tener una utilidad para otra cosa es lo que nos mantiene en un estado de insatisfacción y de ansia perpetua. El deseo, es lo que nos impide estar presentes en cada instante. Quien desea no vive en presente sino en el recuerdo o la proyección futura de aquello que desea; vive en pasado o en futuro, es decir, nunca sin mente, pues tanto el pasado como el futuro se alojan en los pliegues de la mente. La función (o la utilidad, si se quiere) de las técnicas de vaciamiento consiste precisamente en alisarlos. Pero tan sólo se obtendrá resultado si apartamos la idea de su utilidad. En cuanto al deseo de vivir, este es, tal como yo lo veo, lo que mantiene el círculo del hambre en funcionamiento.
-No puedo dejar de preguntarle por el optimismo. ¿Estamos a tiempo de evitar la catástrofe?
-A la vista de nuestras actuaciones, ser pesimista es ser realista. El Grupo Intergubernamental de Expertos para el Cambio Climático (IPCC) fue creado en 1988. Nadie hizo caso de sus informes. En 2007 se le neutralizó con un Nobel de la Paz. Tuvieron que pasar años antes de que empezásemos a comprender que la economía tiene que ver con la climatología y esta a su vez con la ecología y esta con la sociología, etc. Pero quién sabe.
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