“El extrañamiento es el mejor medio para darle al lector otro punto de vista”

Juan Jacinto Muñoz Rengel | Escritor

El autor malagueño vuelve a las librerías con ‘La capacidad de amar del señor Königsberg’, una novela que explora los registros de la fantasía y la ciencia-ficción para abordar las crisis del presente

El escritor Juan Jacinto Muñoz Rengel (Málaga, 1974). / Eduardo Cano

Málaga/Un año después de publicar el ensayo Una historia de la mentira, uno de los libros más deslumbrantes y audaces de los últimos años en lengua española, Juan Jacinto Muñoz Rengel (Málaga, 1974) vuelve a la novela, género desde el que ha brindado títulos reconocidos y de muy largo recorrido como El asesino hipocondríaco, El sueño del otro o El gran imaginador. Y lo hace con La capacidad de amar del señor Königsberg(Alianza de Novelas), una historia mutante en la desfilan invasiones extraterrestres, utopías feministas y un personaje hermético y disciplinado, trasunto en cierto modo del Bartleby de Melville, que logra mantener a salvo sus rutinas particulares en un mundo cambiante.

-Resulta casi inevitable preguntarle en qué medida es La capacidad de amar del señor Königsberg fruto del confinamiento.

-En realidad, esta novela debe al confinamiento bastante menos de lo que parece. Tuve la idea en Málaga hace unos años y empecé a escribirla antes de la pandemia. Como suele decirse, todos los parecidos con la realidad, especialmente en lo que se refiere a la transformación del mundo y la respuesta de la gente, son pura coincidencia. Lo que sí pasó es que el editor, ya con el libro en la mano y entonces con la pandemia en sus primeros compases, decidió aguardar a comprobar el desarrollo de los acontecimientos antes de publicarlo. Para mí fue una especie de alucinación comprobar que algunas cosas que sucedían en la vida real las había escrito yo antes.

-El señor Königsberg comparte algunos rasgos con su asesino hipocondríaco y su estricta moral kantiana. ¿Había alguna intención por su parte de indagar en los límites del estoicismo?

-Son personajes distintos. Tal vez sí coinciden en que a veces resultan extremos, pero esta definición facilita mucho mi escritura: una vez que tengo los personajes bien construidos, todo lo demás fluye con cierta agilidad. El hipocondríaco era un asesino, obsesivo con su cumplimiento del deber; mientras que el señor Königsberg va más a lo suyo, le resbala lo que pueda suceder a su alrededor mientras pueda conservar su rutina. En cualquier caso, lo que intento con estos personajes es ofrecer al lector un punto de vista distinto seguramente del suyo, una manera diferente de mirar al mundo.

-Lo que, por otra parte, está en el corazón de la literatura de ficción.

-Eso es. Sin embargo, el extrañamiento funciona particularmente bien. Cuando el lector se ve metido en un territorio que no es el suyo es cuando con más facilidad se le puede dar la vuelta al calcetín y hacer una interpretación distinta.

-Su novela rompe no pocos límites, coquetea con la incorrección política y propone un humor cercano al delirio. ¿Hubo alguna decisión difícil de tomar?

-Los mayores despropósitos de la novela estaban bien calculados desde el principio. Donde tuve que tomar más decisiones fue en la jugada contraria, a la hora de darle cierta forma de sensatez. A veces he acudido a mi propio entorno, mi familia y mi vida cotidiana, para extraer de ahí esas soluciones con las que situar la novela a ras de tierra. Era necesario, por ejemplo, que, sin traicionar la naturaleza del personaje, el lector pudiera sentirse cerca de él, entenderlo incluso. Y para eso había que darle su corazoncito.

"Tendría todo el sentido del mundo que la próxima utopía viniera de la mano del feminismo"

-¿Definiría La capacidad de amar del señor Königsberg como una novela de ciencia-ficción?

-No tengo ningún problema con el término ciencia-ficción: es un género que me encanta y al que, al igual que otros registros de la literatura fantástica, he dedicado antologías y mucha atención como lector y como escritor. Pero no creo que estemos en este caso ante una novela de ciencia-ficción. Yo hablaría de una novela mutante, deudora de Bartleby, que puede tomar elementos de distintos géneros pero que apunta sobre todo a ese extrañamiento. En la novela hay una invasión extraterrestre, es cierto, pero no me dedico a describir cómo sería ni a aventurar sus procesos como sí haría una novela de ciencia-ficción. No está en ese canon. Estos extrañamientos son un dislate, no se ajustan a lo que esperaría un lector de ciencia-ficción de un título al uso.

-¿Pero es más fácil publicar hoy una novela como La capacidad de amar del señor Königsberg que hace unos años, cuando lo que oliera a ciencia-ficción se consideraba poco serio?

-Yo siempre he escrito lo que me apetecía leer como lector. No de una manera necesariamente consciente, sino porque con el paso de los años uno va construyendo su propia literatura. Me conduzco de manera natural por esos caminos, y si esos caminos no están habilitados ni frecuentados, si no son fáciles ni previsibles, pues me da igual. Pero, como te decía, siempre he defendido y reivindicado la literatura fantástica, también cuando muy poca gente lo hacía en España. En los últimos años hemos tenido a escritores muy leídos como Rosa Montero y Edmundo Paz Soldán que han publicado novelas de ciencia-ficción, lo que ha contribuido mucho a la proyección del género como una opción llena de valores literarios interesantes. Pero, respecto a hace dos décadas, ni son los mismos tiempos, ni son los mismos lectores. Desde entonces hemos tenido, además de novelas, series de televisión, cómics y otras manifestaciones de la cultura popular que han favorecido la consideración de la ciencia-ficción como una alternativa respetable.

-En su novela, la utopía y la distopía van de la mano. La una se transforma en la otra constantemente. ¿Podemos entenderlo como una lectura de la Historia?

-Sí. Esa idea estaba ya en Ortega, quien distinguía en la Historia una sucesión de transiciones naturales y violentas. En la novela se da justamente esto, de manera que lo que parece una deshumanización del planeta, como en un apocalipsis, termina sirviendo de germen a una utopía. Lo ideal es, claro, evolucionar de una manera razonable, sin agitaciones de este tipo. Pero no hay que olvidar que a lo largo de la Historia no pocas sociedades bien asentadas, incluso prósperas, han llegado a colapsar porque no han sabido aprovechar sus recursos. El cambio, también el más traumático, constituye siempre una posibilidad real.

-Esa utopía de su novela presenta una poderosa raíz feminista. ¿Tendrá que ser así, sine qua non, en el futuro?

-Tendría sentido que lo fuese, al menos desde cierta lógica. Podemos plantear todas las excepciones que queramos, pero, hoy por hoy, y tal y como se ha dado como norma general en la Historia, todos los males derivados de la ambición vienen por la mano del hombre, no de la mujer. De manera que habría razones de peso para que entrara en juego una política feminista. De hecho, todas las utopías que se han desarrollado y se han querido instaurar desde siempre y en todas partes han sido masculinas, por lo que una y otra vez vuelven a proponer a los mismos problemas soluciones que ya se han mostrado ineficaces.

-En La capacidad de amar del señor Königsberg se percibe a un escritor disfrutando. ¿Desterramos de una vez la premisa del autor atormentado como única posible para la gran literatura?

-Me alegra que lo veas así, porque es tal y como dices. He disfrutado muchísimo el proceso, lo he pasado en grande. Pero es que a mí me gusta mucho escribir. No puedo hablar por otros, pero cada vez que me siento a escribir lo hago con la intención de disfrutar y de que el lector lo disfrute también. Luego hay procesos de revisión y corrección más formales, pero yo procuro pasarlo bien siempre. Me divierto haciendo esto.

-¿Condicionará el señor Königsberg su próximo proyecto?

-Me gusta cambiar. Así que lo próximo será oscuro y terrible.

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