Un mural entre todos los símbolos
Arte
El Museo Picasso Málaga publica en un volumen las ponencias del Seminario Internacional ‘Guernica. Pervivencia de un mito’, celebrado en noviembre de 2021
Y era un mural
Málaga/No hubo, seguramente, otro siglo en el que resultara más difícil distinguir un símbolo, un emblema representativo de su tiempo. Nadie a quien se le hubiera encargado recoger el siglo XX en un lienzo se habría atrevido a dar el paso. Pero ahí estaba Pablo Picasso. Su intención, cierto, era otra: promover la causa de la República Española en plena Guerra Civil con la Exposición Internacional de París como telón de fondo de aquel 1937. Pero si algo quedó claro en la misma centuria es que los argumentos más globales quedarían advertidos únicamente desde perspectivas parciales: o el símbolo, o nada. Tal fue, sin embargo, la calidad simbólica del monumental mural de Picasso que la misma se ha mantenido álgida hasta el presente, cual bandera enarbolada por la respuesta pacifista a la Guerra de Vietnam, por las más variopintas revoluciones frente a los sucesivos nuevos órdenes mundiales, por el ecologismo ante la degradación medioambiental, por los activistas contrarios al apartheid en Sudáfrica y por cualquier minoría en plena reclamación de más igualdad y más derechos. Guernica recogía un momento puntual de la Historia pero terminó abrazando a la Historia en peso, como una maquinaria creadora de sentido capaz de afectar al más pintado. En consecuencia, la obra ha estado invariablemente anclada en el epicentro del debate ideológico, político, social y artístico, lo mismo desde el rigor académico que en la espontaneidad del ámbito más pop, con una capacidad de mutación en cuanto a la misma producción de sentido que tampoco tiene parangón en la historia del arte. En noviembre de 2021, mientras Rusia ultimaba los detalles de la invasión de Ucrania que acontecería sólo tres meses después, el Museo Picasso Málaga celebró el seminario internacional Guernica. Pervivencia de un mito, en el que distintos expertos, profesores y artistas de todo el mundo analizaron la vigencia de esta calidad simbólica desde muy distintos frentes. Y recientemente, como prolegómeno al abultado año picassiano en el que se conmemora el 50 aniversario de la muerte del pintor malagueño, la propia institución, de la mano de la Editorial de la Universidad de Granada, ha recogido estas ponencias en un volumen del mismo título con edición al cargo de José Lebrero, director del Museo Picasso; y Pepe Karmel, profesor de la Universidad de Nueva York y director de aquel seminario en cuya organización participó también la Fundación General de la Universidad de Málaga. El libro constituye, de entrada, una aproximación proverbial al Guernica, ilustrativa, pedagógica y a la vez ambiciosa, en clave presente.
Recuerda en la presentación de la publicación José Lebrero que, en noviembre 1947, el MoMa organizó en Nueva York un simposio sobre Guernica “cuyo objetivo, en palabras del por entonces director del museo, no era discutir la cualidad artística de la pintura, sino su valor como símbolo, su poder como imagen y lo que ésta significaba”. Ahora, el Museo Picasso Málaga recoge el testigo “para volver a pensar, desde enfoques transversales y multidisciplinares, el lienzo de Pablo Picasso, calificado en más de una ocasión como el último cuadro de historia”. Además de Lebrero y Karmel, firman aquí sus ensayos especialistas como W.J.T. Mitchell, de la Universidad de Chicago; Timothy J. Clark, de la Universidad de California; y Andrea Giunta, de la Universidad de Buenos Aires, además de Gabriel Cabello Padial, Caroline Levitt, Ramón Melero, Genoveva Tussell y un total de once autores que arrojan luz sobre Guernica en relación con cuestiones como su influencia en el arte urbano, su discutida reivindicación en el arte contemporáneo, su calidad de icono cultural en la España de la transición democrática, la narrativa visual y su traducibilidad, su peso específico en la misma definición de la modernidad en el arte y hasta su huella en otros artistas como Agustín Ibarrola, que exploró a fondo la virtud simbólica del mural en sus particulares Guernicas. El artista sudafricano William Kentridge, Premio Princesa de Asturias de las Artes y participante en aquel seminario del Museo Picasso, colabora en el libro a través de su portada, que reproduce en una fotografía su propio estudio, coronado con varias reproducciones parciales de Guernica.
Recuerda Pepe Karmel en su ensayo que, aunque la recepción de Guernica fue en su momento diversa, “en pocos años se llegó al consenso de que era tanto una obra maestra del arte moderno como una declaración poderosa y perdurable sobre el horror de la guerra”. Picasso aceptó el reto de pintar Guernica cuando ya había sido reconocido “no sólo como el artista de vanguardia más famoso del mundo, también el más influyente”. Y fue precisamente esta tensión entre la magnitud plástica, con su condición de carpetazo a la historia del arte, y el significado político a modo de reivindicación esencial la que convirtió el mural en un objeto de deseo bien temprano: ya en 1939, el MoMA incluyó la obra en su retrospectiva dedicada a Picasso, y fue el propio artista el que pidió a la institución que la custodiara, así como los numerosos estudios previos, tras el estallido de la Segunda Guerra Mundial. Al término de la contienda, ya en los años 50, su gira expositiva en diversos museos de Europa, América Latina y Estados Unidos entrañó el revulsivo idóneo que el mundo necesitaba para encajar golpes como la evidencia del Holocausto. Pero si algo quedó claro en el siglo XX es que el revulsivo iba a seguir siendo necesario: en uno de los ensayos más interesantes del volumen, el profesor de la Universidad de Texas Eddie Chambers analiza el mural Soweto / Guernica, en el que el artista británico Donald Rodney conjugó en 1988 el original picassiano con una imagen de Hector Pieterson, un adolescente sudafricano abatido en el levantamiento de Soweto de 1976. El mural cayó en el olvido e incluso se encuentra actualmente en paradero desconocido, por lo que el texto de Chambers entraña un verdadero ajuste de cuentas con la memoria. Guernica, mientras tanto, continúa prestando el mejor símbolo posible a la causa de la paz. Y llega a ser escalofriante la oportunidad con la que el mismo perdura.
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