De la Torre, el alcalde incombustible
Francisco de la Torre | Premios Malagueños de Hoy
Suya es la firma que hay tras la gran transformación de la ciudad, que la ha convertido en referente nacional e internacional
Málaga/40 años pasan ya de la primera ocasión en la que los españoles acudieron a las urnas para elegir a sus alcaldes y concejales. De estas cuatro décadas de municipalismo democrático en Málaga capital, dos tienen como protagonista a Francisco de la Torre Prados. El mandatario local, a sus 77 años, se mantiene inalterable al frente de la sexta ciudad de España, convencido de la potencialidad de un territorio que ha sabido transformar casi a su antojo.
Si la marca de Pedro Aparicio quedó impresa en la racionalización de una urbe caótica, sin asfalto y saneamiento en muchas de sus calles, la impronta de De la Torre va más allá de la obra física, al punto de hacer trascender Málaga como referente nacional e internacional, de hacerla visible. Su labor en primera persona al frente de la Casona del Parque arrancó en el año 2000, cuando tomó el relevo de Celia Villalobos, que inició el camino hacia el Ministerio de Sanidad aupada por José María Aznar.
Pero quien ahora es venerado, hubo un tiempo en que pasó por las sombras del desconocimiento generalizado. Mientras Villalobos ostentaba la vara de mano, en los despachos de la Gerencia de Urbanismo, en calle Palestina, trabajaba como concejal Francisco de la Torre, mostrando un perfil casi funcionarial.
La ignorancia ha hecho que durante un largo periodo de tiempo quedase en un papel secundario la fecunda y prolongada tarea política y representativa de un dirigente experto.
Alguien que con 28 años, en 1971, fue nombrado presidente de la Diputación provincial, gesto considerado en aquellos años de dictadura como un signo de apertura hacia una etapa reformista. Entre 1977 y 1982 fue diputado en el Congreso y consejero de Economía y Finanzas de la primera Junta Preautonómica entre mayo de 1978 y junio de 1979.
Su ascenso inesperado a la Alcaldía, alejado de cualquier previsión, abrió las puertas a quien se acabó demostrando un político cercano al ciudadano, capaz de estrechar cuantas manos fuesen necesarias y prestarse al cara a cara con cualquier vecino descontento. La suya fue una transformación mayúscula, que le permitió pasar de ser un gestor a ser un político popular que mantiene hoy su impacto.
Veterano de la política, ingeniero agrónomo y sociólogo
Francisco de la Torre siempre lleva el traje de alcalde y la guardia alta. No relaja el rictus ni la pose, haciendo gala del eslogan que le acompañó en una de sus ya muchas campañas electorales: "Alcalde 25 horas". Contaba a este periódico en 2011 que uno de sus lugares favoritos de la ciudad era Gibralfaro, desde donde podía "paladear la ciudad". En aquella misma conversación explicaba por qué dejó de tomar café de manera radical. "Dependía de él", dijo. Y no le gusta depender de nada. Aseguraba que de sus padres aprendió el valor del esfuerzo, de la familia y de la austeridad. Es hijo del ingeniero Francisco de la Torre Acosta, cuyo nombre luce en una de las calles de la ciudad, y de María Victoria Prados. Es licenciado en Sociología (Pontificia de Salamanca, 1965), Doctor Ingeniero Agrónomo (Universidad de Madrid, 1966) y Especialista en Desarrollo Regional por la Universidad de Rennes, Francia (1967).
La confianza que genera entre la vecindad, mucha de ella ideológicamente contraria, es el mayor reconocimiento posible. De la Torre ha ganado de manera consecutiva las últimas cinco elecciones locales. Tres de ellas por mayoría absoluta; las dos últimos, en minoría, quedando obligado a contar con Ciudadanos para mantenerse al frente de la Casona.
Con los claroscuros propios de todo gestor, la Málaga de hoy no puede entenderse sin la firma de su autor. El análisis reposado de este pequeño fragmento de la historia de la ciudad convierte en indiscutible su virtud a la hora de explotar las capacidades de la urbe, de hacerle entender que era capaz de abrirse al mundo y mostrarse con luz propia.
Su apuesta por la cultura, con el Museo Thyssen, el Centro Pompidou y el Museo Ruso, como exponentes fieles de su estrategia, ensalzó el atractivo turístico de la misma tierra en la que nació el universal Pablo Ruiz Picasso. Su crecimiento como destino urbano, asentado con el transcurrir de los años, es ejemplo del éxito de su apuesta personal. Un modelo, en cualquier caso, que se abre a reflexión en la necesidad de equilibrar los usos en un Centro en ocasiones saturado. El veterano alcalde ha hecho, además, de la innovación y la tecnología dos pilares más de su modelo.
El puzzle de Málaga que viene componiendo desde hace casi dos décadas sigue incompleto. Al menos en su pensamiento, en el que nada parece del todo terminado y todo queda expuesto a modificación. Imagina nuevas piezas para ampliar el mosaico, obras cuya ejecución material, a priori, trascenderán el tiempo que le queda con la vara de mando. Aunque solo en apariencia.
Porque De la Torre nunca pone fecha de caducidad a su labor, que no sabe de calendarios ni de lógicas políticas. El alcalde incombustible mira al futuro asentado en el presente, sabedor de que, como Messi con el balón en los pies, juega con la ventaja de ser el único que tiene las claves de lo que sucederá mañana.
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