Málaga: el poder de sus vecinos

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Historias como la de Carmen Martín y su comercio permiten recordar que, frente a la erosión de la habitabilidad a favor de la masificación, la ciudadanía y su ejercicio constituyen la única garantía de futuro

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Carmen Martín, con algunas de sus vecinas, en su comercio ya recuperado. / Javier Albiñana

Málaga/Hace cinco años abrió Carmen Martín su comercio en la calle Manrique, muy cerca de Cristo de la Epidemia: Biofamily Home es una tienda de decoración que ganó bien pronto una amplia cartera de clientes fieles, atraídos por una oferta ciertamente rara de encontrar en cualquier otra parte. Digamos que la tienda de Carmen es uno de esos lugares que dan pleno sentido al comercio local y que ofrecen argumentos de peso a favor del barrio frente al apogeo de las grandes superficies y franquicias. En este lustro son muchos los malagueños (y oriundos de un amplio abanico de procedencias) los que se han surtido de los elementos necesarios para convertir sus viviendas y establecimientos en verdaderos hogares. Carmen es, además, un personaje muy querido en el barrio, imprescindible en las sinergias creadas y en la conformación de redes de apoyo mutuo, esos pactos a menudo invisibles que sostienen el tejido comercial con una fidelidad a prueba de bombas. Hace unos días, sin embargo, la fortuna le mostró a Carmen su revés más cruel: una batería de litio en mal estado estalló y en pocos minutos convirtió el local en pasto del humo y la desolación. Buena parte de la mercancía almacenada y de los productos expuestos quedaron arrasados, con pérdidas que Carmen estima entre los seis y los siete mil euros: “Los bomberos acudieron en diez minutos, fueron muy diligentes y evitaron que la tragedia llegase a más, pero cuando se fueron y me vi sola en la tienda sentí que el mundo se me caía encima”, cuenta Carmen todavía emocionada. El contexto, además, no podía ser más adverso, justo en las primeras jornadas de la campaña navideña, de la que comercios como que el que nos ocupa dependen en gran medida. Perder este salto habría significado un golpe difícil de encajar a lo largo del año. Por si fuera poco, Carmen había acudido recientemente a una feria de muestras en Madrid en la que se había hecho con una notable remesa de productos y ahora aquella inversión parecía tirada a la basura. Pero, entonces, en aquel instante en que dudaba de que pudiera salir adelante, se dio cuenta de que no estaba sola: ya había a su lado un buen puñado de vecinas dispuestas a reflotar la tienda cuanto antes. “Al verlas, decidí que no me iba a lamentar más. Saqué energías no sé de dónde, me puse manos a la obra y ellas se pusieron conmigo”, relata Carmen. Las vecinas siguieron llegando, de las más distintas edades, orígenes, acentos, habilidades y vínculos, así como buena parte de los comerciantes del barrio, “con ganas de ponerse hasta arriba de mugre, de fregar, de limpiar las paredes y recuperar hasta el último artículo”, en jornadas maratonianas y hasta bien entrada la madrugada. El resultado fue, ciertamente, impresionante: a los pocos días, la tienda reabría en todo su esplendor.

Encuentro de vecinas en la tienda de la calle Manrique. / Javier Albiñana

Y entonces se activó la segunda parte del plan de recuperación, esta vez en manos de todos los vecinos y comerciantes que acudieron a adquirir sus compras navideñas en el local. En todo momento se sintió Carmen arropada por sus vecinas (y conviene subrayar que hablamos, sí, de vecinas: las liturgias de la solidaridad se conjugan principalmente en femenino): “No son solo las que vinieron a limpiar y recomponer la tienda, también las que me traían un plato de comida, las que ponían a mi disposición lo que tenían. Mucha gente se implicó para que todo estuviera a punto cuanto antes. Anoche mismo, de hecho, terminamos a las tantas de poner nuestra decoración navideña”. Este día, precisamente, Carmen ha reunido en su tienda a algunas de las vecinas que participaron en la gesta para brindar con ellas a modo de agradecimiento. Paqui, Feli, Maite, Olga, Ainoa y Claudia, entre otras, observan a su alrededor y comprueban con satisfacción que la recuperación ha sido un éxito: comentarios del estilo “Pero si está más bonita que antes” se suceden entre risas y abrazos. Paqui Cortés, de la Asociación Victoriana de Capuchinos, explica que en cuanto tuvieron noticia del suceso “activamos nuestras redes y avisamos a los vecinos y los comercios asociados para que echaran una mano. Nuestro presidente, José Ocón, acudió enseguida y puso al servicio de Carmen a toda nuestra gente”. “Ha sido un trabajo enorme que han hecho todos de manera desinteresada”, insiste Carmen, “a menudo dedicándole muchas horas y rechazando cualquier gratificación por mi parte. Si ya estaba convencida de que había abierto la tienda en el mejor sitio posible, ahora lo estoy mucho más”. Y lo dice con la convicción de una mujer que ya no tiene miedo a empezar de nuevo las veces que hagan falta.

Nos queda, eso sí, el pequeño ejercicio de resistencia que consiste en afirmar que Málaga es otra cosa

Al abrigo de estas vecinas, uno no podía menos que recordar todas y cada una de las veces en que desde el gobierno municipal nos han querido convencer de que el futuro de Málaga dependía de su masificación, de la multiplicación de las afluencias turísticas, de la sustitución de las viviendas por apartamentos vacacionales, de la extinción del comercio local y de barrio para la instalación de más consignas para equipajes, de la expulsión de los vecinos mediante la subida de precios más abusiva en los alquileres que sí quedan al alcance de los nómadas digitales, del secuestro de los espacios públicos y del derecho de los vecinos al descanso en beneficio de una hostelería convertida en grupo de presión, hasta de la idoneidad de que el centro y los barrios se queden vacíos a mayor gloria de una hipotética cityfinanciera. Pero historias como la de Carmen nos recuerdan que los vecinos tienen un poder mucho mayor: el del ejercicio de la ciudadanía, transformador y regenerador como pocos. Si se trata de que Málaga prospere a costa de erosionar su habitabilidad, de prescindir de los vecinos y de extender el parque temático hasta el último barrio, es que no hemos entendido nada. ¿Quién nos sacará las castañas del fuego, quién echará la mano que necesitemos cuando no haya vecinos? ¿Los turistas para los que hemos convertido las casas en hoteles por encima de la legalidad cuando ha hecho falta? Sería interesante volver a la definición que hacía Platón de la polis: una comunidad sustentada en la satisfacción mutua de las necesidades particulares. Sin vecinos, y sin comercio local, no hay ciudad que valga. Lo más triste, sin embargo, es el empeño de Málaga en reconocer como ciudad el escaparate, el envoltorio, el atrezzo, la proyección, lo que no es la ciudad ni puede serlo. Que nos plantaran delante el retablo de las maravillas es doloroso, pero más duele la alegría con la que esta ciudad aceptó que las lucecitas eran preferibles a su propia ciudadanía.

Carmen Martín muestra en su teléfono móvil imágenes de su local tras el desastre. / Javier Albiñana

Nos queda, eso sí, el pequeño ejercicio de resistencia que consiste en afirmar que Málaga es otra cosa. Historias como la de Carmen y su tienda hay muchas: los barrios se sostienen en estas redes de solidaridad, siempre alerta, capaces de dar lo mejor de sí en gestos cotidianos y en grandes retos como el que unió a las vecinas de la calle Manrique. Eso, y no otra cosa, es Málaga. Adivinen, entonces, a quién deberían beneficiar en primer orden las políticas municipales. En qué debería dejarse notar la próxima inversión catarí. Cuánto queda en nuestros barrios por limpiar, dignificar, restaurar, ordenar; cuántos vecinos siguen esperando un banco en la acera, un parque en la otra esquina, una avenida sin basura esparcida cada domingo por la mañana. Pero éstos son otros tiempos. Lo que no se pone a la venta, no existe. Y hace ya demasiado tiempo que nos fijaron el precio.

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