Málaga: por amor al turismo
Calle Larios
La cuestión no está en lo desagradables que puedan ser unas pegatinas, sino, ay, en la capacidad de tomar decisiones políticas que beneficien a una mayoría lo más amplia posible
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Málaga/Encontré la primera pegatina de la campaña contra los apartamentos turísticos impulsada por Dani Drunko y su gente del Drunk-O-Rama en uno de estos establecimientos de la calle Mármoles. Vi más después en otras calles y plazas, en el centro histórico pero también al otro lado del río, en el barrio de la Trinidad. En cada placa reconocible con el lema AT, las pegatinas invitaban a interpretar el acrónimo con diversidad de lemas: A tomar por culo, A tu puta casa o Antes esta era mi casa, entre otros, revestidos en su mayor parte de un tono grueso y soez. Semejante acción ha nacido de la mano de afectados por la gentrificación que han vivido en primera persona sus efectos, esto es, la obligación de tener que abandonar las viviendas en las que residían en régimen de alquiler ante una subida de precios imposible de asumir o ante la decisión unilateral de los propietarios de convertir estos pisos en apartamentos turísticos. Es curioso, pero cuando vi las pegatinas recordé unas declaraciones recientes del concejal de Turismo, Jacobo Florido, en las que se mostraba convencido de la más absoluta ausencia de turismofobia en Málaga después de un tiempo en que, admitió, tal posibilidad parecía posible. En aquellas mismas declaraciones, Florido consideró que no había relación alguna entre la subida de precios de la vivienda en la ciudad, a la cabeza en España, y la proliferación de apartamentos turísticos, incluidos los alojados en locales comerciales recalificados como viviendas. El concejal no expuso los motivos por los que, en su opinión de experto, el precio de la vivienda sigue en alza; pero, en todo caso, ni los apartamentos turísticos ni los excelentes registros de visitantes en el último año tienen nada que ver. Lo cierto es que, por mucho que parezca gustarle a Dani Pérez, la campaña de las pegatinas favorece más bien poco la aparición de algo que Málaga va necesitando de manera urgente: un debate serio entre todas las partes implicadas. Al mismo tiempo, sin embargo, uno entiende el hartazgo y el gesto feo cuando es tanta la gente que se tiene que ir de su casa sin que ni el Ayuntamiento ni ninguna otra administración pública muevan un dedo al respecto.
A lo mejor esto de reclamar un debate serio entre todas las partes resulta un tanto inocente a estas alturas. Pero lo que sí sabemos es que la alternativa no es otra que un problema sin resolver y con más daño acumulado. Tal vez la turismofobia no es un problema en Málaga todavía, yo también lo creo, pero en Barcelona y Valencia hemos visto a grupos de vecinos organizados para expulsar a los turistas de las terrazas de madrugada ante la inacción policial y las imágenes no eran precisamente edificantes (los resultados, además, son los que son: más ruido, más gentrificación y alquileres más caros, aunque no tanto como en Málaga). Cuando desde el Gobierno andaluz se apunta a la prohibición del llenado de piscinas en viviendas y zonas residenciales, mientras que los hoteles y establecimientos turísticos sí podrán dejar sus estanques hasta el filo, es razonable que al contribuyente se le quede una consecuente cara de póquer. Frente a un sector hostelero demasiado inclinado a amenazar cuando se le contraría y a hacerse pasar por víctima cuando los vecinos señalan su incumplimiento de las ordenanzas, convendría insistir en que esta deriva expulsa a gente de sus casas y que, por tanto, nunca puede ser justa. Por mucho que algunos consideren que en Málaga nunca hemos estado mejor gracias a esta situación, habrá que recordar, siempre, que los que están mejor son solo unos pocos, cada vez menos. Pero ese debate pendiente dependería mucho, ay, de la capacidad de ponerse en el lugar del otro. Nadie pone en duda la importancia del sector turístico en la economía malagueña, pero es que no se trata de eso. Se trata de tomar decisiones que mejoren las condiciones de una mayoría lo más amplia posible. Y, sorpresa: hay medidas para que la ciudadanía no tenga que asumir a solas el coste más inhumano del desarrollo turístico sin que el sector se vea mermado.
Y entraríamos aquí en la cuestión de la tasa turística, disciplina en la que el arte de ponerse de perfil resulta más que recomendable. Ahora, alcaldes de distintas capitales andaluzas han solicitado a la Junta de Andalucía que adopte de una vez la dichosa tasa. Entre estos alcaldes figura el de Málaga, pero convendría apuntar un matiz interesante: Francisco de la Torre afirma haber estado siempre a favor de la aplicación de esta tasa por parte del Gobierno andaluz, y es así, pero, al mismo tiempo, ha defendido todo este tiempo una tasa finalista, es decir, dirigida a obtener una recaudación que revertiría en exclusiva en el sector turístico para una mejora de la oferta. Otros alcaldes, del mismo signo político que De la Torre, han señalado sin embargo que la tasa debería ir destinada a las mismas arcas municipales para paliar los gastos que la misma actividad turística acarrea, incluidos los que tienen que ver con la erosión de los servicios públicos y el malestar de los vecinos. Pues bien, la Junta de Andalucía parece dispuesta ahora a estudiar la medida, aunque dice hacerle más tilín, precisamente, la idea de la tasa finalista propugnada por nuestro alcalde. Así que, como decía el clásico con más razón que un santo, la banca siempre gana. De todas formas, tanto el Gobierno autonómico como el alcalde de Málaga consideran imprescindible el sí de las empresas del sector, y ya sabemos lo que piensan la mayoría de los hosteleros de todo esto. No sirve de nada recordar que ni una sola de las ciudades españolas y europeas que aplican la tasa turística, en su mayor parte para el beneficio público, ha visto resentida la afluencia de visitantes. Mientras tanto, más gente tendrá que marcharse y otros tantos considerarán esta expulsión un signo saludable de la transformación de Málaga en una gran metrópolis, como si nuestra ciudad tuviese que recorrer en poco más de veinte años el trazado que a urbes como Londres o Madrid les costó siglos completar. A saber qué pegatinas inventarán la próxima temporada próxima en Fitur.
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