Regreso al Cementerio Inglés de Málaga
Calle Larios
El tiempo sigue detenido en esta decadencia revestida ahora de atractivo nocturno, la otra cara del éxito, depositaria fiel de la memoria de una ciudad lotófaga, demasiado obstinada en olvidar para siempre
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Málaga/Me preguntan a menudo por mi rincón favorito de Málaga y mis respuestas, cada vez más espontáneas, me traen de nuevo aquí con más frecuencia. Me fascina el modo en que los gatos parecen preferir los lugares de masiva acumulación de memoria para hacer lo que lo hacen los gatos. Algo de emisarios del otro mundo tienen, desde luego, sin remedio, así que tal vez convenga no dejarse observar mucho en sus prodigiosas pupilas. Aquí se deslizan con cierto respeto, como si intuyeran las presencias que a los humanos nos resultan desapercibidas. Fantasía y fantasma vienen a significar lo mismo en su raíz griega: lo que está oculto y sale de repente a la luz; y ambas materias, acaso sean una sola, encuentran aquí su acomodo, sobre todo si caminamos sin prisa, si nos dejamos engatusar, justamente, por el tiempo, su fluir ligero como el de un río, todo el caudal contado desde el Big Bang cabe en este preciso instante en que la brisa agita tan mansamente la rama de este árbol. Ellos, los gatos, traen los deberes hechos. A mí me cuesta bastante más que a ellos abandonarme y entregar la mirada, sin prejuicios, sin ideas estúpidas en la cabeza, pero me dispongo cada vez que vengo aquí a encontrar lo que de otra manera se mantiene fuera de la vista y del sentido. Y entonces me siento agradecido por contar en mi ciudad con un lugar como el Cementerio Inglés. Por la oportunidad ofrecida de dejar de ser uno entre las lápidas y ser otro cualquiera, o no ser ninguno, alguien que ya se ha marchado o que está por venir, no importa. Éste es, supuestamente, el dominio de los muertos, pero todo nace aquí continuamente, en formas diminutas y por ello imprescindibles. De manera que regreso a menudo y anoto mis impresiones para no olvidarlas: son siempre distintas, aunque uno tienda a equivocarse y considerar que el Cementerio Inglés es el mismo cada vez. Los fantasmas que se aparecen son siempre nuevos, aunque los reconozcamos. La fantasía que prende es también primeriza, aunque ya podamos advertir su lenguaje. Este cementerio heterodoxo nos presenta una relación distinta con la muerte, menos trágica, más serena y paradójicamente, o quizá no tanto, más surcada de símbolos; sólo que aquí los símbolos son nada ostentosos, casi invisibles y por ello más sensibles, más vertidos a flor de piel, como los fantasmas. Aquí aprendemos lo que viven las Violetas, el Epitafio de María Victoria Atencia para una muchacha, te quedaste en capullo sin abrir y ya nunca sabrás el estallido floral de la primavera. El tiempo cabe en este puñado de arena, en esta concha del mar que adorna la sepultura inocente de otra niña. Yo me acuerdo casi siempre que vengo de Belacqua, el habitante del Purgatorio al que encontró Dante y que, al ser preguntado por qué no rezaba como sus compañeros para abrazar el Cielo, se limitaba a encogerse de hombros. Nada importa mucho aquí, o importa muy poco. Si es un mirlo el que se posa en el suelo, o en una rama, observado de manera distraída por un gato satisfecho, viene entonces al instinto la enseñanza de Nicanor Parra, pasada por el tamiz de Falstaff: urge no hacer nada. Obedezco. Y siento Málaga como una ciudad más mía.
Ahora, la Fundación Cementerio Inglés, encargada de la preservación de este entorno, ha puesto en marcha una programación de veladas nocturnas con tal de atraer a más visitantes este verano, con conciertos, teatro y una terraza en la que los usuarios pueden ya tomar una copa a escasos metros de las lápidas y epitafios, los monumentos elevados a la memoria de los héroes, el casi inadvertido discurrir de los anónimos por el otro lado, aquel país desconocido del que ningún caminante ha vuelto. Hay quien ha puesto el grito en el cielo, cómo es posible, en qué cabeza cabe, ésta no es manera de respetar a los muertos. Podríamos considerar una terraza en un cementerio como un hito sin parangón en la escalada de la hostelería a la gobernanza de esta ciudad, pero convendría subrayar que la fundación ha trabajado durante años en este proyecto, con patrocinios y apoyos públicos y privados, con un objetivo bien claro: garantizar el mantenimiento del cementerio, cuyo estado de salud, por cierto, sigue siendo muy delicado. De nada han servido las promesas municipales ni los planes de rehabilitación anunciados por entidades financieras, actuaciones que en su momento pudieron evitar una clausura definitiva pero que no han servido para garantizar lo que ahora se pretende con esta recaudación de fondos, no sólo legítima sino necesaria. Es muy probable que si las administraciones hubiesen hecho su trabajo no serían necesarias estas veladas, pero también cabe recordar que muchos cementerios históricos de toda Europa ofrecen actividades parecidas. Ya en el mismo Cementerio Inglés hemos vivido conciertos, teatro y lecturas poéticas en Noches en Blanco y otros aquelarres. Si la posibilidad de tomar algo en buena compañía dentro del enclave garantiza su futuro, estoy seguro de que los fantasmas lo darán por bueno. Yo también.
Lo cierto es que, si en el futuro queremos poner toda la carne en el asador para proteger nuestro patrimonio histórico, habrá que hacer mucho más que servir copas. La próxima vez que los portavoces principales vuelvan a presumir y cacarear del éxito incontestable de Málaga, de las portadas internacionales, del liderazgo en rankings de los que nunca habíamos oído hablar, del estallido cultural y de la madre del cordero, estará bien recordar que Málaga también es esa ciudad que dejó el Cementerio Inglés, como la mayor parte de su patrimonio histórico, en la ruina más absoluta. Porque entonces, a lo mejor, estaremos en condiciones de trabajar por un éxito real, compartido por todos, digno de celebrar cuando constatemos que hemos sido capaces de preservar nuestros mejores bienes del olvido. Málaga se parece a los lotófagos de Homero: se complace en el olvido porque tiende a sospechar que lo olvidado no traía precisamente buenas noticias. Pero siempre podemos renunciar al narcótico y afrontar lo que somos de cara y con la mayor alegría. No estaría mal empezar aquí, donde el tiempo se detiene y parece ofrecernos, cada vez, una oportunidad nueva. Ahora sabemos que las Violetas no terminan de morirse nunca.
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