Málaga y el retablo de las maravillas

Calle Larios

Si usted, lector, no ve los prodigios por los que esta ciudad se ha convertido en la envidia del mundo entero, afirmada en la primera posición de todos los rankings, es que seguramente tiene un problema muy serio

Regreso al Cementerio Inglés de Málaga

Málaga: son como niños

Había que ser ciego para no verlo.
Había que ser ciego para no verlo. / Jorge Zapata / Efe

Málaga/Hace ya un par de meses, en un encuentro con lectores en la librería Proteo, me preguntaba Héctor Márquez cómo tendría que ser la obra literaria o dramática que ambicionara representar a la Málaga del presente. Y yo le respondí que esa obra la escribió Cervantes a comienzos del siglo XVII: se trata de su entremés El retablo de las maravillas, en el que, ya saben, los pícaros Chanfalla y Chirinos prometen a los incautos que admirarán los prodigios más asombrosos, jamás vistos, en su pequeño teatro, aunque advierten de que tales portentos permanecerán invisibles a los de sangre sucia, cristianos nuevos de ascendencia mora o judía; con lo que todo el mundo, claro, afirma ver y deleitarse con los conmovedores acontecimientos nunca allí representados. Recordé esta conversación hace unos días, ante las noticias que nos han devuelto a la actualidad los mosaicos de Invader. Y, si bien es cierto que lo que entonces contó Cervantes se dirige como un dardo al presente en cualquier sociedad occidental (como han sabido ver en las últimas décadas diversos artistas y compañías de teatro como Joglars), también lo es que en Málaga esta premisa resulta singularmente oportuna. Desde hace ya mucho tiempo, las llamadas de atención por parte de las más distintas autoridades, directores de instituciones, gestores culturales, presidentes de fundaciones, portavoces de entidades financieras, promotores de diversa gama, impulsores de agendas y planes estratégicos, moldeadores de la opinión pública y, en fin, lo que ustedes quieran, hacia la condición única, exclusiva e irrepetible de la mayor parte de los eventos organizados bajo su mando, todos de verdadera trascendencia internacional, de impagable relevancia turística y cultural, ya quisieran tener esto mismo en París o en Berlín, constituyen un lenguaje común al que, más o menos, ya nos hemos acostumbrado. Todo el mundo, nos aseguraron, se derretía por tener mosaicos de Invader como los nuestros, o los grafitis que nos pusieron los números uno del negocio en el Soho, los fans venían por millones a verlos en directo, fletaban autobuses desde el territorio más ignoto para que pudieran hacerse la foto aquí y subirla a Instagram y usted, desagradecido, se atrevía a decir que aquel despliegue ni le iba ni le venía. Y, si se atrevía, el problema era suyo: o no estaba a la última, o no era lo suficientemente culto, o no leía los libros adecuados. En muchos de estos discursos institucionales, Málaga se ha dirigido directamente a quienes no se daban por aludidos como una anomalía que no tardaría en ser corregida. En más de un sentido convenía decir que sí, que por supuesto, que todo era fetén. Por si acaso.

En más de un sentido convenía decir que sí, que por supuesto, que todo era fetén. Por si acaso

Pudimos comprobarlo, de nuevo, en la inauguración de la exposición de Javier Calleja aún vigente en el Palacio Episcopal. En los discursos institucionales pronunciados en el acto no se invitaba tanto a disfrutar de las obras del artista malagueño como a aceptar la idea de que la cita constituía un acontecimiento mundial, seguramente el más relevante en la historia del arte desde Picasso. Daba igual lo que la gente opinara sobre las obras: lo que debía tener claro todo el mundo es que Calleja es el artista español vivo más relevante en el planeta, que su cotización así lo atestigua, y que esto es una evidencia científica; si a ti no te lo parece, es que algo no funciona bien en tu cabeza. Y, por supuesto, cualquiera decía que no, por mucho que te pueda gustar la obra de Javier Calleja aunque tanto entusiasmo te produzca acidez. Este matiz, de hecho, se ha reforzado en los últimos años, seguramente porque el relato necesita nuevos fuelles para sostenerse: las expresiones del tipo innegable, incontestable y hasta hay que ser ciego para no verlo se propagan con creciente alegría en inauguraciones, plenos, tribunas y púlpitos al uso. Sé que estoy centrando la cuestión en la cultura, seguramente porque en esta cesta se han puesto los huevos más gordos, pero podríamos aplicarlo con igual sentido a la hostelería, el urbanismo, la tecnología o cualquier otra argumento de nuestra historia de éxito. Málaga es un prodigio y, si no lo percibes, te delatas. Algo en ti resulta, cuanto menos, sospechoso. Poco limpio.

El entusiasmo funciona a menudo con un obstáculo a la hora de comprobar el valor real de Málaga

Y, bueno, un servidor apuntaría al menos dos problemas en este sentido. El primero es el obstáculo que constituye este entusiasmo a la hora de comprobar el valor real de Málaga, su belleza auténtica, las posibilidades que la ciudad encierra tal y como es. Supongo que, dado el frenesí destructor de su patrimonio histórico y el negocio que sigue habiendo en juego, tal obstáculo cumple su objetivo; pero, por lo general, me temo que a los defensores a ultranza del modelo extractivo vigente la Málaga que hay les da igual (lo bueno es que tampoco se preocupan mucho por disimularlo). El segundo es la perpetua consideración de la ciudadanía como un menor de edad al que continuamente hay que instruir sobre lo que es bueno y lo que no. Igual que Chanfalla veía a sus pobres víctimas como incapaces, nuestros próceres se siguen dirigiendo a sus clientes como chiquillos que no van a saber valorar la mercancía a menos que tú se la expliques. Y, bueno, a lo mejor una disidencia sana respecto a este entusiasmo puede conducirnos a algunas latitudes deseables. Por ejemplo, a la consideración de que no hay que convencer a la ciudadanía de nada, sino de que se debe gobernar, ofrecer y actuar en función del valor real de las cosas, y ya la ciudadanía entenderá lo que tenga que entender. Y, si volvemos a la cuestión cultural, a lo mejor podremos estar condiciones de programar lo que tenga más valor, un valor real, nunca especulativo, de la manera más honesta, no lo que digamos que nos pone a la cabeza de no sé qué ranking. Por eso, no me cansaré de señalar como propuesta cultural ejemplar en Málaga el ciclo de Clásicos en Verano de la compañía Pata Teatro, que estas semanas representa La discreta enamorada de Lope en el patio del instituto Gaona. No son la mejor compañía del mundo, no es la mejor función del mundo, no cotizan en ningún sitio, pero no les hace ni puñetera falta. Lo que ofrecen tiene más valor y más verdad que todo eso que los Chanfallas de turno nos llaman a admirar con la boca abierta. Vayan a verlos y serán felices. Y, respecto al entusiasmo, siempre podemos decir no. A riesgo de que la inquisición nos mande a tomar morcilla.

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