El Auditorio que le faltó a Málaga en los Goya
Equipamientos
La gala de los premios del cine español sirvió para delatar hasta qué punto constituye una anomalía que Málaga carezca de un espacio escénico a su altura
Málaga/Lo que se jugaban tanto Málaga como la Academia del Cine Español con la gala de los Premios Goya celebrada el pasado 25 de enero en el Palacio de los Deportes Martín Carpena no era moco de pavo: la ciudad aspiraba a reforzar su imagen de capital cultural con un órdago decisivo y la Academia prolongaba la estrategia de la itinerancia de los Goya bajo la premisa de que sacar la gala de Madrid entraña una promoción notoria para el mismo cine español. Fue una apuesta delicada y los resultados dejaron algunas luces, pero también sombras de difícil gestión. Que la Academia pidiera perdón por escrito a sus miembros a cuenta de los errores de organización puede parecer anecdótico, pero la cuestión es crucial para la institución. Hasta el año pasado, la única ocasión en que la gala se celebró fuera de Madrid fue en Barcelona en el año 2000, con resultados negativos en una velada harto accidentada que acabaron teniendo consecuencias serias mucho más allá de la coyuntura de aquel año. Durante las dos décadas siguientes la Academia de Cine no quiso ni oír hablar del traslado de la gala de los Goya fuera de Madrid, donde, con más o menos fortuna, la organización está sometida a un seguimiento más sencillo por razones evidentes. La excepción llegó el año pasado con Sevilla, donde la gala dejó a todo el mundo satisfecho, pero más aún con la definitiva apertura del melón: los Goya viajarían en 2020 a Málaga, ciudad que hasta entonces, y al contrario que otras como Granada y Palma de Mallorca, nunca se había postulado para acoger los premios; y en 2021 a Valencia, con motivo del Año Berlanga en el centenario del nacimiento del cineasta. Málaga presentaba, eso sí, un obstáculo fundamental: la carencia de un auditorio con capacidad para al menos 3.000 invitados. La única opción posible era la habilitación del Martín Carpena, una solución que dejaba a la Academia en una posición difícil, ya que los Goya nunca se habían celebrado en una instalación deportiva y existía (y existe) en el seno de la institución un rechazo notable por parte de no pocos académicos a esta posibilidad. No obstante, el tirón cultural, turístico y mediático de Málaga, con el apoyo decisivo de Antonio Banderas y, especialmente, el empeño del director del Festival de Málaga, Juan Antonio Vigar, terminaron inclinando la balanza a favor de la ciudad. Puede decirse que, de puertas afuera, la intervención en el Palacio de los Deportes para la acotación de un recinto con capacidad para 3.500 espectadores, ejecutada en sólo diez días y con una inversión de 700.000 euros, funcionó como se esperaba con efectos muy positivos (lo que no evitó, por otra parte, que una gala especialmente larga y tediosa perdiera casi 200.000 espectadores en el share televisivo respecto a 2019); de puertas adentro, sin embargo, hubo no pocas quejas respecto a la incomodidad del espacio y de los asientos, pero especialmente en lo que tuvo que ver con el cocktail posterior en un espacio imposible, donde predominaron las apreturas y las deserciones. Fuentes de la Academia del Cine Español confirmaron que el sabor de la gala celebrada en Málaga es más agrio que dulce entre sus miembros, muy a pesar de los dos millones de euros (aportados a partes iguales por el Ayuntamiento, la Diputación provincial, la Junta de Andalucía y Unicaja) que costó la organización del evento. Pero si de algo sirvieron los Goya fue para demostrar hasta qué punto constituye una anomalía que una ciudad de las hechuras y la popularidad de Málaga carezca de un espacio con un aforo para 3.000 personas y con capacidad suficiente para acoger un encuentro de estas características.
Y es aquí donde el proyecto del Auditorio ha vuelto a quedar puesto sobre la mesa estos días a cuenta de la gala. El equipamiento ya no sólo resulta necesario para desarrollar una programación de música, ópera y otros espectáculos a la altura de lo que se espera de una ciudad como Málaga; también para acoger actos como la gala de los Goya. Más aún, es ahora, con la perspectiva adecuada, cuando la ciudad puede reparar en la cantidad de eventos a los que no puede aspirar por no contar con el Auditorio. De este modo, el trago gris que han supuesto los Goya puede servir de empujón al desarrollo de proyecto, constatada la anomalía, en un año además crucial para el mismo. El alcalde de Málaga, Francisco de la Torre, ha manifestado en varias ocasiones su intención de que las obras queden licitadas este mismo 2020. Para ello, cansado tal vez de que el respaldo del resto posibles instituciones públicas implicadas no haya sido todo lo contundente que cabría desear, ha decidido centrar parte de la estrategia en la entrada en juego de inversores privados. En sus propias palabras, si los patrocinadores garantizaran la obtención del 10% del total de la inversión necesaria (estimada en unos cien millones de euros), esto “animaría” a las demás instituciones públicas. La Junta de Andalucía ha mostrado su apoyo a la iniciativa pero, hasta ahora, de manera únicamente verbal; más aún, el mismo presidente, Juan Manuel Moreno Bonilla, vertió el año pasado un notable jarro de agua fría a la cuestión al no citar el Auditorio entre las infraestructuras que consideraba imprescindibles para Málaga. Con respecto al Gobierno central, queda aún por comprobar la postura del nuevo ministro de Cultura, José Manuel Rodríguez Uribes, aunque fuentes del Ministerio apuntaron que no cabe esperar argumentos muy distintos de los de su predecesor, José Guirao, quien dejó claro el apoyo del Gobierno una vez que la Junta y el Ayuntamiento se pusieran de acuerdo si bien dejó clara su preferencia, en coincidencia con las tesis del anterior Gobierno socialista en la Junta, por un Palacio de la Música de menores dimensiones y, por tanto, más barato.
Frente a estas tesis, el alcalde ha defendido siempre la vigencia del proyecto arquitectónico aprobado en su momento para el Auditorio, obra de los arquitectos Agustín Benedicto y Federico Soriano, dotado con dos salas para conciertos (la mayor, reservada para representaciones de ópera y grandes conciertos sinfónicos, con una disposición versátil del aforo para acoger entre 1.550 y 1.900 espectadores; y la de cámara, que contará con 400 butacas), un espacio exterior para actuaciones al aire libre, salas de ensayo para la Orquesta Filarmónica de Málaga (que tendrá su sede en el mismo edificio) y orquestas invitadas, aulas didácticas, un estudio de grabación y otras instalaciones, además de un aparcamiento de grandes dimensiones. El coste del equipamiento sigue cifrado en torno a los 100 y los 120 millones de euros, pero, tal y como recordó en su día el propio Agustín Benedicto, esta cifra incluye el gasto necesario para la reordenación urbanística proyectada en el Muelle de San Andrés, con lo que no puede achacarse en su integridad al Auditorio; respecto al aforo, lo cierto es que una reducción del número de butacas previstas (dos mil localidades seguirían siendo insuficientes para acoger, por ejemplo, la gala de los Goya; pero entrañarían ya una diferencia importante respecto a las posibilidades actuales) no abarataría excesivamente los costes, que tendrían en la caja acústica, imprescindible en un equipamiento dirigido a la música, su elemento más encarecedor.
El director titular que sucederá a Manuel Hernández Silva la próxima temporada al frente de la Orquesta Filarmónica de Málaga, el mallorquín José María Moreno Valiente, afirmaba en una entrevista reciente a este periódico: “El Teatro Cervantes es un espacio maravilloso, pero no es el óptimo para conciertos sinfónicos y representaciones líricas. Y esto lo saben todos: los músicos, los aficionados y las instituciones. Así que el Auditorio es irrenunciable”. Se trata de tenerlo claro. Sin más anomalías.
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